MOISÉS NAÍM 23/11/2024
¡Cuando al primer ministro Británico Harold Macmillan
un periodista le preguntó qué podría descarrilar su naciente Gobierno, se dice
que respondió “events, dear boy, events!”. Tenía razón. Los presidentes
recién electos llegan al poder cargados de planes y promesas, pero lo usual es
que su agenda se desvíe para responder a eventos que nadie había anticipado.
Donald Trump y su Gobierno no son inmunes a esta tendencia. Sin duda, el enorme
poder político que le han dado los votantes al presidente Trump y los vastos
recursos del sector público estadounidense, le darán al Gobierno un amplio
margen de maniobra. Aun así, es probable que una variedad de crisis, tanto
internas como internacionales, sacudirán a la nación y requerirán del Gobierno
respuestas y reacciones que no estaban en sus planes.
La más obvia de estas es la emergencia climática. Ya
es normal que los medios reporten de alguna parte del mundo —de Siberia a Nueva
York— acerca de los catastróficos efectos de incendios incontenibles y feroces
huracanes. También nos informan del número de fatalidades, de los enormes
costos materiales de estos accidentes climáticos e, inevitablemente, de lo
inadecuadas que son las instituciones a cargo de responder a estas tragedias.
La incompetencia gubernamental en este ámbito es un fenómeno global. Esta
incompetencia es en parte debida a lo novedosos que son los retos que se le
plantean a las burocracias públicas que están a cargo de responder a las
emergencias. En todas partes, las organizaciones, leyes, tecnologías y
presupuestos con los que cuentan los organismos públicos que se ocupan de esto
son obsoletos. Además, la repuesta gubernamental se complica debido a la
polarización del debate acerca del cambio climático. Según Donald Trump, por
ejemplo, la alarma por el calentamiento global y sus efectos son fraudes
inventados por China para quitarle competitividad a las empresas
estadounidenses. La columnista del diario Financial Times Gillian Tett
escribe que, durante la reciente campaña electoral, Trump desdeñó la emergencia
y les dijo a sus seguidores que no se preocuparan, que el cambio del clima
“solo serviría para crear más propiedades frente al mar”.
Esta postura de Trump contrasta con el hecho de que
cerca de la mitad de las viviendas en Estados Unidos están ahora expuestas a
eventos climáticos extremos, según reporta Tett.
Las investigaciones sobre el calentamiento global
concuerdan en que la frecuencia y costos de estos eventos irá en aumento. Estas
tendencias no se van a revertir y cabe esperar que en los próximos años Trump
se verá obligado a dedicar ingentes recursos públicos, no en apoyo a su agenda,
sino a responder a emergencias climáticas.
Otra distracción para la Administración Trump podría
ser una pandemia como la que produjo la covid-19. “La próxima pandemia: No sí,
sino cuando” es el título de portada de una reciente publicación de la Escuela
de Salud Pública de la Universidad de Harvard. Los expertos no saben cuándo va
a ocurrir, ni cuál es el virus que la podría desencadenar, pero concuerdan en
que los gobiernos no están preparados para responder con la velocidad y los
recursos necesarios. El nombramiento de Robert F. Kennedy Jr. como secretario
de Salud de la Administración Trump es muy reveladora: es conocido por sus
denuncias contra las vacunas y su promoción de medicinas sin respaldo
científico. Que sea él quien quizás dirija los esfuerzos del Gobierno en caso
de que ocurra una pandemia sería una letal distracción.
La economía también puede sorprender al mundo y al
Gobierno de Trump. Ya nos hemos acostumbrado a que, periódicamente, un país o
un sector específico, como la construcción, por ejemplo, entre en crisis. Las
vulnerabilidades económicas preexistentes tales como los enormes y crecientes
déficits fiscales, las frágiles redes de suministro, la azarosa economía china
o los anémicos mercados europeos y los costos de la guerra de Rusia en Ucrania,
así como la de Oriente Próximo, señalan algunas de las principales fuentes de
inestabilidad. A estas amenazas hay que añadir la guerra comercial entre
Estados Unidos y China que Trump anuncia reiteradamente, el recorte de los
impuestos que pagan los más ricos, la drástica reducción del tamaño del
Gobierno y la eliminación de ciertas regulaciones al sector privado. Todos
estos cambios crean un ambiente lleno de consecuencias no anticipadas que
limitarán la acción gubernamental.
Trump también podría ser sorprendido por la capacidad
de sus adversarios para usar el sistema judicial para atrasar o hasta bloquear
algunas de sus iniciativas. Si bien el éxito electoral del presidente le abre
posibilidades que sus predecesores recientes no tuvieron, cabe recordar que el
sistema judicial estadounidense es altamente descentralizado y que los jueces
gozan de gran autonomía. Algunos de ellos podrían sorprender a Trump con
decisiones que afectan negativamente la agenda del presidente.
Y, finalmente, está la geopolítica: desde un Oriente
Próximo ya en ebullición hasta un estrecho de Taiwán cada vez más estrecho, la
seguridad del planeta es precaria. Trump cree que desestimar a la OTAN y
alardear de su admiración por Putin es un pasatiempo sin consecuencias. Pero ¿y
si no lo fuese?
Los entusiastas admiradores de Donald Trump suelen
suponer que su líder es inmune a los vaivenes de la política y de la historia.
Esa ilusión les durará poco.
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