Como prometí en mi último escrito dedicado a la Deuda Pública, hoy me voy a sumergir en algo que, para los que no somos economistas, resulta un poco “aventurado” tratar.
Lo primero que, como un servidor, Vds. se estarán
preguntando qué es eso de “dinero fiduciario”. Bueno, me refiero a los lectores
de a pie, los que tienen formación académica acreditada no necesitarán que se
les explique porque lo saben sobradamente. Pero, para los antedichos de a pie,
dinero fiduciario es aquel dinero en papel que no tiene otro respaldo que el
del propio país que lo imprime. Lo cual significa que hay que fiarse de ese
país y que puede uno salir, como vulgarmente se dice, trasquilado. El
Diccionario Jurídico de la RAE lo define como “dinero cuyo valor no viene dado
por la existencia de unas reservas que lo respalden, sino por la confianza que
inspira en su emisor”. Está más que claro en qué consiste. Y, desde luego, que
el emisor sea uno de esos países tan prósperos -que dicen- como, por ejemplo,
los EEUU o el Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Japón, China, etc., no
significa, en absoluto, que haya que darlo por bueno, pues, como ya expuse en
mi escrito anterior, todos sin excepción están “entrampados” con una Deuda muy
por encima de su PIB y eso no dice nada en su favor, aunque, reitero aquí, lo
de la Deuda sólo significa, en mi modesta opinión, mucho dinero en intereses
para la Gran Banca, porque la Deuda en sí me da que no se va a poder abonar
nunca. Por tanto, claro está, que ningún país debería darle más cuerda al
“juguete” de la que tiene, o sea, sin emitir más de lo que resultaría
medianamente creíble, que sería un simple y llanamente “allanamiento del
llano”, por no decir una engañifa, una trapacería, una trápala, un desfalco, un
camelo, una superchería, un… como lo quieran llamar; esto suponiendo que no haya
ocurrido ya en más de un país de los antes citados y parte de su dinero no
tenga ningún valor por muy país que se precie de ser ejemplar monetariamente
hablando. No hace falta nombrar a qué país me estoy refiriendo.
Cualquiera que no sepa del dinero fiduciario se hará
muchas preguntas al respecto, pero no tengo intención de alargar demasiado este
escrito con preguntas y respuestas, las tienen todas en Google, simplemente,
poniendo “dinero fiduciario”. Sí quiero, por el contrario, extraer lo que
considero más interesante sobre el tema de dos artículos de un excelente
escritor y articulista del que, por el momento, prefiero no desvelar su nombre
ni las fechas de sus artículos… para evitar posibles críticas infundadas, no
por lo que expone -que no tiene alternativa alguna para poder desmentir- sino
por sus fuertes “inclinaciones” religiosas (ni que decir tiene, católicas) que
más de uno aprovecharía para hacer las consiguientes depuraciones de alguno de
los escritos que en nada tienen que ver con la religión, aunque emplee algún “símil
bíblico” en alguna parte de uno de ellos o de ambos. Lo cual, por otra parte,
no dejaría de ser, obviamente, nada más que producto de su amplio “talante” religioso
que ahora no viene al caso discutir.
El primero de eso dos escritos, que él llama “dinero
imaginario” (que transcribo en parte), comienza así: “A nadie se le escapa que
el dinero es, desde sus mismos orígenes, una convención humana. Hubo alguien,
allá en la noche remota de los tiempos, que decidió atribuir a determinados
metales (preciosos los llamaron, aunque su precio se lo otorga nuestra
imaginación) un valor para el comercio: eligió el oro y la plata, como podía
haber elegido los cantos rodados de las playas; o dicho con mayor precisión,
eligió el oro y la plata en lugar de los cantos rodados de las playas porque
estos últimos eran demasiado fáciles de conseguir y habrían provocado una
“hinchazón” de riqueza imposible de soportar. La disponibilidad escasa de los
metales preciosos garantizaba que la riqueza no se desmandara; y, sobre todo,
que circulara bajo el control de quienes tenían capacidad para extraerlos de
las entrañas de la tierra, que acabaron siendo los reyes, o aquellos a quienes
los reyes concedían licencia para hacerlo.
