MIQUEL RAMOS 25/12/2024
Melvin Schwede había acudido a la localidad alemana de Henstedt-Ulzburg, al
norte de Hamburgo, donde el candidato de Alternativa por Alemania
(AfD), Jörg Meuthen, ofrecía un mitin. Se topó con una protesta
antifascista en las inmediaciones, y, tras varios intercambios de insultos,
cogió su coche y arrolló a varios manifestantes. Sucedió en 2020 y el autor del
atropello, que dejó varios heridos, fue juzgado hace justo un
año, condenado a tan solo tres años de prisión, ya que la jueza
consideró que no tenía intención de matar. Schwede imitó a James Alex Fields
Jr., otro neonazi que, en 2017, usó su coche para arrollar una protesta
antifascista en Charlottesville, Estados Unidos, matando a Heather Heyer. Este,
sin embargo, fue condenado a cadena perpetua.
Hace tan solo dos años, en 2022, la policía alemana realizó una macrooperación contra el
terrorismo neonazi y detuvo a veinticinco personas, entre las
que se encontraba una política del partido AfD y el tesorero de sus juventudes
en Sajonia. La organización era conocida como Reichsbürger (Ciudadanos del
Reich) y planeaba un golpe de Estado. Hace tan solo dos meses y medio, en
noviembre de 2024, otra operación policial
desmantelaba un nuevo grupo neonazi alemán que planeaba una revuelta armada para
establecer un territorio nacionalsocialista en el este del país.
Desde hace ya varios años, las autoridades alemanas advierten de que
la principal amenaza violenta
en el país viene de la extrema derecha, y que las cifras de los
delitos de odio relacionados aumentan considerablemente. Al mismo tiempo, los
partidos ultraderechistas siguen cosechando éxitos a lo largo del planeta,
también en Alemania, donde AfD no hace más que subir en las encuestas y se
prevé que mejore sus resultados en las próximas elecciones el próximo mes de
febrero. La violencia de extrema
derecha es un fenómeno global, y el auge y la normalización de sus
discursos no hacen más que empoderarla.
El terrible ataque perpetrado la pasada semana por un hombre contra
un mercado navideño en Magdeburgo, Alemania, que se ha
cobrado la vida de varias personas y decenas de heridos, ha sido de nuevo
objeto de numerosas hipótesis y relatos enfrentados. Un hombre de origen saudí,
ateo y autodefinido como ‘el crítico más agresivo de la historia contra el islam’
en una entrevista de 2019 al Frankfurter Allgemeine
Zeitung, arrolló con un vehículo a varias personas que visitaban un
mercadillo navideño. Al-Abdulmohsen había abandonado su país natal hacía años y
ejercía como psiquiatra en Alemania. Se había dedicado, además, a facilitar la
huida de ciudadanos de Oriente Medio apóstatas del islam a otros países, tal y
como contó en una entrevista a la BBC en 2019.
Sus redes sociales no dejan lugar a dudas sobre su obsesión con la supuesta
islamización de Europa, el mantra global de la extrema derecha actual, con
mensajes pidiendo ejecutar a Angela
Merkel por considerarla cómplice. Su perfil en la red social X, cuya imagen de
portada es un subfusil automático, está todavía activo y lleno de propaganda
islamófoba, proisraelí y de extrema derecha. Al mismo tiempo que alerta
obsesivamente sobre la islamización de Europa, critica que Alemania y otros
países europeos no dan asilo a refugiados de Oriente Medio que huyen del islam.
Uno de los perfiles que más promociona el atacante de Magdeburgo en su cuenta
de X es el de Salwan Momika, activista islamófobo sueco que protagonizó la
quema del Corán y que es un ferviente defensor de Israel. También hay mensajes
de alabanza al partido AfD, a Elon Musk o al líder ultraderechista e islamófobo
de los Países Bajos, Geert Wilders.
Aun así, su país de origen y el haber elegido un mercado navideño como
objeto del ataque, ha servido a la extrema derecha para llevar a cabo una nueva
campaña de desinformación que trata de vincular al islam y la migración con el
terrorismo y relacionar este ataque con el yihadismo. Miles de cuentas se han
lanzado a desmentir su apostasía y hasta su islamofobia, manifestada
reiteradamente en sus apariciones en medios de comunicación y en sus redes sociales.
Todo, dicen, es una tapadera, porque en realidad era un musulmán que se hacía
pasar por ateo para infiltrarse en la sociedad occidental y cometer este
atentado.
En el caso de Al-Abdulmohsen, sus posturas anti-islam, dice la extrema
derecha, no eran más que un disfraz. Y para reafirmar esta teoría aluden a la
Taqqiya, esto es, una licencia islámica para esconder la fe. Esto, que se
promulgó para escapar de las persecuciones a las que eran sometidos los
creyentes, es resignificado ahora por los ultraderechistas para atribuir una
velada adscripción a la fe islámica a toda persona originaria de países árabes
o de tradición musulmana, aunque su vida y sus propias declaraciones demuestren
su lejanía de esta doctrina, e incluso, en el caso del atacante de Magdeburgo,
su radical y obsesiva oposición. Esto no hace más que poner bajo sospecha a
millones de personas, a nuestros vecinos y vecinas, que, según la extrema
derecha, nunca serán de fiar por mucho que se alejen de la fe islámica. Ni
siquiera los que les dan apoyo.
