MOISÉS NAÍM 12/10/2024
En un mundo plagado de amenazas que van desde el
cambio climático y las pandemias hasta el auge del crimen organizado y de
guerras que pueden cambiar nuestra civilización, una cifra destaca por su
magnitud y sus implicaciones: 2,4 billones de dólares (unos 2,2 billones de
euros). Este es el monto que el mundo gastó en armamento y preparativos
militares en 2023, una suma tan astronómica que desafía la comprensión
inmediata. El gasto militar creció casi un 7%, el mayor aumento en los últimos
15 años, según el SIPRI, un respetado think tanksueco especializado en
asuntos militares.
Esto va más allá del aumento natural de la producción
y el comercio internacional de armas, estimulado por las guerras en curso en
Ucrania y Oriente Próximo. Y no es solo el armamentismo sin precedentes del
mercado de armas convencionales. El desatado gasto militar también tiene una
componente nuclear. De acuerdo con un preocupante reportaje de The New York
Times, Estados Unidos está invirtiendo montos inéditos de su presupuesto
para remplazar sus misiles Minuteman, que han llegado al final de su vida
operativa. El Pentágono invierte sumas enormes en nuevas armas, incluyendo el
bombardero B-21, y en sofisticados sistemas de comando y control. Rusia está
desarrollando misiles hipersónicos, como el llamado Avangard, y novedosos
sistemas de torpedos nucleares. El Kremlin ha anunciado que el año próximo planea
aumentar su gasto militar en un 25%. En tanto, China está desarrollando nuevos
sistemas de misiles intercontinentales, e India invierte en el Agni V, un misil
balístico con alcance de miles de kilómetros, y otras armas nucleares
transportadas en submarinos.
América Latina no se queda atrás, lo que hace pensar
que no se trata sencillamente de un reajuste ante las guerras en curso. Chile y
Brasil están comprando buques rompehielos y fragatas. Brasil se ha impuesto
como meta desarrollar un submarino nuclear antes de 2030, y está comprando
obuses de 155 mm. Brasil, Paraguay y Perú están gastando millones para poner al
día sus unidades blindadas. Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador y Perú han
estado comprando helicópteros a Rusia.
Cada segundo que pasa, el mundo gasta más de 77.400
dólares en armas y ejércitos; con cada tic del reloj, el gasto en la mejora o
el aumento de los servicios públicos es recortado y aplastado por la locura
armamentista que estamos viviendo.
Este gasto colosal no es un fenómeno aislado. Desde
hace años, la tendencia en el gasto militar es al alza: de 1,98 billones de
dólares en 2020 a 2,44 billones cuatro años después, según el SIPRI. Este
incremento persistió incluso durante la pandemia de la covid-19, un periodo en
el que los sistemas de salud de todo el mundo operaban al borde de la
insolvencia.
Las consecuencias de este gasto se hacen evidentes
cuando consideramos lo que se hubiese podido lograr con esos recursos. Con el
gasto militar de un solo día (6,13 millones de dólares) se podrían construir
más de 60.000 escuelas en países en desarrollo, según los datos de la UNESCO.
El gasto militar global en 2022 fue casi nueve veces la cifra que se
necesitaría cada año para erradicar el hambre en el mundo en 2030, de acuerdo
con los cálculos de la FAO. Y es que el simple aumento del gasto de 2022 a 2023
(203.000 millones de dólares) supera el producto interno bruto de más de 130
países.
El impacto de esta locura armamentista va más allá de
lo militar o financiero. Las fuerzas armadas son responsables de
aproximadamente el 5,5% de las emisiones globales que contribuyen al cambio
climático, superando las emisiones anuales de países como Japón o Alemania,
según un estudio publicado por el grupo Scientists for Global
Responsibility.
Mientras los líderes mundiales justifican ese gasto
citando las amenazas a la seguridad nacional y la necesidad de modernización de
sus arsenales, cabe preguntarse si estamos realmente más seguros. ¿Qué tan
confundidas tienen que estar nuestras prioridades para creer que la solución a
los conflictos entre países es el aumento del gasto militar?
El argumento según el cual gastar más en defensa
contribuye a la paz, ya que disuade a potenciales países agresores, es débil.
La historia está llena de ejemplos de guerras que estallaron independientemente
de las asimetrías que había en el gasto militar de los contrincantes.
En un mundo donde cada centavo cuenta, cada dólar
gastado en armas es un dólar que no es invertido en el futuro de la humanidad.
Es hora de repensar nuestras prioridades. La paz y la seguridad no se logran
solo con gastos de defensa.
Ningún país que obre solo puede actuar eficazmente
para contener el desbocado gasto militar. Se necesita de la colaboración
internacional. Lograr que esta colaboración ocurra no es fácil. Pero los
estadistas de altura saben que tampoco es imposible.
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