ROBAR NIÑOS
Como cada año por estas fechas, suelo escribir unos párrafos haciendo hincapié en algo relacionado con la Navidad. Este año me voy a centrar sólo en los niños. Pero no en esos niños que disfrutan tanto con los alumbrados millonarios de las ciudades (a costa de los sufridos contribuyentes que ven como lo “superfluo” se antepone a las necesidades sanitarias y educativas cada vez más precarias) y con los juguetes de papá Noé o de los reyes magos. No, en ellos no, porque son unos privilegiados que pueden disfrutar con sus padres y madres biológicos y, a su vez, esos padres y madres pueden disfrutar de ver crecer a esos niños sanos y fuertes. Y no voy a entrar en la pobreza que sufren tantos y tantos miles de niños -en España, por cierto, escandalosa- que, desgraciadamente, emulan a ese Jesús de los cristianos que nació pobre y vivió pobre, y que nunca podrán gozar de esos bienes materiales que de pequeño tanto ilusionan y que estas fechas se conmemoran.
Tengo una nieta con tres años recién cumplidos que
es una niña encantadora -como la mayoría de los niños y niñas de esa edad y
mayores, obviamente- con unos pelos erizados que dan señal de la clase que,
cuando sea mayor, va a poseer. Es una niña fuerte física e intelectualmente,
que maneja su móvil con mayor agilidad que el abuelo que suscribe estas letras,
que da las gracias cuando te pide algo y se lo das (quién me lo iba a decir a
mí que soy de la generación del descontento generalizado que no conoció eso de
dar las gracias hasta ya muy mayor y no en todos los casos), que lo hace casi
todo de manera autónoma y que adora a sus padres (especialmente a su padre,
seguramente, porque está menos tiempo con ella) y que tiene en un pedestal
-como antiguamente se decía- a sus abuelos que no escatiman nada para hacerla
feliz.
Dicho esto último, a modo de referencia general, se
me pone el pelo como a mi nieta cuando leo que durante el régimen de Franco,
esas novicias que tanto quieren a Jesús y que viven para Él y por Él rezando la
mayor parte de su tiempo y consagrando su vida en hacer que la de otros sea más
llevadera, se dedicaban a ROBAR NIÑOS en los hospitales para los ricos y
señoritos que no podían perder el tiempo procreando (sobre todo las mujeres,
por aquello de perder algo de su físico y la belleza de sus cuerpos tras un
parto peligroso a veces, y muchos maridos que, cómo ahora se ha dejado entrever
con el Caudillo, eran estériles). ¿Se imaginan lo que pensarían esas madres
cuando se les comunicaba que sus hijos no habían venido al mundo sin darles
ninguna explicación convincente que no fuera que habían nacido muertos? ¿Se
imaginan a esos padres esperando la inmensa alegría que supone tener un hijo -quizás
la mayor que existe- cuando se les decía que no eran padres todavía, en muchos
casos sabiendo cómo funcionaba el percal y la interdicción hospitalaria al respecto?
Es algo tan inhumano, que cuesta aplicarle un adjetivo que lo defina
literalmente. Quizás alguno de estos pueda hacer que se imaginen -que nos
imaginemos- lo degenerado de ese tipo de cosas en personas que dicen vivir para
los demás superando con creces -que ya es difícil de superar- la pederastia en
los varones religiosos por lo cual ha tenido que pedir perdón el mismísimo
Papa: Cruel, brutal, sanguinario, atroz, fiero, impío, desalmado, monstruoso,
sangriento, carnicero, encarnizado, empedernido, perturbado, salvaje,
inhospitalario, rencoroso, encolerizado, bárbaro, incivil, despiadado,
intransigente, perverso, vengativo…, etc., etc.
Vivimos uno tiempos difíciles por culpa de una
Monarquía Parlamentaria que no es otra cosa que una real plutocleptocracia
política; pero, afortunadamente, ningún matrimonio ni ninguna madre puede temer
que le ocurra con un hijo que se lo ROBEN en un hospital. Y ese famoso chiste
del médico al que se le cae el niño recién nacido y se mata y dice a la madre:
“Hay que ver lo que se escurren los niños que nacen muertos”, ya no es de
recibo en ningún hospital ni clínica del país. En España, se roba mucho -más de
lo inimaginable- pero, afortunadamente, no se roban niños en ningún hospital y
mucho menos por ninguna monja o cualquiera del clero a pesar de los pesares.
Los niños nacen con todas las garantías…, afortunadamente. Lo pude comprobar “in
situ” cuando nació mi nieta.
Los padres y los abuelos podemos celebrar -incluso
con sus carencias propias de la época- la Navidad en familia y en paz. Lástima
que no lo puedan hacer tantos miles y miles de niños que la avaricia del mundo
tiene sin pan y a los que hay que añadir por la pandemia los que se encuentren
entre esos 500 millones más de pobres.
Feliz Navidad y un año nuevo sin pandemia, aunque
cueste creerlo.
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