DESIGUALDAD
SOCIAL
Según
el amplio informe de un periodista de gran prestigio, “la sociedad española
camina hacia una sociedad de castas”. La igualdad de oportunidades se queda en
papel mojado. El mundo es injusto y desigual. En España más que en muchos otros
lugares. La inequidad reina como en pocos sitios. Cualquier español que nazca
en una familia con bajos ingresos tarda cuatro generaciones (120 años) en
conseguir un nivel de renta medio. El origen familiar condiciona cada vez más
el nivel de ingresos. Tener un buen origen familiar en términos educativos y económicos es casi
una garantía de disfrutar de una mejor perspectiva laboral. La Gran Recesión demostró el axioma El azar del
nacimiento sentencia a millones de españoles de clase trabajadora a empleos
precarios, peor pagados y con menos prestaciones sociales. En una economía de
baja movilidad, no sólo estamos pagando demasiado por la mano de obra de un
grupo de privilegiados, sino que tratamos de prosperar con trabajadores menos
cualificados. En España la movilidad dentro de una misma generación es un
ascensor parado. Un trabajador puede desarrollar toda su vida laboral sin
saltar al siguiente peldaño. El 66% de los españoles, según la OCDE, dentro del
quintil más bajo (el 20% más pobre) de la escala de ingresos, se quedará ahí,
estancado. Un abismo, pues la media en los países más ricos es del 57%. El
problema no es que el ascensor no funcione, sino que la desigualdad en la renta
ha aumentado. Lo preocupante de una elevada inequidad es que fragmenta la
sociedad y provoca un fenómeno de polarización, o sea, prende el populismo. La
reducción en España de la inequidad, en las capas más bajas de la sociedad, ha
tenido un frenazo desproporcionado. Ahora los trabajadores menos cualificados
reducen su jornada, merman sus ingresos, y esto afecta a la educación de sus
hijos. En España, los más débiles se adhieren a la precariedad, los ricos se
adhieren a la abundancia. No existen recetas milagrosas para acelerar el
ascensor social. Los economistas proponen reforzar el apoyo a los parados,
subir salarios, incrementar la productividad y mejorar el PIB. Pero esta idea
consume en España un tiempo de generaciones, la política no está por la labor. Los
ricos siempre ganan. Cada vez hay más gente acaudalada en el mundo y cada vez
sus cuentas corrientes son más generosas. En 2018, había en el planeta 42,2
millones de personas con activos financieros valorados en un millón de dólares
o más. Se trata de 2,3 millones de personas más que en 2017, según el último
Informe de la riqueza mundial, elaborado por Credit Suisse. Además, todas estas
fortunas suman un patrimonio de 317 billones de dólares, el equivalente a más
de 300 veces el PIB de España. EE UU lidera la clasificación de riqueza, con el
41% de todos los millonarios. Sin embargo, es China donde más rápido está
creciendo este colectivo. El pasado año, añadió a su lista 186.000 nuevos
millonarios. Estas mareantes cifras contrastan con el hecho de que el 64% de la
población adulta mundial vive con un patrimonio inferior a los 10.000 dólares. Una
urgencia en un planeta donde las 26 personas más ricas acumulan tanto como los
3.800 millones de pobres. La fractura entre ricos y pobres tiene efectos
dañinos en la salud, la expectativa de vida y los valores básicos humanos.
Richard Wilkinson —uno de los grandes expertos mundiales en desigualdad— ha
demostrado que las sociedades más igualitarias son más felices y sanas. Ha
demostrado que la desigualdad afecta a la salud mental, la mortalidad infantil,
los homicidios y la esperanza de vida.
Para acabar:
España es una tierra de puertas giratorias, con familias enriquecidas durante
el franquismo a golpe de imprenta del Boletín Oficial del Estado (BOE), y en la que
el mejor “LinkedIn” todavía son las relaciones familiares. La heráldica de
quienes ocupan el poder político, financiero o empresarial, recuerda a la vivida hace más de
40 años. Familias como los Cortina, Carceller, Gay de Montellà, Lara Bosch,
Samaranch, Suqué-Mateu (Grupo Peralada), Vilarasau, March o Abelló traen ese
murmullo. Si viajamos al presente, la Bolsa y sus aledaños, parecen el patio de
recreo, entre otros, de los Durella, Villar-Mir, Del Pino, Grifols, Ortega,
Andic, Entrecanales, Escarrer, Lladó. Y en una época que reivindica una
política nueva, durante años, España no ha dejado de escuchar apellidos
(Cabanillas, Ruiz-Gallardón, Fernández-Miranda, Arias-Salgado, Dancausa,
Trillo-Figueroa, Rato, Posada) que ya eran relevantes en la dictadura. Los
muertos, diría el filósofo Auguste Comte, todavía gobiernan a los vivos. “El
nepotismo y la ausencia de meritocracia tienen repercusiones directas sobre la productividad
y el crecimiento potencial, y es uno de los retos de las empresas españolas y
también de la universidad y la política”, reflexiona el economista José Carlos
Diez.
Y ahora que
hay elecciones, que cara más dura tienen estos políticos. Los que en más de 40
años no han sido capaces -o no han querido, que es más creíble- cambiar nada de
nada, nos hablan de derechos sociales, de progreso, de bienestar, de empleo, de
dignidad, etc., ¡como si fueran demócratas! Y, salvo raras excepciones, son
cuatro aprovechados vividores.
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