Servidor tiene el honor de llevar al cuello una cadena de oro con un crucifijo de Jesucristo, acompañada de una sortija con una piedra roja que mi padre lucio durante la mayor parte de su vida en uno de sus dedos. Ninguna de las dos cosas tiene un valor material destacable, aunque sean de oro, si exceptuamos la piedra roja, que desconozco de qué clase de piedra se trata, pero seguro de poco valor. Se estarán preguntando: ¡¿Y qué?! Pues hay dos razones: la primera es que la cadena con el crucifijo es un regalo de mi madre que me aseguró que me traería suerte, y la sortija la llevo al cuello porque no la puedo lucir en ningún dedo y quiero mantener algo de mi padre siempre conmigo; y la segunda razón -muy importante para mí- es que, aunque yo no soy creyente, pero si cristiano (porque así se me hizo cuando, como a la mayoría, no tenía uso de razón y no pude decir si era eso lo que quería ser), lo de Jesús en la cruz significa el sacrificio de una persona por mantener su palabra ante los que sólo pretendían el avasallamiento de un pueblo milenario por la fuerza -como suele ocurrir- sin la razón.
Para mí, como dice Sabina, “Jesucristo el primer
comunista”. Cada vez que leo algo sobre las Navidades pienso que si
verdaderamente existió Jesús como nos lo cuentan, no era sino un auténtico “Gladiador”
de la palabra. Alguien que se enfrentó a los abusos romanos sobre su pueblo y
lo hizo, no luchando en ningún circo romano contra otros Gladiadores (nadie
olvide la considerada mejor película de romanos “Espartaco” con Kirk Douglas de
actor principal inigualable) e incitándolos a la rebelión, sino levantando a su
pueblo contra el Imperio mediante la transmisión de la palabra reclamando
justicia para los suyos. Algo que las huestes de imperialistas de todas las
épocas jamás han permitido: la palabra siempre ha estado perseguida más si cabe
que las propias insurrecciones.
Como olvidar que los nazis lo primero que hicieron
fue quemar todos los libros que les podían hacer más daño que cualquier
levantamiento. Y así ha sido desde tiempos inmemoriales, lo cual demuestra que
Jesús hace ya más de 2.000 años (si como parece está demostrado que existió,
aunque no como nos lo quieren imbuir los cristianos), fue un predicador que
lucía un gran intelecto para convencer a quienes lo escuchaban, de ahí que los
romanos decidieran crucificarlo por “rojo” (o como se dijera en aquellos tiempos).
Su lucha como un gran “Gladiador” de la palabra, era un gran peligro para el
Imperio y, cuando las cosas se ponen así, ya se sabe a dónde conducen.
A continuación, voy a entresacar algo de un
excelente artículo de Luis Arroyo titulado “Jesús y Palestina” para clarificar
mejor quien fue Jesús. Nos dice el Sr. Arroyo, que en la obra de Fernando
Bermejo “La invención de Jesús de Nazaret”, el profesor Bermejo dibuja a quien
con toda probabilidad fue una figura histórica: “un hombre judío de cuyo nacimiento apenas se sabe que
debió ocurrir en Nazaret y que tenía bastantes hermanos. En lo que sí hay una
coherencia histórica es en que ese hombre, al que llamaban Jesús, murió
crucificado rodeado de otros, por lo que parece que se trató de un
sedicioso. La crucifixión en grupo en aquellas zonas, Galilea y Judea –Palestina
no existía entonces con ese nombre–, que en la época eran parte del Imperio
Romano, se reservaba solo a los insurgentes”.
“Hay, según la cuenta de
Bermejo, no menos de 30 elementos historiográficos que permiten deducir que con
mucha probabilidad Jesús fue el líder de un grupo judío que se levantó
contra las imposiciones romanas, narrativa histórica por cierto coherente
también con los evangelios, aunque éstos fueran decorados con cientos de
ornamentos míticos. Y eso es todo: nada más y nada menos. A partir de ahí, el islam
tardaría siete siglos en nacer y extenderse por esa misma tierra. Occidente
trató de “desjudeizar” a Jesús, Roma lo hizo suyo y más recientemente los
nazis incluso “demostraron” que no era judío, sino ario”.
