Cándido Marquesán Millán 01/12/2024
El daño que generan los bulos a nuestra democracia es incuestionable. Son
una auténtica máquina de siembra de odio. Su uso es para conseguir una
rentabilidad económica, polarizar a la sociedad y volverla desconfiada y
descreída y así alcanzar rentabilidad política. Se aduce que son producto de la
Redes (a)Sociales, pero también los generan y divulgan medios de
comunicación y algunos políticos en nuestro Parlamento. Ejemplos
contundentes: “Inda, voy con ello, pero esto es demasiado burdo”. En
un programa de televisión de la mañana de gran audiencia en España, se dijo
que el responsable de las residencias de ancianos en Madrid era un
determinado político, y no la señora Ayuso". Hace unos
días Tellado, el portavoz del PP dijo en el Congreso de los Diputados
“el hermano de Pedro Sánchez ha acumulado un capital de 1,4 millones de
euros”. Y por supuesto, no pedirá disculpas por mentir. Se ha perdido
hoy la vergüenza a la hora de emitir mentiras. En mis tiempos de niño, que
nos acusarán de mentirosos, era una de las mayores afrentas.
Para los que están dispuestos a morir y matar, mentir es un gaje más del
oficio o, si prefiere, un mal necesario o menor
Quiero hacer un breve inciso. Los bulos (fake news), las
noticias falsas se han usado durante muchos siglos también en períodos bélicos
o para justificar decisiones difíciles. Desde el origen de los tiempos, la
difusión de información falseada ha sido un recurso útil para cualquier esfera
de poder que buscara un objetivo. Decía Esquilo: «La primera
víctima de la guerra es la verdad». Para gobiernos y militares, los medios de
comunicación, en tiempos de guerra, forman parte del campo de batalla. El papel
de la prensa es tan determinante como el de los misiles, o más. El desenlace de
una guerra depende en buena parte de los armamentos disponibles por los
contendientes, aunque es fundamental la percepción que los ciudadanos tengan
del conflicto. Lo que importa es el relato, no la verdad. Por ende, la
cobertura periodística forma parte de la planificación bélica. En tiempos de
conflicto una sofisticada maquinaria de propaganda puede operar en contra del
espectador inadvertido, con pocas restricciones éticas. Para los que están
dispuestos a morir y matar, mentir es un gaje más del oficio o, si prefiere, un
mal necesario o menor. El Alto Estado Mayor proporciona la información de
acuerdo con sus intereses, y, a veces, oculta el desarrollo de los
acontecimientos bélicos. Durante años el Pentágono, conforme a la práctica
castrense universal del triunfalismo, proclamó que ganaba el conflicto de
Vietnam; el público escuchó una y otra vez que bastaba un pequeño esfuerzo
adicional y el Vietcong terminaría reculando en forma definitiva. Según
cuenta Rosa María Calaf, el 27 de febrero de 1968, los
estadounidenses en sus casas a la hora de la cena vieron en la pantalla de su
televisor como el mítico periodista Walter Cronkite, conocido como
el hombre más fiable de América, ponía muy en duda desde Saigón la versión
oficial de lo que estaba sucediendo en Vietnam. Una crítica insólita tras
varios años de apoyo mediático generalizado. En la Casa Blanca, el
presidente Johnson exclamó: «Si hemos perdido a Cronkite,
hemos perdido la guerra».
Todavía no he visto ningún bulo contra Aznar, Ayuso o Abascal; y sí
muchos contra Zapatero, Pedro Sánchez o Begoña Gómez
Hecha esta alusión a los bulos (fake news) en las guerras, retorno al
presente actual. Me llama extraordinariamente la atención, aunque no sé si es
consciente la ciudadanía española, que los bulos (fake news) siempre vienen
desde el mismo sitio (extrema derecha o derecha extrema, ambas ya son
intercambiables) y van siempre en la misma dirección (la izquierda). Yo todavía
no he visto ningún bulo contra Aznar, Isabel Díaz Ayuso, Abascal; y sí muchos
contra Zapatero, Pedro Sánchez o Begoña Gómez.
