MOISÉS NAÍM
Las fuerzas
que cambian al mundo no siempre son visibles. Algunas son producto de cambios
graduales, subterráneos, que modifican todo sigilosamente hasta que, de
repente, descubrimos que el mundo que conocíamos ya no existe. Actualmente,
están proliferando eventos de alto impacto que no reciben la atención que
merecen. De esta lista de inestabilidades, destacan tres: la despoblación
global, la criminalización del Estado y la fragilidad de China.
Los países
con mayores ingresos se están despoblando. Cada vez más, las tasas de
fertilidad han caído muy por debajo de lo requerido para contener el declive
poblacional. La ONU estima que en 2080 habrá más personas mayores de 65 años
que jóvenes menores de 18. Además, un estudio de The Lancet proyecta que
para el año 2100, 183 de 195 países tendrán tasas de fertilidad por debajo del
nivel de reemplazo. Esto tiene su lado positivo, pero cuando las tasas de
natalidad son excesivamente bajas se generan presiones sociales y políticas
difíciles de manejar. Un caso extremo es el de Corea del Sur, donde las mujeres
tienen en promedio 0,78 hijos. Esto derivará en una sociedad desbalanceada, con
un número ínfimo de trabajadores que deben sostener a una masa inmanejable de
ancianos. Muchos otros países avanzados van por el mismo camino.
La segunda
tendencia es el auge de gobiernos que adoptan estrategias, tácticas y modos de
operar que son típicos del crimen organizado. La criminalización del sector
público es una tendencia mundial y al alza.
Crecientemente,
cuerpos policiales y de seguridad del Estado, militares, jueces, centros
carcelarios, aduanas y controles fronterizos están bajo el control de bandas
que manejan inmensos recursos financieros, poder político, redes
internacionales y el uso de la violencia. Un significativo grupo de
organizaciones criminales ha pasado de operar a nivel nacional a actuar
regionalmente y, en algunos casos, mundialmente.
El aumento
de la violencia suele acompañar el auge de la criminalidad organizada y
enquistada dentro de los gobiernos. Un estudio del Banco Interamericano de
Desarrollo revela que América Latina pierde hasta el 3,44% de su PIB por crimen
y violencia, más del doble de lo que se dedica a la asistencia social.
El crimen
organizado —con frecuencia asociado con gobiernos autocráticos— tiene enorme
presencia en África, Asia, Eurasia y los Balcanes.
Los carteles
de la droga en México controlan grandes extensiones del territorio nacional y
operan en Sudamérica, Norteamérica y Europa, al mismo tiempo que las bandas
narcoguerrillas colombianas, y nuevas bandas criminales en Venezuela extienden
sus operaciones por toda la región.
Los
organismos públicos encargados de enfrentar esta amenaza se están viendo
desbordados, mientras que los carteles criminales gozan de una influencia sin
precedentes.
La tercera
tendencia que merece más atención de la que ha tenido es la fragilidad de la
economía china. Hasta hace pocos años, se discutía cuándo superaría la economía
china a la estadounidense. Hoy, nadie habla de eso. La atención se ha
desplazado hacia los desequilibrios fiscales y financieros de China, las
impopulares medidas que el Gobierno deberá tomar para estabilizar su economía y
la grave amenaza de una posible guerra comercial con Estados Unidos. La
situación económica de China no es sólida. Su tasa de crecimiento del PIB ha
caído significativamente, pasando de 9,5% entre 2000 y 2010 a 2,2% en 2020 y 3%
en 2022, muy por debajo del objetivo oficial de alcanzar el 5,5% de
crecimiento. El aumento de los aranceles de EE UU a los productos importados desde
China asestaría un fuerte golpe a la economía del gigante asiático.
Inevitablemente,
el malestar económico afecta la estabilidad política. Por más que China sea una
férrea dictadura, con el poder altamente concentrado en su líder, Xi Jinping,
el riesgo de inestabilidad existe. El descontento interno crece: tan solo en un
mes, el pasado octubre, el grupo China Dissent Monitor registró 435
protestas públicas, la cifra más alta desde que se llevan registros. Poco
después, el Gobierno obligó a maestros, a funcionarios públicos y a ejecutivos
a depositar sus pasaportes en las oficinas de las autoridades locales. Esta es,
claramente, una muestra del grado de preocupación que hay en los altos centros
de poder. Nada temen más los líderes chinos que perder el control de calles y
plazas y los centros urbanos.
A pesar de
esta fragilidad, China mantiene fortalezas estratégicas muy importantes. Su
enorme tamaño y más concretamente su mercado interno, su alta competitividad
internacional, inmensa capacidad manufacturera y su control de minerales
críticos para la economía digital le otorgan ventajas significativas. Los
embargos impuestos por China a la exportación de estos minerales
indispensables, por ejemplo, causarían estragos en la economía global.
China no
necesita convertirse en la primera potencia mundial para generar inestabilidad
en el resto del mundo. Este mundo también sufre de gran inestabilidad: entre
otras cosas, por la despoblación y la criminalización de los Estados. Las
tendencias subterráneas no ocurren de forma aislada: se influencian entre sí,
potenciando sus efectos.
Y estos
efectos no se pueden ignorar. Ya están con nosotros.
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