Juan Carlos Monedero 22/12/2024
Con apenas unas cuantas
horas de diferencia, he tenido el placer doloroso de ver la obra de
teatro 1936 y, al día siguiente, en un intento fallido de
almuerzo en Pozuelo, el doloroso displacer de ver otra vez cómo sería España si
ganasen las elecciones el Partido Popular y Vox. Avisos vamos teniendo.
La obra 1936, de Andrés Lima, debiera formar parte, al igual
que Jauría, de Jordi Casanovas y Una noche sin luna, de Juan Diego Botto, del currículum
de todos los institutos de España. Si la derecha quiere enseñar en los colegios
a los adolescentes a jugar a la bolsa para hacerse criptobros -luego se
extrañan que tengan de referentes a influencer con
la cabeza hueca y residencia fiscal en Andorra-, estas obras de teatro harían
de los jóvenes ciudadanos y ciudadanas, con una idea de lo común más hermosa y
solidaria y una idea de España de la que sentirse verdaderamente orgullosos.
Decía Gil de Biedma, con
una resignación propia de quien en el fondo podía cargar con el peso de la
existencia en la España franquista, que nuestra historia casi siempre termina
mal. No es verdad, pero como ocurre a menudo, conviene saber por qué es así.
Los tres grandes protagonistas de estas obras -el pueblo humilde que tuvo
esperanzas con la II República, una mujer violada por cinco degenerados que se
creían impunes, y un poeta y dramaturgo de Granada, republicano y homosexual,
que aún hoy está desaparecido-, fueron derrotados y, sin embargo, como ocurre
con el Espartaco de Howard Fasst, aún crucificados
vencen.
1936 está dirigida por Andrés
Lima, con texto de Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga.
La obra es teatro integral, con texto, música, danza, decorados, cine, ruptura
de la cuarta pared y guiños a la actualidad.
La protagoniza un elenco
mágico (y ahorro adjetivos a cada uno de los actores y actrices porque todos y
todas están enormes, convincentes y grandiosas): Antonio Durán haciendo del
asesino Queipo de Llano; Alba Flores como la Pasionaria, el general Rojo y una
madre de las víctimas de la carretera de Almería a Málaga; Natalia Hernández,
como el académico y político cómplice de asesinato Yangüas y el obispo cómplice
de asesinato Cardenal Gomá; María Morales como Azaña, Largo Caballero y Clara
Campoamor; Paco Ochoa como Pau Casals, George Orwell y el asesino general Mola;
Blanca Portillo representando al golpista José Antonio Primo de Rivera y a
Rosario la Dinamitera; Guillermo Toledo en el papel del asesino general Yagüe,
el ladrón Alfonso XIII y el honesto general Miaja; Juan Vinuesa trayendo al
asesino general Franco y a Ramiro de Maeztu; y un espléndido coro de jóvenes,
una de las almas de la obra.
El coro empieza
interpretando el Himno a la alegría de
Beethoven ("toda la humanidad será hermana"), música con la que se
inauguraron los juegos olímpicos de Barcelona en 1936. El músico Pau Casals
quiso impedir que los juegos olímpicos de Berlín, que empezaban semanas
después, se apropiaran del himno, ya que era intención de Goebbels hacer de esa
pieza la música oficial de los juegos de Berlín. Barcelona se adelantó. Pero
tampoco se olvidan del Cara al Sol -espléndido
himno falangista que deja claro que hay belleza al servicio del mal-, pasando
por La Internacional o A las
barricadas (hermosos himnos de resistencia que, siempre
asediados, también tienen emparentados su lado menos luminoso).
Por 1936 desfilan los personajes más siniestros de la
historia reciente de España, los responsables de que África empezase en los
Pirineos (con perdón para África), los que entregaron a curas tridentinos,
espadones iletrados y estraperlistas sin escrúpulos el futuro del país, los que
fusilaron a 200.000 personas de la mejor España, los que mataron, encarcelaron
o exiliaron a las 13 Rosas, Lorca, Miguel Hernández, Antonio Machado, León
Felipe, Luis Cernuda, María Zambrano, los que trajeron a alemanes, italianos y
marroquíes a asesinar a españoles (los aviones y tropas de Mussolini, la legión
Cóndor de Hitler, la tropa mora de Franco), los que nunca quisieron escuchar el
"paz, piedad, perdón" de Azaña.
Este viernes, había
quedado a comer con dos amigos. Como no habíamos reservado y era el día clave
de las comidas de empresa, dando vueltas y vueltas llegamos a un restaurante de
Pozuelo. Mala elección. Porque la derecha madrileña considera ya que hay zonas
que son suyas. Nunca han soportado que la facultad de Ciencias Políticas de la
Complutense esté en Somosaguas, igual que les molesta que la sede del PSOE esté
en Ferraz o les indignaba que la primera sede de Podemos estuviera en la calle
Princesa.
