LA CHARLA
Hablaban dos
amigos, uno andaluz y el otro extremeño,
de la política de sus respectivas CCAA.
Ambos coincidían
en que en esas CCAA era cierto lo que dijo un tal Jaume Perich: “La democracia
es el menos malo de los sistemas políticos conocidos, pero es perfectamente
posible empeorarla”. Ciertamente, en Andalucía y Extremadura -y en toda España
en mi opinión- ocurre eso que se llama “conciencia errónea”, es decir, lo que
con ignorancia -o quizás sin ella- juzga lo verdadero por falso, o lo falso por
verdadero, teniendo lo bueno por malo o lo malo por bueno. En las dos CCAA de
estos amigos, me da que lo segundo ha sido bastante más utilizado: dar lo malo
por bueno. Y así lo creían ellos por su manera de expresarse.
-Qué me dices de
los Alcaldes, dijo uno de ellos: Son, sin apenas excepciones, intermediarios de
empresas que sólo piensan en llenarse sus arcas o las de sus respectivos
partidos…
-Pues qué me
dices tú de los Altos Cargos, Presidentes, Consejeros, Diputados y demás que se
han dedicado a crear eso que dicen llamar “Administración Paralela” en la que
para mantenimiento del clientelismo que les hace ganar siempre las elecciones
se gastan una fortuna en mantener empresas publicas que acaparan miles de
millones del presupuesto autonómico. Según se ha publicado, sólo en Andalucía, la
friolera de ¡13.000 millones de euros! del presupuesto anual, de los ¡45.000
millones! que se presupuestan cada año allí…
-Que burrada,
supongo que en Extremadura, como somos menos, y hay menos empresas públicas
(280 aproximadamente en Andalucía y sólo unas 80 en Extremadura) los miles de
millones serán menos, aunque seguro que no proporcionalmente, claro…, para los
partidos políticos sólo hay proporcionalidad en los repartos de sus gerifaltes.
-Bueno, si bien
se mira, tampoco es tanto. Si lo comparamos con los gastos del país, fíjate que
sólo la flota de coches oficiales, ¡39.600 vehículos!, cuestan cada año ¡1.901
millones de euros!
-En fin, como
dice El Roto: “Cuando descubrí que el orden económico producía desorden social,
me quitaron la beca”. Sí, Antonio, esto no se puede aguantar: los peores salarios,
las pensiones más bajas, la mayor pobreza, la precariedad laboral más alta del
país, la Sanidad y la Educación por los suelos, y en Andalucía por lo menos hay
trenes, etc., etc.; o sea, como dijo un cura hablando con un pobre: “Lo siento,
quizás debimos habérselo dicho antes: lo del infierno nos lo inventamos”. Y ya
se sabe: “Todo lo que endurece desmoraliza”, pues como es sabido, “las malas
leyes hallarán siempre y contribuirán a formar hombres peores que ellas
encargados de ejecutarlas”, como señaló Concepción Arenal. Pero, claro está:
“La dignidad, los principios, la moral y la integridad son virtudes que los
modestos y los pobres apenas se pueden permitir”, según explicó Javier Marías
en uno de sus brillantes artículos.
De modo que,
para acabar la conversación, Antonio (el andaluz), le dijo a Juan (el
extremeño):
No me explico como
vosotros los extremeños, que sois hijos de los más valientes guerreros, no os
tiráis a la calle al estilo de esos chalecos amarillos de Francia. Mejor, en
vez de Extremadura, haberle puesto a vuestra tierra Extremablanda. A lo que
Juan contestó: Pues mira, Antonio, por la misma razón que vosotros, que nueve
de cada diez, por lo que se ve, trompan y os sablean sin el más mínimo cuidado,
no le llamáis a vuestra Andalucía, Andacandil, porque lucir, luce poco.
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