Otra de las supuestas pruebas que esgrimen los ultraderechistas para
atribuir una velada adscripción al islam del atacante es la elección del
objetivo, esto es, un mercado navideño. La intención sería entonces atacar un
espacio cristiano, como si a estos mercadillos tan solo fuesen devotos, o como
si las fiestas navideñas y los mercadillos no estuvieran prácticamente ya
desacralizados, celebradas y concurridos por ateos y por todo tipo de personas
independientemente de sus creencias. ¿Por qué no eligió una mezquita?, claman
los islamófobos para reforzar su argumento. Primero, porque es posible que no
pudiese entrar a toda velocidad con su coche al templo. Y segundo, y creo que
lo más obvio, porque el objetivo era atacar un lugar masificado y causar el
mayor daño posible.
El mismo autor de los hechos había manifestado en sus redes en diversas
ocasiones su intención de hacer pagar a Alemania su supuesta laxa actitud con
el islam y su maltrato a las personas que llegan al país huyendo de este. Sin
embargo, su alusión a las personas refugiadas ha servido para que la
ultraderecha use estos mensajes como una supuesta prueba de la vinculación del
atacante con la defensa de las personas refugiadas, obviando que tan solo
aludía a quienes abandonaban la fe islámica y huían de determinados países, y
acusaba al gobierno de dar asilo únicamente a musulmanes, sirviendo a su plan
de islamizar Europa.
En el conjunto de excusas que tratan de desvincular al perpetrador de las
ideas de extrema derecha subyace una premisa: era refugiado, venía de un país
islámico y, por lo tanto, lo lleva en la sangre. Es una cuestión racial, aunque
lo disfracen de “cultural”. La idea es que no pueden escapar de ello. Es
indesligable de su raza y de su religión. Aunque este atentado se ha cometido
en nombre de las mismas ideas que defiende la extrema derecha: su odio al
islam, a las personas musulmanas y a los políticos por permitir la supuesta
islamización de Europa. Para la extrema derecha, el pecado y la maldad se
llevan en la sangre.
Este relato sigue al dedillo las viejas teorías conspirativas que usaron
los nazis contra los judíos, a quienes acusaban de traidores, mentirosos y
artífices de un plan para conquistar, someter y destruir Europa. Exactamente lo
mismo que hoy promulgan los principales propagandistas de la extrema derecha
sobre las personas musulmanas, con la teoría del 'Gran Reemplazo' o del 'plan
de Kalergi' como telón de fondo, como los nuevos 'Protocolos de los Sabios de
Sion' que han encontrado un nuevo chivo expiatorio para su modelo de sociedad
racista y excluyente. La islamofobia ocupa hoy el
lugar que hace un siglo ocupó el antisemitismo, y usa exactamente las mismas
tácticas y conspiraciones para deshumanizar, demonizar y excluir a una parte de
la población. Esto no excluye el antisemitismo que, en el
fondo, profesan todos estos ultras, pues detrás de todas sus conspiranoias
siempre aparece, casualmente, un judío, como su token favorito, un George
Soros, por ejemplo.
Sin embargo, el aval democrático con el que cuentan estos herederos
ideológicos de los nazis y la normalidad con la que las democracias liberales
han aceptado su inclusión, promoviendo su propia destrucción, no augura nada
bueno. Este terrible suceso es uno más de los que instrumentaliza la extrema
derecha, que se apresuró a salir a la calle y tratar de capitalizar el duelo y
la rabia. Aunque se desmonten sus bulos, el sesgo de confirmación sigue
funcionando. Es más, cuando la motivación del atacante coincide con las ideas
de las extremas derechas, llegan las dudas, lo de hilar fino, el incisivo y
correspondiente análisis psicológico que nunca se aplica cuando el autor es
tildado de yihadista, viene de cualquier país no europeo y dice actuar en
nombre del islam. Entonces no hay dudas. No hay problemas mentales ni confusión
alguna.
Esta
lluvia fina de odio y desinformación va calando en una sociedad cada vez más
indolente frente a esta ofensiva neofascista que se empeña en poner dianas sobre
determinadas personas. Los analistas que tan claro sentencian cuando el autor
de cualquier ataque tiene determinadas características, hoy cogen con papel de
fumar este nuevo caso. No sea que culpemos sin razón a la extrema derecha de
promover el odio.
Al final dará igual que el autor sea un ultraderechista, que se sucedan las
operaciones policiales contra el terrorismo neofascista y que sea hoy la
principal amenaza para la seguridad. Al mismo tiempo, ganan elecciones. ¿Lo que
digan hoy los medios convencionales y las autoridades? Pura conspiración,
manipulación y ocultación de la verdad para que los ultraderechistas no lleguen
al poder. Con tanta prudencia y tanta equidistancia ante el odio y sus
consecuencias, cualquier opción, cualquier verdad, le será rentable a la
ultraderecha
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