EL EQUILIBRIO (Y II)
Ya sé que de lo que escribe hoy todo el mundo es de la guerra de Ucrania y Rusia, pero no conviene olvidar que cuando se habla de patrimonio y de renta también se está librando una guerra en la que millones de personas se empobrecen –en muchos casos, más de lo que aún están- y sufren las desigualdades sociales de todo tipo. Millones de niños mueren a diario -más que en la guerra de rusos y ucranianos- por falta de alimentación y de atención médica. Y millones de ancianos han sucumbido a la pandemia por falta de atención médica sin que ello haya importado mucho a esas grandes potencias económicas (EEUU, Reino Unido, Francia, China, Italia e incluso España y alguna que otra más como, por ejemplo Corea del Sur y Japón), al revés, pues se han quitado de encima parte del problema de cubrir las pensiones debido al gran envejecimiento de la población mundial (con España a la cabeza donde el 44% de su población tienen más de 50 años). La guerra, como todas las guerras, tiene un motivo económico por encima de lo que pueda significar que el armamento de unos y otros haga peligrar su integridad territorial. Con motivo de esta entre rusos y ucranianos, estamos pagando ya el pato países como España donde pronto no habrá que hacer mucho caso a ese Borrell (borreguil) ni a esa Sra. del Banco Santander que gana casi un millón de euros mensuales con la usura de su Banco (uno de los de mayor rapiña del mundo) porque no podremos permitirnos encender la calefacción ni uno ni ningún grado menos (los que la tengan, porque más de media España carecemos de la misma), ni encender la luz, ni desplazarnos a ver a nuestros familiares (personalmente tendré que hacer los 320 Kilómetro que hay de Castuera a Badajoz -ida y vuelta- a pie para poder ver a mi nietas y a sus padres), ni disfrutar de una fruta para el postre de un simple cocido o unas judías estofadas o lentejas lavadas como decían en la guerra incivil española. Me dan más miedo el representante máximo de la UE, el Sr. Borrell (y la Sra. Botín), que los propios rusos o ucranianos, porque Borrell siendo el más alto cargo de la diplomacia se dedica a pedir que se envíen más armas para que la gente se siga matando (los que han tenido las agallas de quedarse allí para combatir y los “chavales” rusos que se han visto involucrados en una guerra que no le hace mucha gana aunque su máximo exponente de la oligarquía se lo quiera vender como algo esencial para la patria, que es, en realidad, algo para duplicar sus dividendos y los de los otros oligarcas que lo secundan a pie juntillo). Lo de Borrell es de juzgado de guardia, cómo no le importa en absoluto que muera la gente con tal de favorecer al gringo que con el gas licuado se está poniendo las botas y le importan un bledo, no sólo los muertos, sino los millones de personas que se está viendo obligadas dejarlo todo (familia, esposos, enseres, sus ahorros de toda una vida sacrificada para tener algo, etc., etc.) para sobrevivir en un país lejano de acogida. Como dijo Anguita: “malditas las guerras y quienes las crean”, y para colmo, con individuos que con 30.000 € al mes, piden a la población sacrificios económicos para poderlas financiar en lugar de luchar a muerte por un arreglo diplomático que, lo diga quien lo diga, es factible incluso en las peores condiciones, que, por cierto, no es el caso, puesto que rusos y ucranianos (aunque entre estos no esté claro quiénes forman su gobierno, con, al parecer, nazis en el mismo) incluso hablan la misma lengua en su mayoría y sólo tienen unas “pequeñas” diferencias en cuanto a zonas territoriales se refiere, en casos prorrusas y en caso proucranianas que han deparado desde el año 2014, según se dice, más de 8.000 muertos y miles de sufridores del conflicto. En fin…
Aquí estamos de nuevo para seguir -ya como final-
con el equilibrio que debe haber entre empresas y trabajadores para una salida
honrosa de todos en el devenir de cada día y que no se generen esas abrumadoras
diferencias actuales a la hora de valorar lo que hacen
unos y otros, especialmente, en lo que a medios de vida con dignidad se merecen
los segundos. Siempre en la creencia de que sin empresas no hay trabajo, pero
que en el sentido inverso -sin trabajadores no hay empresas- tampoco puede
haber la producción necesaria para la vida de todos. Y, antes de seguir con las
excepcionales explicaciones de Thomas Piketty, quisiera decir simplemente que
no se puede hacer una sociedad medianamente justa con los “parámetros” que la
empresa española (igual me da la pequeña, la mediana o la grande) tiene por
religión y que, por desgracia, debido a un sindicalismo convertido en
displicente por un político que, para colmo, es muy valorado por la sociedad,
D. Felipe González Márquez, es aceptada por las nuevas generaciones como único
baluarte para su desigual vivir. Dicho en pocas palabras, como único refugio
para no caer en la pobreza más severa y mantenerse en la pobreza relativa como
principio del “menos es nada” que ciertos grupos políticos propugnan.
