JUAN CARLOS MONEDERO 28/12/2024
Los ciclos de la tierra, esos que nos invitan a pensar
pegados a la naturaleza, dando vueltas sobre algunas rutinas, sabiendo que
dormimos y amanecemos, que llegamos y nos vamos. Que nos permiten otear certeza
duras, como que apenas nos recordarán, si acaso alguien nos recuerda, un puñado
de años, igual que es muy probable que nuestras bibliotecas terminen en una
tienda de segunda mano -donde alguien sabrá que teníamos libros que nunca
abrimos-. Que los amores y los desamores los repetirán en su misma gloria y su
mismo drama los que lleguen (seguro que con menos torpezas), que otros se
marcharán y otros regresarán al gran invento de dioses y paraísos, de apellidos
y revoluciones donde todo seguirá su rueda infinita. O no, y entonces ¿será
mejor o peor?
Un día -en verdad, unos cuantos cientos de miles de
años- se desarrolló nuestra
capacidad de entender. E igual que entendemos, aprendimos a olvidar. Es
muy intuitivo vislumbrar que, durante millones de años, nuestros antepasados
solventaron los retos de la vida con el cuerpo que tenían. No les fue mal
porque sobrevivieron. Cuando el cerebro evolucionó -hace nada en el viaje de la
humanidad- ese cuerpo, acostumbrado a mandar, no le entregó los mandos a la
compleja arquitectura de neuronas recién llegada, esa capaz de asombrarse a sí
misma. Descartes se equivocó, nos
dijo el neurobiólogo Antonio
Damasio sobre los hombros de Spinoza.
Para ser, primero sentimos y luego, solo luego, pensamos. Siento luego existo.
Sentimos más deprisa que pensamos y luego, el pensamiento evalúa lo sentido, a
menudo para justificar lo que ya sabemos. Puedes pensar mucho y pensar mal.
La noche invita a la reflexión esperando que al día
siguiente amanezca, y nos despedimos del ciclo de las estaciones sabiendo que
hay un día, el solsticio de invierno, en el que los días del hemisferio norte
empiezan de nuevo a hacerse más largos. Las religiones con su gran teatro
vinieron después. Desde las culturas megalíticas, hace más de 5000 años, hacemos planes para el nuevo ciclo.
Un rayo de sol se cuela entre las piedras y soñamos.
Los años se despiden con promesas de futuro. Unos,
como Trump, aprovechan para amenazar
con las siete plagas al planeta; la gente más normal se promete mejorar, en lo
físico, en los conocimientos o, lo que siempre es más consolador, intentando
ser mejores personas. No es verdad que seamos constantes haciendo deporte
después de enero, ni que le dediquemos a los idiomas el tiempo que
reclaman. ¿Cuánto nos dura la voluntad de ser
menos egoístas?
2024, con algunas salvedades, ha sido un mal año para
la bondad. Es verdad que la indignación es una señal de que no se nos ha
anestesiado la capacidad de asombrarnos con la maldad. Pero sabe a poco. No
estamos a la altura. Ni en lo individual -yo, lo tengo bastante claro, no lo
estoy-, ni como sociedades. En España, intentamos corregir el rumbo con el 15M
y los cinco millones de votos de Podemos. Pero nos doblaron el brazo. Hoy, todo
aquello está en guerra fratricida. Una amplia mayoría andamos alejados del
fragor -como en mi caso, aunque lo vivo como una derrota-, Pablo Iglesias se ha
reinventado como empresario mediático y hostelero que se divierte categórico en
las televisiones y pone nombres atrevidos a los cocktails en
tanto en cuanto resucita Emiliano
Zapata; Alberto Garzón celebra la llegada de
un ISIS maquillado a Siria; Errejón creyó
que bastaba calcular, ser frío como el mármol y tener aliados en La Sexta y
PRISA para que pusieran su nombre a una calle; la Ministra de Sanidad, Mónica García, renuncia a ser la Juana
de Arco de la sanidad pública cerrando Muface (un privilegio antiguo para los
funcionarios); y Yolanda Díaz volvió a demostrar que
los dioses primero ciegan a quienes quiere perder. Mientras el PSOE sufre lo
que no le pasaría si no hubiera mirado a otro lado cuando los jueces
destrozaban a Podemos.
EEUU camina al matadero arrasando todo en su camino de
balcanización del mundo. Europa le sigue sin rechistar, China puede dar un
zarpazo si se le incomoda en exceso, Rusia hace de tapón, África se desangra,
en Asia ha empezado el incendio y América Latina tiene demasiado cerca al
decadente y desesperado imperio. En América Latina, por lo menos, han aprendido
a resistir y a veces les sale. Los que venden armas están ganando más dinero
que en la Segunda Guerra Mundial.
2024 se marcha y que los dioses lo confundan. Deja
muchos escombros. Ni las
desigualdades de clase -la pobreza, el riesgo de exclusión, la
falta de sanidad y de educación-, ni
las de género -todo lo que acompaña a la violencia contra las
mujeres, a las desigualdades laborales, a los privilegios de nosotros, los
hombres-, ni las de raza -el
mundo del Sur, que se hunde y se ahoga lentamente, que sufre la extensión de
las guerras y que emigra-, ni
la devastación medioambiental, ni el crecimiento de los monopolios tecnológicos -con
la Inteligencia Artificial (IA) como una amenaza inminente- ayudan a mejorar el paisaje. Maldito
2024.
