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lunes, 2 de diciembre de 2024

01/12/2024 - ¡NO, PAPÁ, ESO ES UNA NOTICIA FALSA. PERO ¿CÓMO VA A SER FALSA SI DICE LO QUE YO PIENSO?!

Cándido Marquesán Millán 01/12/2024

El daño que generan los bulos a nuestra democracia es incuestionable. Son una auténtica máquina de siembra de odio. Su uso es para conseguir una rentabilidad económica, polarizar a la sociedad y volverla desconfiada y descreída y así alcanzar rentabilidad política. Se aduce que son producto de la Redes (a)Sociales, pero también los generan y divulgan medios de comunicación y algunos políticos en nuestro Parlamento. Ejemplos contundentes: “Inda, voy con ello, pero esto es demasiado burdo”. En un programa de televisión de la mañana de gran audiencia en España, se dijo que el responsable de las residencias de ancianos en Madrid era un determinado político, y no la señora Ayuso".  Hace unos días Tellado, el portavoz del PP dijo en el Congreso de los Diputados “el hermano de Pedro Sánchez ha acumulado un capital de 1,4 millones de euros”. Y por supuesto, no pedirá disculpas por mentir. Se ha perdido hoy la vergüenza a la hora de emitir mentiras. En mis tiempos de niño, que nos acusarán de mentirosos, era una de las mayores afrentas.

Para los que están dispuestos a morir y matar, mentir es un gaje más del oficio o, si prefiere, un mal necesario o menor

Quiero hacer un breve inciso. Los bulos (fake news), las noticias falsas se han usado durante muchos siglos también en períodos bélicos o para justificar decisiones difíciles. Desde el origen de los tiempos, la difusión de información falseada ha sido un recurso útil para cualquier esfera de poder que buscara un objetivo. Decía Esquilo: «La primera víctima de la guerra es la verdad». Para gobiernos y militares, los medios de comunicación, en tiempos de guerra, forman parte del campo de batalla. El papel de la prensa es tan determinante como el de los misiles, o más. El desenlace de una guerra depende en buena parte de los armamentos disponibles por los contendientes, aunque es fundamental la percepción que los ciudadanos tengan del conflicto. Lo que importa es el relato, no la verdad. Por ende, la cobertura periodística forma parte de la planificación bélica. En tiempos de conflicto una sofisticada maquinaria de propaganda puede operar en contra del espectador inadvertido, con pocas restricciones éticas. Para los que están dispuestos a morir y matar, mentir es un gaje más del oficio o, si prefiere, un mal necesario o menor. El Alto Estado Mayor proporciona la información de acuerdo con sus intereses, y, a veces, oculta el desarrollo de los acontecimientos bélicos. Durante años el Pentágono, conforme a la práctica castrense universal del triunfalismo, proclamó que ganaba el conflicto de Vietnam; el público escuchó una y otra vez que bastaba un pequeño esfuerzo adicional y el Vietcong terminaría reculando en forma definitiva. Según cuenta Rosa María Calaf, el 27 de febrero de 1968, los estadounidenses en sus casas a la hora de la cena vieron en la pantalla de su televisor como el mítico periodista Walter Cronkite, conocido como el hombre más fiable de América, ponía muy en duda desde Saigón la versión oficial de lo que estaba sucediendo en Vietnam. Una crítica insólita tras varios años de apoyo mediático generalizado. En la Casa Blanca, el presidente Johnson exclamó: «Si hemos perdido a Cronkite, hemos perdido la guerra».

Todavía no he visto ningún bulo contra Aznar, Ayuso o Abascal; y sí muchos contra Zapatero, Pedro Sánchez o Begoña Gómez

Hecha esta alusión a los bulos (fake news) en las guerras, retorno al presente actual. Me llama extraordinariamente la atención, aunque no sé si es consciente la ciudadanía española, que los bulos (fake news) siempre vienen desde el mismo sitio (extrema derecha o derecha extrema, ambas ya son intercambiables) y van siempre en la misma dirección (la izquierda). Yo todavía no he visto ningún bulo contra Aznar, Isabel Díaz Ayuso, Abascal; y sí muchos contra Zapatero, Pedro Sánchez o Begoña Gómez.