Decía Piketty en su apartado sobre “La fiscalidad
progresiva sobre la propiedad y la circulación de capital”, siguiendo donde
nos habíamos quedado en la primera parte: Para evitar una concentración
excesiva del capital, los impuestos progresivos sobre las sucesiones y la renta
deben seguir desempeñando en el futuro el papel que desempeñaron durante el
siglo XX, con tasas que durante décadas alcanzaron o superaron el 70-90 por
ciento en la parte más alta de la distribución de la renta y la riqueza
(particularmente en Estados Unidos y el Reino Unido). Con la perspectiva que da
el tiempo, aquellas décadas se presentan hoy ante nosotros como el período de
mayor crecimiento jamás observado. Sin embargo, la experiencia histórica indica
que estos dos impuestos no son suficientes y que deben complementarse con un
impuesto progresivo sobre el patrimonio, herramienta central para garantizar
una verdadera circulación del capital.
Existen varios motivos para ello. Por una parte, en
comparación con el impuesto sobre la renta, el impuesto sobre el patrimonio es
menos manipulable, especialmente en el caso de las grandes fortunas, cuyas
rentas en sentido fiscal representan a menudo una insignificante fracción del
patrimonio, mientras que la mayor parte de las rentas en sentido económico se
acumulan en holdings familiares y otras estructuras específicas. Si nos
limitamos a aplicar un impuesto progresivo sobre la renta, entonces, de forma
casi automática, los grandes patrimonios pagan impuestos minúsculos en
proporción a su riqueza.
Por otra parte, el patrimonio constituye en sí mismo
un indicador de la capacidad de pago del contribuyente. En este sentido, es tan
pertinente, o más, que la renta anual, que puede variar por todo tipo de
razones que no tienen necesariamente un impacto en el importe de un impuesto
que se diga justo (o que no son las únicas que deben tenerse en cuenta). Si un
propietario posee importantes activos, en forma de casas, edificios, almacenes,
y fábricas, de los cuales no obtiene ningún ingreso significativo, por ejemplo
porque los reserva para su propio uso, esto no debería bastar para eximirlo de
todo impuesto, al contrario. De hecho, en todos los países en los que existe un
impuesto sobre el patrimonio inmobiliario (ya sean viviendas, oficinas o bienes
profesionales de cualquier tipo), como sucede con la property tax en
Estados Unidos o con la taxe foncière en Francia, nadie consideraría la posibilidad de eximir del impuesto a los
grandes propietarios (personas físicas o jurídicas) sólo porque no perciban
rentas algunas de los mismos.
Conviene añadir que, en comparación con el impuesto
progresivo de sucesiones, que también es una forma de impuesto a la propiedad,
la ventaja del impuesto sobre el patrimonio es que se adapta mucho más rápido a
la evolución de la riqueza y de la capacidad de pago del contribuyente. Por
ejemplo, no vamos a esperar a que Mark Zuckerberg o Jeff Bezos cumplan noventa
años y transfieran su riqueza para empezar a cobrarle impuestos. Por construcción, el impuesto de sucesiones
no es una buena herramienta para someter a contribución a las fortunas d
reciente creación. Para eso se requiere el uso de un impuesto anual sobre el
patrimonio, especialmente en un mundo en el que la esperanza de vida aumenta
considerablemente. Nótese también que los impuestos sobre bienes inmuebles que
se aplican actualmente (la property tax o la taxe foncière), a pesar de todas
sus limitaciones, siempre han permitido recaudar ingresos mucho más importantes
que el impuesto de sucesiones. Han sido, además, mucho menos impopulares que
este último. Resulta sorprendente observar cómo, en general, el impuesto sobre
sucesiones aparece en todas las encuestas como uno de los más impopulares,
mientras que los impuestos sobre el patrimonio y la renta son relativamente
bien aceptados, y el impuesto progresivo sobre la fortuna (el ISF en Francia
o la milionaire tax en Estados Unidos) es acogido con éxito. En otras
palabras, los contribuyentes prefieren pagar un impuesto en torno al 1 o 2 por
ciento anual sobre el valor de sus propiedades durante décadas, en lugar de
tener que pagar el 20 o 30 por ciento en el momento en que el patrimonio se
transfiere.