¿Cómo combatir los bulos (fake news)? Aquí tiene un papel clave la
ciudadanía, no concediéndoles credibilidad, como también no contribuyendo a su
divulgación. Pero, unos se los creen, sin someterlos al mínimo análisis crítico
porque les sirven para reafirmarse en sus creencias. Los datos les resultan
irrelevantes. Hay una viñeta espectacular del dibujante argentino Daniel
Paz, que reproduce la siguiente conversación. “No, papá, eso es una
noticia falsa”. El padre le contesta con énfasis. “Pero, ¿Cómo
va a ser falsa si dice justo lo que yo pienso?" Y otros, aunque
saben perfectamente que son bulos (fake news), los divulgan, por razones
mezquinas. Crear y divulgar bulos para generar miedo y daño a la sociedad, es
de ser un auténtico miserable. Y también podrían combatirse desde el ámbito de
la justicia. Tarea no especialmente complicada, porque quienes los crean y
divulgan a través de las redes sociales y en algunos medios, no se esconden, lo
hacen a cara descubierta, incluso alardean de ellos. Se podrían imponer multas
económicas. Rascar el bolsillo, es un buen correctivo. Y estas actuaciones
penales no son un ataque a la libertad de expresión. Una cosa es la libertad de
expresión y otra muy distinta es la libertad de excreción de odio y daño a la
sociedad en su conjunto... Esta pasividad de los poderes públicos contribuye
a su mantenimiento. Que se divulguen bulos (fake news) cómo que
Cruz Roja o Cáritas no aparecieron por la zona de inundaciones de Valencia,
para que la gente no ayudase con sus donativos, es gravísimo. Probablemente
Cruz Roja o Cáritas han visto mermadas sus ayudas, con el lógico quebranto en su
labor humanitaria. ¿Cuánto daño psíquico crearon con el bulo de los miles de
muertos en un parking?
Quiero reflejar un texto del artículo Así afectan las fake
news a tu democracia, del periodista Marc Amorós García autor
del libro Fake News. La verdad de las noticias falsas (México,
Plataforma Actual, 2018).
“María Ressa, periodista y premio Nobel de la Paz, afirma que “atacar al
periodismo es atacar a la democracia porque las fake news atacan a los hechos,
y sin hechos no hay verdad”. El filósofo surcoreano Byung-Chul Hang va más allá
y sostiene que lo que mantiene unida a la sociedad es la verdad y que “cuando
la ideología se viste de verdad, la democracia cede terreno al totalitarismo”.
Actualmente, las fake news supuran ideología porque, como argumenta Hang, “se
utilizan como un medio para conseguir poder” a base de hacer afirmaciones que
no guardan relación con los hechos. Las alarmas se encienden, según Hang,
cuando una sociedad pierde la voluntad de verdad y socava la distinción entre
verdad y mentira. Cuando esto ocurre “las mentiras informativas sustituyen el
mundo real por otro ficticio dotándolo de un supuesto contexto fáctico basado
en emociones y convicciones y, cuando éstas dominan el discurso político, la
propia democracia está en peligro”.
Si nada es verdad, todo es espectáculo. No deberíamos olvidar que la
posverdad es la antesala del fascismo
Existe un libro muy interesante titulado Sobre la tiranía. Veinte
lecciones que aprender del siglo XX de Timothy Snyder. Y una
de sus veinte lecciones: la décima, se titula Cree en la verdad. Sus
reflexiones nos ayudan a entender muchas de las cosas que nos están ocurriendo
y los peligros futuros que nos acechan, como consecuencia de nuestra renuncia a
la verdad. Si nada es verdad, todo es espectáculo. No deberíamos olvidar que la
posverdad es la antesala del fascismo. Y tener claro que nos sometemos a la
tiranía al renunciar a la diferencia entre lo que queremos oír y lo que oímos
realmente. Snyder aduce, según han señalado algunos estudiosos
del totalitarismo, como Víctor Kemplerer, que la verdad puede morir
de cuatro maneras, y en las campañas electorales de Trump se han producido
todas ellas. Todo un paradigma de la perversión de la política
democrática y que tiende a ser imitado por otros muchos políticos. Por
supuesto, también en nuestra España.
La primera, es la hostilidad declarada a la realidad verificable,
que supone presentar las mentiras como si fueran hechos. Lo hace
Feijóo. El único culpable de la Dana es Sánchez. En la campaña presidencial
de Trump de 2016, de sus declaraciones se descubrió que el 78% eran falsas, una
proporción tan elevada que da que pensar que las afirmaciones verdaderas fueran
producto de descuidos. Degradar el mundo tal como es, supone crear un
mundo-ficticio. La verdad queda relegada al olvido al ser un arma
inservible para dañar o intimidar, como también para ganar votos.
El estilo fascista usa la repetición constante, con el objetivo de hacer
plausible lo ficticio y deseable lo criminal
La segunda, es el encantamiento chamánico, Como señalaba Klemperer,
el estilo fascista usa la repetición constante, con el objetivo de hacer
plausible lo ficticio y deseable lo criminal. El uso sistemático de motes como
“la deshonesta Hillary” trasladaba a la candidata demócrata determinadas
características más propias de él. Mediante la repetición constante a
través de Twiter transformaba a los individuos en determinados estereotipos que
asumía parte del electorado. Lo hace también Feijóo. El insulto
constante a Sánchez. Ilegítimo, déspota”, “caudillista”, “ególatra” o
“adanista”.
La tercera, es el pensamiento mágico, o lo que es lo mismo, la
aceptación perversa y descarada de las contradicciones. La campaña de Trump prometía
bajar impuestos a todos, acabar con la deuda pública e incrementar el gasto en
políticas sociales y en defensa. Tales propuestas se contradecían y eran
imposibles de llevarse a cabo. Esto era la cuadratura del círculo. Aceptar
tales falsedades supone una renuncia absoluta de la razón. Feijóo
promete inversiones públicas con rebajas de impuestos. Estudió la amnistía, y
luego la descartó; y asumió que existe un problema judicial que necesita ser
arreglado, vía indultos condicionados. Y luego se manifestó en contra.
La cuarta, es la fe depositada en quienes no la merecen. Esto
está relacionado con las declaraciones autosuficientes que hacía Trump, “Sólo
yo puedo resolverlo” o “Yo soy vuestra voz”. Para Feijóo, el PP
es la única solución a los problemas de España. Si la fe baja de los cielos
a la tierra, no hay lugar para las pequeñas verdades de nuestro razonamiento y
nuestra experiencia. Lo que le atemorizaba a Klemperer es que ese paso se
hizo permanente en tiempos del nazismo. Si la verdad provenía de una especie de
un oráculo celeste en lugar de los hechos comprobables, las pruebas, los datos empíricos se
convierten en irrelevantes. Al final de la guerra, un trabajador le dijo a
Klemperer que “comprender no sirve de nada, hay que tener fe. Yo creo en el
Führer”.
Sigue diciéndonos Snyder. Ahora parece que estamos preocupados
por la posverdad, como si fuera
una novedad. Ya la denunció George Orwell hace 70 años en
su obra 1984, donde nos dice que el mundo en el que se vivió bajo
los regímenes nazi y estalinista era ficticio, porque todo en él era
interpretado a través de una ideología oficial, cuya verdad no sólo necesitaba
ser instaurada mediante los mecanismos de poder, sino que, además, se trataba
de una verdad siempre dinámica, que se iba acoplando a la realidad de acuerdo a
las necesidades políticas de sus dirigentes. Esta relación entre el lenguaje y
la política queda perfectamente plasmada en el concepto de “doble-pensar”: la
capacidad de sostener dos creencias contradictorias, simultáneamente, en la
mente de una sola persona y aceptar ambas; decir mentiras al mismo tiempo que
se cree genuinamente en ellas; olvidar cualquier acontecimiento que resulte
inconveniente; retractarse de alguna cosa dicha cuando se necesite (de un modo
sutil y plausible, claro está); así como negar la existencia de una realidad
objetiva, a la vez que se tiene en cuenta la realidad que se niega
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