MIGRACIÓN,
EMIGRACIÓN E INMIGRACIÓN
Estos conceptos
son a menudo tratados por los medios de comunicación -especialmente las
televisiones- de forma tan equivoca que confunden a la opinión pública hasta el
punto de que no hay manera de saber qué es lo que realmente está pasando: tan
pronto se llama migrantes a los que vienen en pateras como inmigrantes o
emigrantes, sobre todo al ser recogidos -a los que tienen la suerte de que sea
así y no se ahogan en el empeño- por alguno de esos barcos salva vidas, en
casos, estimados parte de las mafias que operan en los países de salida (caso
de Marruecos, considerados “nuestros hermanos”, por la realeza), obviamente,
con todos los gobiernos europeos pasando olímpicamente del tema, culpando al
vecino cuando no a la UE para justificar su inoperancia y su dejadez o pocos
escrúpulos con las miles de víctimas que este éxodo está produciendo.
Las migraciones
son algo común de todas las épocas, sino cómo se explica que haya españoles –y
gente de todos los rincones del mundo- en otros países ya afincados desde hace
muchos años. Las causas económicas y sociales actuales en África no tienen
discusión posible, y no creo que nadie ponga en duda que gran parte de este
Continente ha sido expoliada durante siglos por los holandeses, belgas, y muy
especialmente, por los ingleses y franceses además de los españoles. Ahora no
nos queda otra que admitirlos sin rechistar puesto que les hemos robado lo que
era suyo y lo que les hubiera supuesto un mejor desarrollo y poca o ninguna
migración.
Lo de emigrar no
hace falta mucha aclaración: son personas que salen de sus países por motivos
de las situaciones económicas y sociales como consecuencias de la mala política
o de algún pos- enfrentamiento civil. Así nos ocurrió a los españoles en los años
60 cuando muchos tuvieron que emigrar a Alemania sobre todo, o a Suiza y a
otros países de medio mundo: El Régimen no daba para vivir y hubo que dejar la
familia, los amigos y a los compañeros -con lo que eso duele- y salir del país
en busca de un futuro un poco más halagüeño. Somos pues un país de emigrantes,
lo que significa que tenemos que mirar con los ojos abiertos del todo a muchos
de los que llegan buscando una vida mejor, no sólo a futbolistas y faranduleros
o esos señoritos que por comprarse una casa se les concede sin más la
nacionalidad y luego nos encontramos con un gran aumento de las mafias de todo
tipo, como, por cierto, ya está ocurriendo en las zonas costeras sobre todo.
Inmigrantes es
ya otro cantar: No hay derecho y es ignominioso que, mientras las raleas
políticas se ponen las botas con sueldazos y robando a manos llenas (¡55.000
millones de €/año), muchos españoles -jóvenes en su mayoría, ¡21.000! en
Extremadura en unos años- hayan tenido que salir de sus CCAA y habituarse a
vivir en otras -con lo que eso significa- por culpa del político de turno que,
por las comisiones correspondientes previsiblemente, protege a empresarios
ilegales y corruptos que los querían explotar, cuando no esclavizar.
En resumen: El
que todavía pueda, emigre del caciquismo criminal, de la precariedad y la
pobreza, de la injusticia, de la discriminación, del analfabetismo socio
político, de la incultura y el subdesarrollo social, político, económico y
humano. Antes de que ocurra lo que dijo, quiero recordar, Bertolt Brecht:
“Antes eran los pobres los que no tenían nada; luego, los emigrantes eran los
pobres; después los pobres eran los parados; al final los que tenían trabajo se
convirtieron en pobres, pero entonces ya era tarde, porque la pobreza se había
convertido en la situación normal”.
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