El genocidio en Gaza, que se está extendiendo por
Oriente Medio, inaugura la era de la hegemonía de Israel en la región, que es
otra manera de decir que la hegemonía de EEUU en la zona la va a garantizar un
capataz sin escrúpulos al que ya no le queda una célula de humanidad. Demasiadas escuelas, hospitales, centros
de refugiados, colas de alimentos, niños y niñas reducidos a cenizas significan
haber quemado las naves de cualquier compasión. En los campos de
exterminio, suicidarse era una opción de humanidad. Enfrente de esa gente
decente que no quería sobrevivir sobre nadie, estaban los judíos de la zona
gris, los que colaboraron con el exterminio de los suyos, los kapos que
colaboraban con los nazis. Hoy, el Israel de Netanyahu es el Kapo de los EEUU.
¿Cuánta gente se estará suicidando en el ejército israelí? Los nazis tienen
buenos alumnos en sus antiguas víctimas.
La ruta atlántica de la emigración
camino de las islas Canarias ya tiene el palmarés de muerte.
La Unión Europea ha subcontratado el control de la frontera sur a países donde
los derechos humanos son inexistentes. Esas películas de sicarios, mafias,
policías migratorias, bandas, violaciones, abusos, secuestros, centros de
prostitución que han poblado el cine de frontera en EEUU hoy tienen lugar en la
ruta de Canarias. La bestia, esos trenes de la muerte camino de la frontera
norte, son hoy las pateras que han llevado a la muerte este año a más de diez
mil personas, 30 cada día -cada día-. 30 seres humanos que se han montado en
esas cáscaras de nuez porque en sus países se pensaban ya muertos.
En España, este 2024,
hay 1000 mujeres bajo protección por amenazas de violencia de género.. Y han
sido asesinadas 45 mujeres, además de nueve menores, muertos como la forma más
extrema de hacer daño a las parejas o antiguas parejas. Hay hombres que
-perdonen- parece que tuvieran declarada una guerra civil a las mujeres (es la
imagen de crueldad descarnada que muestran los testimonios de la página de
Instagram de Cristina Fallarás, tantas dentro de las propias familias, tantas a
menores, donde no solo se habla de violencia física, sino también de violencia
psicológica, esa que ejerces y no siempre reconoces cuando hay situaciones de
poder). La derecha desprecia esa violencia y dice que no existe. En la
izquierda -masculina- nos sabemos la teoría, pero no siempre nos sabemos la
práctica. Vivir en el privilegio no nos hace ser
siempre conscientes del daño que causamos. Una parte importante de la
democracia pendiente vendrá del feminismo. A los hombres nos queda mucho que
aprender -siguiendo la reflexión en primera persona, a mí me queda mucho que
aprender-, y mientras se reajusta la sociedad, lo que sin duda generará grietas
de asentamiento que tendremos que evaluar, pongámosle toda la inteligencia y la
sensibilidad de la que seamos capaces (ha habido casos
recientes que han ayudado al debate), también pensando
más allá de nuestras fronteras.
El drama de la DANA en València y las evitables 231
víctimas, han demostrado varias cosas (como si no bastara la experiencia de
tantos otros sitios). Que renta
tener políticos de altura y no chisgarabís elegidos más por el odio
a los otros que por sus cualidades; que solo lo público puede dar respuestas a
los grandes desafíos; que el calentamiento global no se solventa con
indemnizaciones sino cambiando el modelo; que la derecha va a utilizar
cualquier crisis para mentir y barrer para casa; y que la gente siempre es la
que saca las castañas del fuego cuando la cosa está caliente. 2024 no ha
avanzado nada para evitar el calentamiento global. Ya no caben más discursos
huecos. Si los políticos no tienen claros los datos, la ciudadanía tampoco
-Sánchez ha hablado, como si fuera factible, de subidas de la temperatura de
3º, ignorando que eso implicaría temperaturas en España de 60º, incompatibles
con la vida-. Vamos a tener que acostumbrarnos a otro tipo de vida. Y la
Inteligencia Artificial debiera ayudarnos a ello, no a que locos como Elon Musk terminen de
reventar el planeta.
2024 ha sido el último año antes de que la IA extienda
sus tentáculos inaugurando un nuevo mundo. La IA sabe todo lo que hemos
aprendido los seres humanos desde que existen registros. Lo ha leído todo,
visto todo, escuchado todo. Y al igual que ya no nos sabemos apenas números de
teléfono ni los conductores las calles, la forma en que hemos conocido hasta
ahora va a cambiar. La lectura sosegada, el conocimiento detenido, la reflexión
profunda van a ser sustituidas por alguien que sabe todo lo que se puede saber
de manera pública hasta 2024. Pero que no se ha detenido a pensar cómo vamos a
conocer a partir de ahora. Nunca van a hacer más falta las humanidades. ¿Les haremos caso en 2025?
"Y si ya no puedo creer que nada sea verdadero
¿por qué sigue viniendo la luz de la luna a rielar sobre la hierba?",
escribía Pessoa. Feliz 2025 y que ustedes, pese a todo, puedan ver cada noche
la luz de la luna batir la hierba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario