La manipulación histórica detrás de la muerte del poeta republicano en las cárceles del régimen
Agustín Millán
17/12/2024
La figura de Miguel Hernández, símbolo de la lucha republicana y
víctima de las brutales condiciones de las cárceles franquistas, vuelve a estar
en el centro del debate político. En los últimos meses, las críticas desde
sectores conservadores a quienes califican su muerte como un asesinato han
desatado una tormenta mediática, dejando al descubierto un intento sistemático
de reescribir la historia.
El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, se refirió recientemente a la
muerte del poeta oriolano como un "asesinato político". Las palabras no tardaron en
ser atacadas por la prensa de derechas, que tildó la declaración de
"bulo" y acusó al ministro de ignorante o manipulador. Según estos
medios, Hernández murió de tuberculosis, “una enfermedad natural” que nada tuvo
que ver con la dictadura. Sin embargo, detrás de esta narrativa se oculta una
peligrosa estrategia para blanquear los horrores del franquismo.
El contexto que la derecha ignora
Miguel Hernández fue condenado en 1940 a pena de muerte por el régimen
franquista, acusación que posteriormente fue conmutada por cadena perpetua. Su
único delito: haber sido un poeta comprometido con la causa republicana.
Durante los dos años que pasó en prisión, padeció hambre, hacinamiento,
enfermedades y una ausencia total de atención médica.
Reducir su muerte a un caso de "mala suerte" o "desgracia
natural" oculta el papel activo que jugó el régimen en crear las
condiciones que lo llevaron a su fatal desenlace. Como han documentado
historiadores y estudios científicos, las cárceles franquistas eran centros de
exterminio encubierto, donde el hambre, las enfermedades y la violencia
acababan con miles de presos políticos.
En el caso del penal de Valdenoceda, un estudio reciente demostró que los
reclusos tenían hasta cuatro veces más probabilidades de morir de tuberculosis
que las personas en libertad. Este patrón se repitió en todas las cárceles de
la España de posguerra, donde las muertes por enfermedades infecciosas,
desnutrición y torturas no fueron accidentes, sino consecuencias premeditadas
de un sistema diseñado para aniquilar a los disidentes.
Alevosía y ensañamiento: el asesinato político
según la RAE
La Real Academia Española define el asesinato como "matar con
alevosía, ensañamiento o por recompensa". En el caso de Miguel Hernández,
todos estos elementos están presentes:
· Alevosía: el régimen
franquista sabía que sus cárceles eran letales.
· Ensañamiento: las condiciones de
hacinamiento, hambre y falta de atención médica agravaron su calvario.
· Intención política: su muerte, al
igual que la de otros miles de presos republicanos, no fue casualidad, sino
parte de una maquinaria de represión y exterminio.
El franquismo no solo se limitó a encarcelar a Hernández; también intentó
borrar su legado. Las cárceles franquistas no eran meras instituciones
penitenciarias, sino herramientas de terror destinadas a castigar a los
vencidos y silenciar cualquier disidencia.
La manipulación histórica como estrategia
política
La prensa de derechas, al negar estas evidencias, no solo busca exonerar al
franquismo de sus crímenes, sino que también utiliza la figura de Miguel
Hernández como un arma en la batalla cultural actual. Este revisionismo
histórico no consiste únicamente en negar los hechos, sino en tergiversarlos:
omitir el contexto de la represión sistemática y presentar las muertes de miles
de personas como eventos inevitables de la posguerra.
La narrativa que reduce la muerte de Hernández a una tuberculosis
"natural" es un ejemplo de cómo se utiliza el silencio para manipular
la memoria histórica. Una placa colocada en la antigua cárcel de Torrijos en
1985, que recuerda al poeta por componer allí las "Nanas de la
cebolla", omite deliberadamente el motivo de su encarcelamiento, las
condiciones inhumanas que padeció y la represión que sufría. Este silencio es
complicidad.
Las cárceles franquistas: un sistema de
exterminio encubierto
Según datos oficiales de la posguerra, más de 100.000 personas fueron
encarceladas en condiciones inhumanas en toda España. En Madrid, prisiones como
Porlier, Ventas, Yeserías y Santa Engracia superaban su capacidad al triple,
con presos obligados a dormir en turnos, sin alimentos suficientes ni acceso a
mantas en invierno.
El testimonio de antiguos reclusos y las investigaciones históricas
coinciden en que las muertes por desnutrición, infecciones y palizas eran el
pan de cada día. Los consejos de guerra sumarísimos, como el que condenó a
Hernández, procesaban a cientos de personas en pocas horas, sin posibilidad de
defensa real.
Para el régimen, estas muertes no eran inconvenientes, sino parte del
sistema. Los presos no morían; los mataban. Como señaló el sociólogo Pierre Bourdieu
al hablar de los campos nazis: morir por falta de comida o atención médica no
es menos asesinato que morir en un paredón.
La batalla por la memoria histórica
La polémica en torno a Miguel Hernández no es un caso aislado. Refleja una
lucha más amplia por el relato de lo que fue la dictadura franquista. Mientras
sectores progresistas buscan justicia y reparación, la derecha se aferra a un
relato blanqueador que justifica las atrocidades del régimen.
El reciente fallo del Tribunal Supremo, que rechazó el derecho al olvido
del secretario judicial que firmó la pena de muerte de Hernández, es un paso
importante en esta lucha. Al primar el interés público sobre el derecho a la
privacidad, el tribunal ha dejado claro que la historia no puede ser enterrada
ni silenciada.
Recordar para no repetir
Miguel Hernández murió a los 31 años, pero su legado como poeta y símbolo
de resistencia sigue vivo. Su vida y su muerte no deben reducirse a un episodio
anecdótico ni ser manipuladas con fines políticos.
Es necesario recordar que las condiciones que llevaron a su muerte no
fueron inevitables, sino producto de un sistema represivo que no dudó en
exterminar a quienes pensaban diferente. Frente a los intentos de reescribir la
historia, es imprescindible mantener viva la memoria de quienes, como
Hernández, dieron su vida por defender la libertad y la justicia.
El pasado no se puede cambiar, pero sí se puede aprender de él. El silencio
y la manipulación no pueden ser las armas con las que se sigan justificando las
atrocidades de un régimen que nunca debe volver.
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