Y sigue Thomas Piketty con otro punto del capítulo
17 denominado: “El tríptico de la fiscalidad progresiva: propiedad,
herencia, renta”. El sistema tributario de una sociedad justa debería
estar basado en tres grandes impuestos progresivos: un impuesto anual progresivo
sobre la propiedad, un impuesto progresivo sobre las herencias y un impuesto
progresivo sobre la renta. El impuesto anual sobre la propiedad y el
impuesto sobre sucesiones aportarían (conjuntamente) ingresos equivalentes al 5
por ciento de la renta nacional aproximadamente (en donde cerca del 4 por
ciento corresponde al impuesto anual sobre la propiedad y el 1 por ciento
restante al impuesto de sucesiones), que se utilizaría en su totalidad para
financiar la dotación de capital. El impuesto progresivo sobe la renta, en el
que también hemos incluido las cotizaciones sociales y un impuesto progresivo
sobre las emisiones de carbono, aportaría en torno al 45 por ciento de la renta
nacional y permitiría financiar el resto del gasto público, en particular la
renta básica y, sobre todo, el Estado social (incluido el sistema sanitario y
educativo, los regímenes de pensiones, etc. sin tocar los impuestos indirectos
-como el IVA- que son extremadamente regresivos y deben ser reemplazados por
impuestos progresivos sobre la propiedad, la herencia y la renta). En concreto,
con unos ingresos en torno al 5 por
ciento de la renta nacional procedente de los impuestos sobre la propiedad y
las herencias, sería posible financiar una dotación a cada persona de 25 años
de edad equivalente al 60 por ciento del patrimonio medio por adulto.
Después habla Piketty en su libro, “Capital e
Ideología”, sobre la Transparencia patrimonial en un solo país, pero no
voy a cansarles nada más que con un último punto sobre “Renta básica y
salario justo: el papel del impuesto progresivo sobre la renta”, aunque,
eso sí, recomendándoles que lean su libro que es muy interesante desde
principio al final. Y dice en este punto: Una versión relativamente ambiciosa
de la renta básica podría consistir en la introducción de una renta mínima
equivalente al 60 por ciento de la renta media después de impuestos para
quienes carezcan de otros recursos. El importe de esta renta mínima sería
decreciente con respecto al nivel de ingresos del perceptor y cubriría
alrededor del 30 por ciento de la población, con un coste total aproximado
equivalente al 5 por ciento de la renta nacional. Añadiendo (sin olvidar que
son resúmenes de todos los puntos tratados del capítulo de un servidor) que una
sociedad justa debe basarse en una lógica de acceso universal a los bienes
fundamentales: la salud, la educación, el empleo, las relaciones salariales y
los salarios diferidos (para las personas mayores -en forma de pensiones de
jubilación- y para los que no tienen trabajo -en forma de prestaciones de
desempleo-). La ambición debe ser la de
una sociedad basada en una remuneración justa del trabajo. Y la renta básica
puede contribuir a ello, mejorando ingresos de la personas con salarios
demasiado bajos. Se trata, sobre todo, del sistema educativo. Para que todo el
mundo tenga la oportunidad de acceder a un trabajo bien remunerado, debemos
dejar atrás la hipocresía de invertir más recursos en los itinerarios elitistas
que en los itinerarios de estudios que más frecuentan los estudiantes
socialmente desfavorecidos. También se trata del derecho laboral y, en general,
del sistema jurídico. Las negociaciones salariales, el salario mínimo, las
escalas salariales y el reparto de los derechos de voto entre los
representantes de los trabajadores y los accionistas pueden contribuir al
establecimiento de salarios más justos, así como a una mejor distribución del
poder económico y a una mayor
implicación de los trabajadores en la estrategia empresarial. Se trata también
del sistema fiscal. Además del impuesto progresivo sobre la propiedad y de la
dotación de capital, que promueve la participación de los trabajadores,
conviene no olvidar que el impuesto progresivo sobre la renta contribuye al
establecimiento de salarios más justos mediante la reducción de las diferencias
de renta propias de una sociedad justa. En concreto, la experiencia histórica
muestra que los tipos marginales del orden del 70-90 por ciento sobre las rentas
más altas han permitido poner fin a remuneraciones astronómicas e innecesarias,
en beneficio, sobre todo, de los salarios más bajos y de la eficiencia económica
y social del conjunto. Cabe recordar que, en ausencia de estos sistemas
públicos, los trabajadores en cuestión tendrían que afrontar importantes pagos
a fondos de pensiones y seguros médicos privados que, en la práctica, pueden
resultar mucho más costosos que los sistemas públicos.
Y termina Piketty este punto diciendo lo importante
que es pensar en la renta básica como parte de un paquete más ambicioso que
incluye la fiscalidad progresiva sobre la propiedad y la renta, la dotación de
capital y el Estado social. Algo muy importante, sumamente importante diría un
servidor, aunque en España sólo lo sea para Unidas-Podemos…, y no para todos
sus líderes, o “lideras”.
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