“Partiendo de una
escasísima plasmación histórica, los cristianos han construido el mito más
poderoso de la historia del ser humano: uno que sirve para justificar la guerra
y la paz, que permite predicar la pobreza al tiempo que tolera la codicia, que
tanto castiga como perdona, que se adapta con comodidad y audacia a las
vicisitudes del momento. Una religión capaz, sí, también, de justificar
la “legítima defensa” de Israel frente a los terroristas, al tiempo
que condena los evidentes excesos en su ejercicio. La religión más fácil, en
fin, la más adaptable a los intereses y los tiempos que corren”.
“Por eso haríamos bien
en hacer oídos sordos a las proclamas religiosas de uno y otro lado y en afinar
un poco más el juicio: lo que está sucediendo en Palestina hoy es una violación
de los derechos humanos más básicos. Es una masacre vergonzosa de niños y
mayores en manos de un Estado opresor y un régimen salvaje que trata de hacerse
con un territorio que no es suyo y que está protegido en teoría por los
tratados internacionales. No hace falta apelar a ninguna religión para condenar
sin matices el llanto y la muerte de miles de niños en manos de los demonios
que hoy gobiernan Israel”. Y, desde luego, no es de recibo la proclama del
líder de Israel, ese criminal Benjamín Netanyahu, que aparece al principio del
artículo del Sr. Arroyo, ya que, está sucediendo todo lo contrario con cargo a
su conciencia, suponiendo que tenga alguna, que es mucho suponer: “La felicitación
navideña más delirante y vomitiva ha venido del primer ministro
israelí Benjamín Netanyahu y dura 52 segundos. Felicita a
“nuestros amigos cristianos del mundo”, para afirmar luego que “estamos
enfrentando monstruos que matan a niños frente a sus padres y a padres frente a
sus hijos, que violan y decapitan a mujeres, que queman vivos a niños y que
toman bebés como rehenes. Esta es una batalla no sólo de Israel frente a los
bárbaros. Es una batalla de la civilización frente a la barbarie”.
Pues mira, nazi sionista
asesino: “cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros
sino a la capitulación de los civilizados” (Antonio Muñoz Molina); y claro, por
desgracia, en esta ocasión -como en otras tantas a lo largo del mundo- los
“civilizados” (sobre todo, yanquis y anglosajones) nada quieren saber que no
sea seguir con su negocios armamentísticos.
Y termina el Sr. Arroyo
con lo siguiente: “El Holocausto no puede seguir siendo la justificación de los
crímenes de lesa humanidad cometidos por Israel. Nos llamarán antisemitas a
quienes condenemos la barbarie que estamos presenciando cada día. Pero un
mundo más sano estaría enviando a Gaza fuerzas de paz que detuvieran
la muerte de esos niños inocentes y a Netanyahu y a sus secuaces a La Haya. Y
luego que cada cual rece lo que quiera”.
No sin antes mostrar mi
agradecimiento al Sr. Arroyo -mi escrito sin su ayuda hubiera sido algo inútil-
quiero terminarlo con algo que he entresacado de otro escrito (este no recuerdo
de quién) que muestra como la tierra de Jesús de Nazaret, quizás el primer gran
“Gladiador de la palabra”, está siendo arrasada, paradójicamente, por los que
dicen ser sus descendientes: “En
Palestina sigue el exterminio de un pueblo ante la mirada impasible de la
comunidad internacional. Los periodistas son asesinados por docenas, a los
niños y a las niñas les arrebatan la vida sin compasión. Gaza se ha convertido
en algo parecido a un campo de concentración con hombres, ancianos y niños, en
ropa interior, deambulando al son de los fusiles israelíes. Está todo
destruido: casas, hospitales, iglesias, mezquitas, escuelas, instituciones...
Gaza es inhabitable, pero ni paran los bombardeos, ni los habitantes de la
Franja pueden salir de la trampa”.
¡Mira, Jesús!: Si estás
AHÍ, y como creen los cristianos todo lo puedes, ¿por qué no paras está masacre
de quienes contigo -aunque sea erróneamente- se identifican?