Juan Tortosa 02/12/2024
El ultrafascista Vito Quiles aparecía
el otro día en las redes abrumando en un vídeo a David Broncano con una pregunta tras otra basadas
todas ellas en mentiras y torticeros juicios de valor sin otorgarle al
interpelado el tiempo necesario para replicar de manera sosegada. Aún así, el
presentador de La Revuelta salió airoso del
asalto callejero del que fue víctima, un acoso infestado de odio y rebosante de
bulos.
Esta flagrante agresión me recordó aquel cara a cara electoral en el
que Núñez Feijóo utilizaba una técnica similar para
intentar acorralar a Pedro Sánchez,
propósito que en buena parte el todavía líder del PP consiguió porque,
sorprendido, el presidente no pudo o no supo reaccionar con la rapidez
necesaria al incesante bombardeo de disparates del que era objeto hasta el
punto que acabó perdiendo el debate.
Pues bien, esa técnica invasiva cuenta con un nombre que el lector
probablemente conozca, pero del que yo admito no haber tenido noticia hasta que
hace poco una de mis hijas me habló de ello. Se conoce como "Galope de Gish" o ametralladora de falacias. El término fue acuñado
hace treinta años por la antropóloga estadounidense Eugene Scott para definir la encendida manera que
un bioquímico de Kansas llamado Duan Gish tenía
de defender sus tozudas ideas creacionistas. Para negar la evolución de las
especies en los debates donde intervenía, Gish recurría a un tsunami de medias verdades, mentiras y
tergiversaciones expuestas a tal velocidad que los contrincantes no
conseguían disponer del tiempo mínimo para rebatirlas. Daba igual la solidez o
la exactitud de los argumentos desplegados, porque se trataba de abrumar al
oponente sin permitirle casi ni respirar, ¿verdad que les suena?
Cada punto planteado por quien utiliza la técnica del Galope de Gish exige mucho más tiempo para ser
rebatido que para ser enunciado. Dado que la ametralladora de falacias está
basada en el desprejuicio y la amoralidad, solo puede ser contrarrestada, y con
mucha dificultad, si conocemos bien a quienes sabemos que la usan y conseguimos
desmontar sus trampas antes de que tomen carrerilla.
¡Qué pereza tener que lidiar a diario con este tipo de especímenes! En una
tertulia o en un debate todavía existe la oportunidad, aunque sea poca, de
frenarlos. Pero ¿cómo nos defendemos cuando no existe la posibilidad de
réplica? ¿Qué hacer cuando Florentino Pérez,
por ejemplo, usa un atril inexpugnable para lanzar una mentira tras otra sobre
periodistas de países como Namibia o Finlandia que no votaron por Vinicius para el balón de oro? ¿Qué hacer
cuando Pablo Motos, desde el blindaje que proporciona un
monólogo televisivo, recurre a un bulo tras otro para atacar a su adversario
profesional? ¿Qué hacer con Ayuso o con
Feijóo, que no saben sino mentir, o con ese aventajado alumno que les ha salido
en Valencia llamado Carlos Mazón y
que no deja de perpetrar amoralidades? ¿Cómo salir al paso de tanta infamia?
¿Cómo evitar que luego estas iniquidades circulen de guasap en guasap sin
control alguno hasta convertirse en el único tema de conversación entre cuñaos
a la hora del aperitivo?
Insisto, ¡qué pereza, desayunar cada día con la última escaramuza de un
juez empeñado en sacar petróleo de donde no hay, magnificada esta a su vez por
un presunto comunicador que le otorga encantado todo el pábulo del mundo!; ¡qué
pesadez el constante empeño por irse sacando conejos de la chistera,
llámense Aldama o llámense como se llamen, y airear a bombo
y platillo acusaciones sin pruebas! No es calidad democrática tener que salir
cada día al paso de bulos infames, tampoco tener que demostrar tu inocencia
mientras los mentirosos acusan sin pruebas con todos los altavoces del mundo
dispuestos a propagar mendacidades a los cuatro vientos.
El diputado del PNV Aitor Esteban dio el otro día en el clavo: tienen
demasiada prisa y en consecuencia les da todo igual. Ven lejos el momento de
llegar al poder y no lo soportan. Les sobra la democracia, les sobra la verdad,
les sobra la decencia. Y no les falta dinero ni recursos para obligarnos a
soportar este insufrible estado de crispación. No sé si estamos a tiempo, pero
de alguna manera empieza a ser urgente poner pie en pared e impedir que la
desesperación de los intolerantes siga comiéndonos el terreno.
Afirma mi amigo Rubén Sánchez que
para acabar con la impunidad de quienes viven de la difamación es necesario que
el mayor número posible de víctimas se enfrenten a ellos en los tribunales de
justicia. No sé yo si con eso basta, porque el uso cada vez más generalizado de
técnicas como el Galope de Gish es la
demostración más palpable de que nos enfrentamos a un ejército de amorales a
quienes todo da igual. El diagnóstico parece claro. Ahora solo nos queda dar
con la solución antes de que sea demasiado tarde.
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