En discotecas de EEUU, jóvenes bailan tecno mientras proyectan detrás del
dj imágenes de Luigi Mangione. Hay un agujero negro en las sociedades
occidentales y va a absorber el universo democrático.
Cuatro politólogos de la UNED, la Carlos III y la Complutense han
completado una larga investigación sobre las razones de la violencia contra
religiosos al comienzo de la guerra civil en España. La historiografía franquista siempre quiso presentar
el asesinato al comienzo de la guerra de unos 6000 religiosos como muestra
clara de la ira irracional de la bestia roja contra los valores profundos de
España (esos que todavía hoy son convocados por Isabel Díaz Ayuso para
reprochar que no haya habido visita oficial del gobierno a la reapertura de
Notre Dame, al tiempo que retira financiación al Museo del Prado o al Reina
Sofía y aumenta el presupuesto para matar toros en las plazas).
La conclusión del trabajo de estos politólogos es intuitiva: se mataron más religiosos allí donde la iglesia colaboró en el
levantamiento y donde estaba organizada políticamente con la
derecha y contra la república. Me ha llamado la atención la investigación en
una semana donde es noticia que Luigi Mangione, un joven de 26 años,
asesinaba con tres balas con mensaje a Brian Thomson, el CEO de United HealthCare, la mayor
aseguradora privada de Estados Unidos. Esta fría ejecución le ha convertido
en una suerte de antihéroe en un país donde
enfermarte es un pasaporte para bajar varios peldaños en la escala social, para
empobrecerte o morirte.
Angel Viñas ha
demostrado que las fuerzas reaccionarias españolas, donde estaban falangistas,
católicos y monárquicos, empezaron a organizar muy pronto, con la ayuda
de Benito Mussolini, el golpe de Estado contra la
República (los aviones italianos que estaban en Lisboa días antes del golpe
fueron decisivos). Se sabe desde hace tiempo que, desde el mismo 14 de abril,
la Nunciatura ya estaba decidida a hacer lo que hiciera falta para acabar con
la “República de trabajadores” que traería, casi tres
décadas más tarde que en Francia, la laicidad del Estado.
Mirar los cardenales en el hombro, señal de haber disparado con el rifle,
era una de las razones esgrimidas por los milicianos para fusilar a los
sacerdotes que, con sotana, mataban republicanos, más en nombre de su estatus
que del mandato de compasión que les debiera haber puesto del lado de la
República. También estaba el papel histórico de la iglesia al lado del poder
tradicional, reyes, aristócratas, terratenientes, caciques, banqueros,
empresarios, militares, guardias civiles…
En Réquiem por un campesino español, novela de Ramón J. Sender escrita en 1953 y publicada
finalmente en 1960, se refleja con certeza el papel de la iglesia en el
llamado, con exceso, alzamiento nacional. Frank Otero hace un resumen certero de la obra:
“Paco el del Molino, un joven campesino que llega a ser
concejal, incita al pueblo a que se subleve contra el régimen gamonal,
negándose a pagarle al duque—el supuesto propietario de las tierras que ellos
ocupan—los arrendamientos que les cobra. Habiendo estallado la Guerra Civil,
unos “señoritos de la ciudad” —identificados por el narrador como centuriones —
llegan a la aldea y empiezan a asesinar a los pobladores. Paco se esconde y
ellos lo buscan. El padre de Paco, quien cree que mosén Millán sabe el lugar en
donde se halla escondido su hijo, inocentemente le revela la ubicación al
sacerdote y éste, a su vez, se la da a conocer a los centuriones, bajo la
promesa de que no lo maten, sino que lo sometan a juicio. Los falangistas
encuentran a Paco, quien los repele a carabinazos. Ellos le piden a mosén
Millán, que conoce a Paco desde que era un niño, que lo persuada de entregarse.
Paco se rinde, lo toman prisionero y, luego, lo asesinan.
Habiendo transcurrido un año del asesinato, mosén Millán le celebra al
difunto una misa conmemorativa; ceremonia que, irónicamente, los enemigos de
Paco ofrecen sufragar, pero el cura declina. Mosén Millán rememora la
vida de Paco mientras aguarda a que lleguen los asistentes al réquiem.
El sacerdote espera a los parientes y, quizás, a los amigos de Paco, que había
sido un hombre popular y querido. Sin embargo, concurren únicamente lo enemigos
del finado. El potro de Paco, que anda suelto por el pueblo, da otra nota
insólita al introducirse en la iglesia momentos previos a la celebración de la
misa.”
En la novela, breve e intensa, sobrecoge la escena en donde el cura -que ha
entregado a su feligrés a los falangistas-, se hinca de rodillas a rezar para
que Dios le perdone mientras sus allegados políticos asesinan a Paco gracias a
su chivatazo. Lo entregas y rezas: empatas.
La sociedad siempre lanza señales. Otra cosa es que no las escuchemos. Lo
que pasa en EEUU debiera servirnos de brújula. La desestructuración del país es
cada vez más evidente. Se trata de un gobierno dominado por
grandes empresas (entre ellas, las de armas, que necesitan
guerras), fondos de inversión y bancos,
que solo se sostiene por la represión y el lavado de cerebro a través de
teleevangelistas, medios y redes (propiedad de los mismos empresarios). Donald Trump no
habría ganado las elecciones si un multimillonario no se hubiera comprado
Twitter para ponerlo al servicio del político de pelo naranja. Con una enorme
desproporción. Ningún líder de la izquierda podría haberse presentado si, como
Trump, hubiera estado condenado (igual ocurre en España con la foto de Feijóo veraneando con un narco). Compran medios
porque les son útiles.
Es el mismo Estados Unidos que, en solitario, se niega en Naciones Unidas a
sancionar a Israel por el genocidio en Gaza,
que sigue poniendo a Cuba como un país que apoya el terrorismo -lo cual no solo
es mentira, sino que es EEUU el que apoya a terroristas, por ejemplo, en Siria-
o que mantiene sanciones a Venezuela a ver si por fin pueden quedarse con su
petróleo gratis.
Si miramos la situación en Oriente Medio, la absurda guerra en Ucrania, la
impunidad de Israel, las víctimas del fentanilo, la gente sin techo, el
crecimiento brutal de las desigualdades, los asesinatos diarios de gente a
manos de la policía, el drama de la inmigración, la continua devastación
medioambiental, etc., podemos preguntarnos si no va a reventar el país (o
cualquier otro que comparta ese modelo). La caída de la Unión Soviética en 1991
marcó el fin de la lucha armada en el mundo occidental. ETA, el IRA, las FARC,
el EZLN no podían ya sobrevivir en un mundo que no los leía como fuerzas de
liberación sino como terroristas.
Ahora bien, el enorme deterioro nos permite preguntarnos: ¿cuánto puede aguantar un país donde ha desaparecido la justicia
social? Y la pregunta se puede extender a cualquier país donde
los políticos creen que pueden romper acuerdos sociales básicos sin que haya
consecuencias (pensemos en Argentina). ¿Hay riesgo de que regrese al mundo
occidental la lucha armada? ¿Vamos a ver formas de violencia como la de Luigi
Mangione contra el que identificaba como responsable de la muerte de personas
enfermas abandonadas por las aseguradoras? Si la política no sirve para cambiar
las cosas ¿se está invitando a buscar otras formas que terminarían justificando
aumentar la represión? Si añadimos la polarización que la extrema derecha
inyecta a nuestras sociedades, el riesgo de desestabilización debiera ser
considerado como una probabilidad creciente.
¿Quién se encarga de la armonía social en nuestros países? Seguro que no la
Constitución, interpretada por jueces claramente de parte. Tampoco un
Dios prêt-à-porter que sirve para robar, matar, engañar
y traicionar. "Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni
mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús", decía San Pablo en
Gálatas 3:28. Hoy, las comunidades cristianas, en lugar de ser motores de
cambio social, se han enfocado más en la salvación individual, lo que ha
reducido su capacidad de influir en la justicia social y la igualdad en la
esfera pública. En Madrid, regida por una presidenta que se reclama cristiana,
se dejaron morir a 7291 ancianos en las
residencias porque no tenían seguro privado. Rezas a Dios, como
mosés Millán, para obtener algún tipo de privilegio. Muchas personas se sienten
cómodas con su fe personal, pero no necesariamente actúan de acuerdo con ella
en términos de amor al prójimo, justicia social o solidaridad. ¿Tiene la
izquierda la fuerza para reconstruir las bases éticas de nuestras sociedades?
Si Luigi Mangione es el nuevo tipo de héroe, es tiempo de volver a
repensarlo casi todo.
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