JUAN CARLOS MONEDERO 20/10/2024
Imaginemos
que pudiéramos dibujar un mosaico, tesela a tesela, con sus colores, sus
blancos y sus negros, con lo que cruzó por la cabeza de los que estaban a punto
de perder la vida delante de un pelotón de fusilamiento, ante una cuadrilla de
enloquecidos por el odio; imaginemos lo que pasó por la mente de esa gente
honesta alineada torpemente frente a una escuadra de falangistas, de soldados
con miedo o de voluntarios con ansia de gatillo, fieles de misa y comunión
diarias. Imaginemos que pudiéramos ordenar los trazos de los últimos
pensamientos de esa gente honrada, quizá confusa en ese momento,
sabiendo que los que iban a matar por querer un país más decente y una
humanidad más solidaria, pero sin terminar de entender que pelear por eso pueda
costarte la vida. Entonces nos saldría el dibujo de la España que deseó
siempre la mejor España, el cuadro de luz en la pintura negra de la
península ibérica, el tapiz luminoso donde se trenza la España que no tenemos
pero que quisimos tener y seguimos esperando.
Seria
agosto en Viznar y tendríamos el sueño de Lorca de una Andalucía sin Bernardas
Alba, sin señoritos ni guardias civiles persiguiendo la libertad, a gitanos y
republicanos, cruzado con el espanto de Federico preguntándose: ay Dios
Mío, qué va a ser de nuestro país, si me matan y el dolor de mi tierra va a ser
para siempre.
Sería
marzo en la cárcel modelo y Salvador Puig Antich se lamentaría
de la mala suerte de no ver el final del túnel y con ironía pensó: espero
no seguir el mismo camino que Carrero Blanco.
Juana
Capdevielle, la bibliotecaria del Ateneo asesinada por el furor fascista
Sería
septiembre en Hoyo de Manzanares, en Barcelona y en Burgos y Xosé
Humberto Baena, Ramón García Sánchez Bravo, José Luis Sánchez Bravo, Jon
Paredes y Ángel Otaegui nos dirían que no tenían miedo porque
sabían que la dictadura era la que moría y ellos eran heraldos tristes de ese
anuncio: sabemos por qué nos matan, aunque ellos todavía no sepan
por qué morimos.
Y así
todos los meses del año y tantos años. España siempre ha tenido mala hierba,
esa gente que va apestando la tierra que llevó al exilio a Antonio Machado que
quiso morirse todo lo lejos que pudiera de la España quieta que olía a
cerrado y sacristía. Ese país con tantas heridas, más de tres, y hoy cinco, que
ha tenido sus héroes, que no sabían que era imposible y lo hicieron.
Ese
dibujo hermoso de los capitanes Galán y García Hernández en Jaca adelantándose
a la II República, en el mismo cuadro que el general Riego frente a los
borbones felones, de los maquis que mantuvieron vivo el ejército de la
república, del Empecinado ahorcado por ser popular, de la gente de la 9 que
liberó París para vengar a los que cayeron, de Mariana Pineda y sus agujas al
viento, de las 13 rosas llorando de tan jóvenes, y de los cinco de septiembre
que también eran parte de ese ejército de dignidad que siempre ha sabido que
solo el pueblo salva al pueblo y que por eso siempre se la ha jugado al lado
del pueblo.
En
España, la república siempre ha sido más que un régimen político.
Porque la carcundia de la España deformada de Valle-Inclán siempre
ha sido monárquica y por eso la decencia ha sido republicana; la
carcundia ha sido militarista y la decencia ha estado con la paz; la carcundia
ha sido centralista y la decencia siempre ha sido federalista, sabiendo
que España es un país de países; la carcundia ha sido católica y la
decencia siempre fue agnóstica, atea y si era creyente estaba por la separación
de la iglesia y el Estado; la carcundia siempre estuvo por el bipartidismo y la
decencia por la democracia; la carcundia siempre apostó por el clientelismo
capitalista de rentistas, latifundistas, banqueros y empresarios que pagaban a
pistoleros y financiaban a los borbones, y la decencia siempre fue anarquista,
comunista o socialista.
La
España negra siempre ha fusilado, encarcelado, torturado, exiliado a la Galiza,
al Euskadi, a la Castilla, al León, al Aragón, a las Canarias, a las Baleares,
a la Andalucía, a la Extremadura, a la València, a la Catalunya, a todo el
territorio de la España plural que han mantenido el hilo de la decencia en la
historia.
Imaginamos
los pensamientos de toda esa gente buena que iba a perder la vida por querer
pintar la vida de colores. Y en ese mapa sentido, en ese instante antes de que
el aliento se le fuera por los agujeros de las balas, aparecieron en primer
plano la certeza de que estaban ahí por estar en el lugar correcto de
su historia, y vieron a sus amigos, a sus hijos, a sus parejas, a sus
camaradas, a la gente que entraba en los campos de concentración, a los que
tenían esperanza porque perderla era regalarle otra victoria a los asesinos, a
los que estaban con el pájaro enjaulado y el pez en la pecera que les esperaba
para liberarlos. Se morían con Lorca y Miguel Hernández, con otros 200.000
españoles humildes y severos que se la jugaron para que miremos atrás y no nos
abochornemos del todo. Al fin y al cabo, aquí les costó llegar tres años y
muchos paredones.
También
los cinco, los cinco eternos, nos vieron a nosotros llorándoles, pero sin
perder la fuerza ni la memoria ni las ganas de lucha. Al alba. Y se cruzaron
sus últimos pensamientos con todo lo que hoy nos sigue doliendo en Gaza, en el
Estrecho, en Yemen, en Siria, en Ucrania o donde hay hambre, miseria y
enfermedad.
Y
volvemos a saber con Xosé Humberto Baena, con Ramón García
Sánchez Bravo, con José Luis Sánchez Bravo, con Jon Paredes y con Ángel Otaegui que
porque fueron son y que nos toca ser para que otros sigan. Que no nos
van a quitar la alegría ni siquiera delante de los cobardes que disparan,
porque seguimos sabiendo por qué nos tocó estar enfrente de los fusiles y no
delante, porque elegimos no estar con la España que bosteza.
Porque
nosotros somos los que amanecemos para el amor, mientras que los que nos
quieren quitar la vida amanecen solo para fusilar con las primeras luces del
Alba. Nuestro amanecer es otro. Al alba
seguimos recordándoos porque al recordaros, nuestra dignidad se refuerza y
sigue adelante. Gracias porque recordándoos como gente más decente.
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