¿Cómo combatir los bulos (fake news)? Aquí tiene un papel clave la ciudadanía, no concediéndoles credibilidad, como también no contribuyendo a su divulgación. Pero, unos se los creen, sin someterlos al mínimo análisis crítico porque les sirven para reafirmarse en sus creencias. Los datos les resultan irrelevantes. Hay una viñeta espectacular del dibujante argentino Daniel Paz, que reproduce la siguiente conversación. “No, papá, eso es una noticia falsa”. El padre le contesta con énfasis. “Pero, ¿Cómo va a ser falsa si dice justo lo que yo pienso?" Y otros, aunque saben perfectamente que son bulos (fake news), los divulgan, por razones mezquinas. Crear y divulgar bulos para generar miedo y daño a la sociedad, es de ser un auténtico miserable. Y también podrían combatirse desde el ámbito de la justicia. Tarea no especialmente complicada, porque quienes los crean y divulgan a través de las redes sociales y en algunos medios, no se esconden, lo hacen a cara descubierta, incluso alardean de ellos. Se podrían imponer multas económicas. Rascar el bolsillo, es un buen correctivo. Y estas actuaciones penales no son un ataque a la libertad de expresión. Una cosa es la libertad de expresión y otra muy distinta es la libertad de excreción de odio y daño a la sociedad en su conjunto... Esta pasividad de los poderes públicos contribuye a su mantenimiento. Que se divulguen bulos (fake news) cómo que Cruz Roja o Cáritas no aparecieron por la zona de inundaciones de Valencia, para que la gente no ayudase con sus donativos, es gravísimo. Probablemente Cruz Roja o Cáritas han visto mermadas sus ayudas, con el lógico quebranto en su labor humanitaria. ¿Cuánto daño psíquico crearon con el bulo de los miles de muertos en un parking?

Quiero reflejar un texto del artículo Así afectan las fake news a tu democracia, del periodista Marc Amorós García autor del libro Fake News. La verdad de las noticias falsas (México, Plataforma Actual, 2018).

“María Ressa, periodista y premio Nobel de la Paz, afirma que “atacar al periodismo es atacar a la democracia porque las fake news atacan a los hechos, y sin hechos no hay verdad”. El filósofo surcoreano Byung-Chul Hang va más allá y sostiene que lo que mantiene unida a la sociedad es la verdad y que “cuando la ideología se viste de verdad, la democracia cede terreno al totalitarismo”. Actualmente, las fake news supuran ideología porque, como argumenta Hang, “se utilizan como un medio para conseguir poder” a base de hacer afirmaciones que no guardan relación con los hechos. Las alarmas se encienden, según Hang, cuando una sociedad pierde la voluntad de verdad y socava la distinción entre verdad y mentira. Cuando esto ocurre “las mentiras informativas sustituyen el mundo real por otro ficticio dotándolo de un supuesto contexto fáctico basado en emociones y convicciones y, cuando éstas dominan el discurso político, la propia democracia está en peligro”.

Si nada es verdad, todo es espectáculo.  No deberíamos olvidar que la posverdad es la antesala del fascismo

Existe un libro muy interesante titulado Sobre la tiranía. Veinte lecciones que aprender del siglo XX de Timothy Snyder.  Y una de sus veinte lecciones: la décima, se titula Cree en la verdad. Sus reflexiones nos ayudan a entender muchas de las cosas que nos están ocurriendo y los peligros futuros que nos acechan, como consecuencia de nuestra renuncia a la verdad. Si nada es verdad, todo es espectáculo. No deberíamos olvidar que la posverdad es la antesala del fascismo. Y tener claro que nos sometemos a la tiranía al renunciar a la diferencia entre lo que queremos oír y lo que oímos realmente. Snyder aduce, según han señalado algunos estudiosos del totalitarismo, como Víctor Kemplerer, que la verdad puede morir de cuatro maneras, y en las campañas electorales de Trump se han producido todas ellas. Todo un paradigma de la perversión de la política democrática y que tiende a ser imitado por otros muchos políticos. Por supuesto, también en nuestra España.

