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sábado, 21 de diciembre de 2024

20/12/2024 - EL AÑO DEL BARRO

Desastres climáticos y ecológicos, convulsiones políticas en todo el mundo y la amenaza de guerra nuclear cierran el 2024

José Antequera 20/12/2024

Un bombero se abraza a una afectada por la riada de Valencia.

Escribo la última crónica del año mientras suenan los villancicos en la calle y la gente entra y sale de las tiendas con sus bolsas de regalos. No hace frío, al contrario, el cambio climático nos ha traído una extraña Navidad caribeña y algo bochornosa en la que sobra el abrigo y se agradece la manga corta. Me pregunto qué será de mis paisanos valencianos del otro lado del “puente de la solidaridad”, los afectados por la riada que este año se sentarán a la mesa de Nochebuena entre paredes embarradas, montañas de coches, chatarra y escombros, el insoportable hedor a fango que flota por doquier y la amargura de haberlo perdido todo.

Un trozo de tela hecha jirones con una inquietante inscripción que cuelga sobre una pasarela, a la salida de la hermosa y feliz Valencia –intacta pese a la magnitud de la tragedia en tantos pueblos circundantes–, lo dice todo: “A cinco kilómetros de aquí, todo es marrón”. Otra pintada en la fachada de un edificio oficial reza: “Menos maratones solidarios y más sacar barro”. Y algo más allá la pancarta con el ya habitual “Mazón dimisión”.

La cosa no está para ñoñerías sentimentaloides, para luces de colores, cajas de bombones, lazos rojos o efímeras cabalgatas de Reyes. El gran abeto de la Navidad yace roto, retorcido en medio del maldito barranco del Poyo –entre muebles destrozados, lavadoras despanzurradas y las esperanzas perdidas de tantas familias–, y ni los bravos soldados de la UME van a poder sacarlo de allí para hacer que retoñe. Este año muchos valencianos cambiarán la zambomba por la pala, la botella de cava por la cantimplora, el gorro de Papá Noel por la mascarilla y el perfume caro por el sudor de todo un largo día sacando lodo a espuertas de un garaje subterráneo. Cuentan que los décimos se han agotado en el área devastada (será por aquello de que allí donde hay un desastre natural siempre cae el gordo de la lotería nacional) mientras que en Paiporta tienen un belén montado que tardará año y medio en solucionarse, según la NASA.

Hay mucho que hacer en la zona cero, en el epicentro del olvido, en ese infierno de polvo y barro que no ha hecho más que comenzar, aunque la prensa, pasado el morbo del momento, ya se haya olvidado de los afectados y vuelva al raca raca del máster de Begoña Gómez, a las confesiones del cantamañanas Aldama, a los presuntos fraudes del novio de Ayuso y al pisito de Ábalos y Jésica. Nadie sabe cuánto tardará en reventar la presa social, la rebelión de los pacientes indignados del barro. Nadie sabe cuánto tardará en salir del huevo esa serpiente fascista que retoza voraz en la cenagosa y arruinada Albufera. Pero es evidente que, más tarde o más temprano, llegará otra barrancada, otra pantanada, la de la rabia del pueblo con la que Blasco Ibáñez hubiese escrito el novelón de este siglo XXI de barbarie, convulsión, estupidez y bulo que promete ser aún más sangriento que el anterior. Cañas y barro (unos de cañas y otros en el barro), el muerto al hoyo y el vivo al bollo, unos sin luz y otros al frío banquete de esa sociedad desalmada que hemos construido entre todos: en eso se resume esta página negra, la más infame de la historia reciente de España.

Este año cuesta trabajo decir “Feliz Navidad” mientras unas manzanas más abajo, al otro lado del cauce del Turia (muro salvador contra la riada), miles de personas las pasan canutas. Las prometidas ayudas no llegan, la kafkiana burocracia hace de las suyas y la prensa local cuenta que la situación de tantos pueblos de la comarca arrasada empieza a ser insostenible. Algo nos dice que el agua, el tsunami sobre L’Horta Sud, se ha llevado mucho más que la vida de 227 personas, decenas de casas, miles de coches, naranjales, vías del tren y carreteras. Entre el lodo está germinando una mala hierba, la de la tristeza y la rabia popular contra el político, contra el sistema, contra la democracia que, según los damnificados, los ha dejado tirados.

Un año de tempestades se cierra y otro con negros nubarrones se abre. ¿Triunfará el golpe blando, político, judicial y mediático, más la extraña pinza PP/Junts, contra Pedro Sánchez? ¿Lanzará el psicópata Putin sus adorados falos nucleares contra Occidente, tal como advierte todo el rato? ¿Cuánto tardará el paleto Donald Trump en liarla parda en Palestina, en Siria, en Líbano o Irán? Todo son incógnitas para un año 2025 que viene cargado de incertidumbres, de preocupaciones y de miedos. El contexto internacional es diabólico, como muy acertadamente explica el fundador de Diario16, nuestro querido Manuel Domínguez (gracias maestro por otro año más de vida periodística). “Desde la crisis de los misiles de 1962 no había habido una amenaza tan seria de que se desencadenara una guerra global. Todo está focalizado en dos regiones del planeta: Oriente Próximo y Ucrania”, escribe en su clarividente reportaje Crónica evitable del fin del mundo publicado en nuestra imprescindible revista mensual.

El ciudadano tendrá que acostumbrarse al mundo del pánico que nos han construido las siniestras élites, las altas esferas o quien quiera que sea el loco que ha organizado este sindiós de planeta donde cien familias acumulan más riqueza que el resto de la humanidad. Ya nadie puede garantizar un futuro estable y seguro para nuestros hijos, vivimos al día, en el alambre, sin saber qué será de nosotros al levantarnos por la mañana. La democracia se ha convertido en un trampantojo, el nuevo fascismo posmoderno avanza deprisa, sembrando odio a cascoporro, imparable. “Hay una posibilidad entre seis de que nos extingamos este siglo”, dice el filósofo Toby Ord, de la Universidad de Oxford. Sabemos que nos queda cada vez menos tiempo como especie, pero, qué demonios, que siga el show. La Navidad es la fiesta del fracaso, triste pero consoladora, dijo Graham Greene. Hoy, más que nunca, feliz Navidad, ocupado lector de esta columna. Feliz Navidad.

 

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