Hubo un momento de la historia en que el “dinero
real” (que, sin embargo, era una convención humana) se convirtió en “dinero
fiduciario”. Las monedas de oro o plata fueron sustituidas por certificados
(billetes o pagarés) que aseguraban la existencia de un depósito suficiente de
oro y plata que el tenedor podría hacer efectivo, presentando tal certificado
en la entidad emisora de la moneda. Era, pues, un dinero más “irreal” todavía
que el “dinero real”, pues además de aceptar una convención humana aceptaba que
los compromisos asumidos por los humanos merecen “fiducia”, confianza.
Más adelante, continúa: “Este “dinero fiduciario”
fue poco a poco siendo sustituido por lo que, no sin ironía, denominamos
“dinero fiat” (“hágase”, en latín), que ya no promete a su portador entrega de
oro o plata alguna, que ya no se apoya en realidad convenida alguna, sino que
es producto de un acto discrecional del gobernante, que “crea” por decreto un
dinero que carece de respaldo. Durante algún tiempo, este “dinero fiat” -los
billetes y monedas que todavía hoy manejamos en nuestras transacciones- llegó a
representar, siquiera en parte, un valor convencional que se podía hacer
efectivo puesto que el emisor disponía de reservas de oro y plata suficientes.
Pero, a medida que el uso del “dinero fiat” se fue generalizando, dejó de tener
equivalencia real alguna. Hoy, las reservas de oro y plata que obran en manos
de los bancos emisores son meramente simbólicas; y el valor que poseen los
billetes y monedas que intercambiamos es tan solo nominal, ni siquiera fundado
en la confianza, sino más bien en un engaño que todos admitimos (por miedo o
avaricia), en nuestra dependencia, ¿esclavitud?, del gobernante que lo ha
“creado” por decreto”.
“Pero aún la imaginación humana ideó otra forma de
dinero aún más separada de la realidad; un dinero que propiamente no puede ser
designado “convención”, puesto que no existe sino como ficción incorpórea,
representada mediante cifras que se pasean como fantasmas por las terminales
informáticas. Este “dinero imaginario” empezó siendo una traducción de dígitos
de “dinero fiat” que circulaba en las transacciones comerciales: pero pronto
fue engordando, mediante operaciones bursátiles y especulativas, hasta
duplicar, triplicar, cuadriplicar (y así hasta el infinito) el “dinero fiat”
existente; a su condición voluble y quimérica suma otro rasgo fatal: cada vez
que ese dinero imaginario se hace efectivo (o sea, cuando el especulador quiere
“cobrar” el fruto de su especulación) detrae esa cantidad del “dinero fiat”
circulante, con lo cual lo reduce cada vez más; o bien obliga a los gobiernos a
“crear” más “dinero fiat” por decreto (o sea, a darle a la manivela de
estampillar billetes), con lo cual su valor -su poder adquisitivo- cada vez es
menor. Se puede mantener la ficción por más o menos tiempo, pero la ficción
acaba dándose de morros con la realidad; y cuanto más se trata de mantener la
ficción, más morrocotudo es el morrazo: pues la realidad es que ese dinero
imaginario que se ha convertido en la piedra angular del sistema es -por
parafrasear a Góngora- humo, polvo, sombra, nada”.
Antes de seguir, quiero hacer una breve reflexión al
respecto: “No entiendo por qué se preocupan tanto las restantes CCAA por la
posible “condonación” de una parte de la deuda de Cataluña -que no es toda con
el Estado- sí, como estamos viendo en este escrito, posiblemente, sea “dinero
fiduciario” que no vale nada… como el de las demás, obviamente. O sea, “condonar” algo que no tiene valor
alguno no deja de ser algo absurdo que no debería acarrear mayor preocupación,
pero bueno…
Siento de veras que mis escritos sean demasiado
extensos; mas, por otra parte, me disculparán porque procuro no darles “la
tabarra” más de una o dos veces al mes. Y sólo lo hago por mi ansia de informar
lo más posible sobre algo que es de suma importancia para nuestro devenir
diario, sin ninguna pretensión literaria que, obviamente, mi poca formación
evidencia.
Pero, sigamos con el segundo artículo -publicado,
prácticamente, un año después- sobre el “dinero
fiduciario” que el autor titula “Dinero de mentira” y que dice así: “Se anuncia
que varios bancos centrales (que son los que hacen girar la manivela de la máquina
de estampillar billetes), en acción concertada, van a “inyectar liquidez” a los
bancos comerciales para facilitar su financiación. Por supuesto, el anuncio ha
sido acogido con alborozo por las principales bolsas del mundo, que han sacado
pecho siquiera por un día (con esa fatuidad irrisoria con que saca pecho el
tuberculoso terminal), y celebrado por los medios de adoctrinamiento de masas,
encargados de mantener cretinizada a la gente mientras la expolia. Cuando,
dentro de un siglo, se estudie el hundimiento del capitalismo financiero, los
historiadores se llevarán las manos a la cabeza, horrorizados de que tanta
gente se dejase embaucar, llevada al matadero de la mano por sus mismos
verdugos, en quienes llegó a ver a sus salvadores. Para explicar un suicidio
colectivo de tal magnitud hace falta una explicación de índole sobrenatural; y
tal explicación nos la brinda el Apocalipsis cuando narra la caída de la gran Babilonia
(tan semejante, por cierto, a la caída del capitalismo financiero): “Del vino
del furor de su prostitución bebieron todas las naciones”. El vino de
prostitución del que todos hemos bebido durante los últimos años es, como
explicaba el filósofo Santayana, la creación de una “niebla de las finanzas
vagabunda, nominal, inmaterial, que mañana puede destruirse y desvanecerse como
un sueño”. El mañana que profetizaba Santayana ya ha llegado: lloran y hacen
duelo los reyes de la tierra -los politiquillos de la Unión Europea, el falso
mesías negro de Yanquilandia- que con ella fornicaron y se dieron al lujo;
lloran y hacen duelo los mercaderes -plutócratas- que se enriquecieron con el
poder de su opulencia; y lloramos nosotros, pobre gente cretinizada, porque
vemos desvanecerse ese sueño.
Sigo, después de saltarme una pequeña parte del
artículo. Van a “inyectar liquidez” en los mercados financieros, nos dicen; lo
que, traducido al román paladino, significa que van a fabricar un dinero de
mentira, haciendo girar la manivela de la máquina de estampillar billetes. Un
dinero que carece de respaldo alguno; un dinero desligado de la riqueza real; un
dinero “de naturaleza vagabunda, nominal, inmaterial”, que permitirá que los
reyes de la tierra sigan endeudándose y que los mercaderes sigan realizando sus
operaciones bursátiles; un dinero, en fin, que aumentará todavía más la burbuja
especulativa y que sólo podrá corporizarse -cuando los reyes de la tierra
tengan que pagar los plazos de su deuda, cuando los plutócratas tengan que
repartir dividendos entre sus socios y accionistas- drenando liquidez a la
economía real; o sea, saqueando nuestros ahorros, acribillándonos a impuestos,
reduciendo nuestros salarios y pensiones.
Lo malo de fabricar dinero de mentira, sin respaldo
alguno de la riqueza real de las naciones, no es que se crea una “burbuja”; lo
malo es que la “burbuja” creada, para no estallar, trata a toda costa de
abastecerse (de rellenar su oquedad) a costa de la economía real. La única
solución es frenar la expansión de los mercados financieros y reactivar la
economía real: volver a trabajar la tierra, volver a producir bienes, volver a
comerciar con el fruto de nuestro trabajo. Y termina su artículo así:
Exactamente lo que los sacerdotes de Babilonia desean evitar a toda costa
mientras nos llevan de la mano al matadero”.
Seguramente haya mucha gente que no lo veremos, pero
no hay ninguna duda de que este capitalismo desmesurado (con dinero sin
respaldo legal) explotará tarde más o tarde menos; pero, mientras eso ocurre,
un selecto Club se está atiborrando de bienes materiales mientras más de media
humanidad sufre las consecuencias del expolio casi total de su trabajo y de su producción
de dichos bienes; y encima, sino se aviene, recibe el “trato” que está -ahora mismo-
recibiendo esa pobre gente de la Franja de Gaza (cerca de ¡cuatro mil niños
asesinados!, un total “infanticidio” consentido por el resto del mundo) por,
única y exclusivamente, tratar de que no le ROBEN más parte de su tierra de la que
ya le robaron los ingleses para que naciera ese Estado, hoy día, un vulgar
Estado genocida (escondido en el holocausto que los nazis -como ellos ahora- perpetraron
en la II Guerra Mundial) valiéndose del armamento de, como dice el autor de parte
de este escrito, Yanquilandia.
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