La primera, es la hostilidad declarada a la realidad verificable, que supone presentar las mentiras como si fueran hechos. Lo hace Feijóo. El único culpable de la Dana es Sánchez. En la campaña presidencial de Trump de 2016, de sus declaraciones se descubrió que el 78% eran falsas, una proporción tan elevada que da que pensar que las afirmaciones verdaderas fueran producto de descuidos. Degradar el mundo tal como es, supone crear un mundo-ficticio. La verdad queda relegada al olvido al ser un arma inservible para dañar o intimidar, como también para ganar votos.

El estilo fascista usa la repetición constante, con el objetivo de hacer plausible lo ficticio y deseable lo criminal

La segunda, es el encantamiento chamánico, Como señalaba Klemperer, el estilo fascista usa la repetición constante, con el objetivo de hacer plausible lo ficticio y deseable lo criminal. El uso sistemático de motes como “la deshonesta Hillary” trasladaba a la candidata demócrata determinadas características más propias de él.  Mediante la repetición constante a través de Twiter transformaba a los individuos en determinados estereotipos que asumía parte del electorado. Lo hace también Feijóo. El insulto constante a Sánchez. Ilegítimo, déspota”, “caudillista”, “ególatra” o “adanista”.

La tercera, es el pensamiento mágico, o lo que es lo mismo, la aceptación perversa y descarada de las contradicciones. La campaña de Trump prometía bajar impuestos a todos, acabar con la deuda pública e incrementar el gasto en políticas sociales y en defensa. Tales propuestas se contradecían y eran imposibles de llevarse a cabo. Esto era la cuadratura del círculo. Aceptar tales falsedades supone una renuncia absoluta de la razón. Feijóo promete inversiones públicas con rebajas de impuestos. Estudió la amnistía, y luego la descartó; y asumió que existe un problema judicial que necesita ser arreglado, vía indultos condicionados. Y luego se manifestó en contra. 

La cuarta, es la fe depositada en quienes no la merecen. Esto está relacionado con las declaraciones autosuficientes que hacía Trump, “Sólo yo puedo resolverlo” o “Yo soy vuestra voz”.  Para Feijóo, el PP es la única solución a los problemas de España. Si la fe baja de los cielos a la tierra, no hay lugar para las pequeñas verdades de nuestro razonamiento y nuestra experiencia. Lo que le atemorizaba a Klemperer es que ese paso se hizo permanente en tiempos del nazismo. Si la verdad provenía de una especie de un oráculo celeste en lugar de los hechos comprobables, las pruebas, los datos empíricos se convierten en irrelevantes. Al final de la guerra, un trabajador le dijo a Klemperer que “comprender no sirve de nada, hay que tener fe. Yo creo en el Führer”.

Sigue diciéndonos Snyder. Ahora parece que estamos preocupados por la posverdad, como si fuera una novedad. Ya la denunció George Orwell hace 70 años en su obra 1984, donde nos dice que el mundo en el que se vivió bajo los regímenes nazi y estalinista era ficticio, porque todo en él era interpretado a través de una ideología oficial, cuya verdad no sólo necesitaba ser instaurada mediante los mecanismos de poder, sino que, además, se trataba de una verdad siempre dinámica, que se iba acoplando a la realidad de acuerdo a las necesidades políticas de sus dirigentes. Esta relación entre el lenguaje y la política queda perfectamente plasmada en el concepto de “doble-pensar”: la capacidad de sostener dos creencias contradictorias, simultáneamente, en la mente de una sola persona y aceptar ambas; decir mentiras al mismo tiempo que se cree genuinamente en ellas; olvidar cualquier acontecimiento que resulte inconveniente; retractarse de alguna cosa dicha cuando se necesite (de un modo sutil y plausible, claro está); así como negar la existencia de una realidad objetiva, a la vez que se tiene en cuenta la realidad que se niega

 

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