En el restaurante,
especialmente en la mesa que lanzó la provocación, había sobre todo hombres,
borrachos, en manada, emboscados, en territorio que creen conquistado y en un
local que igualmente piensan que es suyo. Evidentemente habían visto que estaba
afuera en la barra esperando un buen rato una mesa. Se prepararon. Se les debió
hasta enfriar la comida. Un energúmeno, con voz ebria, empezó a gritar nada más
entrar en el salón con mis amigos: "¡Viva España! ¡Viva España! ¡Fuera!
¡Fuera de aquí! ¡Fuera Podemos de España! ¡Es que no ves cómo se llama el
restaurante! ¡Esto es España! ¡España! ¡Fuera!, ¡Viva España!", a lo que
alguno replicó con un par de "¡Fuera!", aunque más tímidos, desde la
retaguardia.
Me recordó a otro
incidente en una situación parecida en Sanlúcar de Barrameda -hombres,
borrachos, en manada, con sentimiento de impunidad, empresarios y banqueros- y
les ahorré a mis amigos que aquello terminara, cuando menos, en el hospital o
en comisaría. Tampoco di mucho tiempo a ver si los bandos se equilibraban, pero
me temo que no jugaba en casa.
Me entristeció ver en el
tono del Marqués de la Ginebra que gritaba con un timbre idéntico al que había
escuchado la noche anterior en voz de Queipo de Llano, el que auguraba a las
mujeres republicanas saber lo que era un hombre cuando las violaran las tropas
moras o que pedía que se saludara con un tiro a todos los republicanos con los
que cualquier patriota se cruzara. Patriotas de un "¡Viva España!" en
boca del partido que más ha robado a España. El PP organizó una policía
política contra Podemos y los independentistas y la llamó "policía
patriótica". El borracho del restaurante, con la cara roja por la bebida y
la ira -lo que le hermanaba, al menos en el color, con los carabinaros que
avisté en su mesa- por fortuna no creo que llevara armas. Vox, Alvise y una
parte del PP creen que hay que permitir que la gente vaya armada.
Esta semana, un saudí
sionista entusiasta de Netanyahu y de Alternative für Deutschland, el partido
hermano de Vox, mató a dos personas e hirió a decenas en un mercado navideño en
Alemania. Santiago Abascal salió en Twitter/X corriendo a decir, como si ese
demente no compartiera con él ideología, que todos los inmigrantes que entraban
en nuestros países son un peligro y que "malditos todos los políticos que
han abierto nuestras fronteras a bárbaros como estos".
El bárbaro, que era uno
"de los suyos", repetía una actitud sobre la que venimos advirtiendo:
es la extrema derecha la que representa un peligro para la paz y la
convivencia. Y no hay fácil solución porque el diálogo, que es la base de la
democracia, lo han dinamitado.
Alguien (de nombre
@Imamaditasaok, quizá un bot pagado por alguien de derechas, quizá un alias de
alguien como el enrojecido borracho de Pozuelo), le recomienda en esa red tan
límpida de Elon Musk a un periodista: "Llama a un moro mételo en casa deja
que se folle a tu mujer, dale todos tus ahorros y antes de irte de la que era
tu casa le dejas que te dé un par de hostias y te la meta un poco por e culo,
se llama izquierda española doméstica, disfrútalo". Más allá de la
ortografía -si no se les pueden pedir modales, como para pedirles ortografía-
¿de qué se puede hablar con esa gente? ¡Viva España, coño y se sienten!
Esta semana, en una
votación en el Parlamento de Castilla y León, el presidente de la mesa, de Vox,
dio por aprobada una votación sobre una terna para el Tribunal Superior de
Justicia que perdieron 35 a 31. Pese a ese resultado, el presidente dio por
aprobada la terna. ¡Pero si 35 es más que 31!, le reprochaban los diputados de
la oposición, a lo que contestó: "No voy a entrar en ese debate".
Maldita aritmética bolivariana.
La extrema derecha
global es el Plan B de la crisis de la economía y de la democracia actual, que
recibe una vuelta de tuerca en la crisis económica de 2008 (de ahí saldrán
reforzados Trump, Milei, Bolsonaro, Meloni, Le Pen, Orban, Abascal, etc.). Han
leído a Gramsci y saben que una parte importante de la guerra es cultural, pero
también a Lenin, de manera que cuentan con la militarización de la acción y se
apropian del discurso radical sacado de La Internacional: "Del pasado hay
que hacer añicos/ legión esclava en pie a vencer/ el mundo va a cambiar de
base/ los nada de hoy todo han de ser".
En su discurso,
compartido por todas las derechas, la izquierda, a la que identifican con el
pasado o con la amenaza a la identidad y el statu quo, es culpable de todo lo
que pasa. El anticomunismo de ayer hoy es un antiizquierdismo aún más radical y
abstracto, apenas encarnado por Venezuela -un país modesto que ni siquiera
forma parte de los grandes de la región- o, en España, por Podemos -un partido
que ni siquiera ha gobernado sino como minoría- pero que moviliza a todos los
insatisfechos que no han encontrado ninguna receta tan reconfortante en la
izquierda.
Por eso, los votantes de
la derecha y de la extrema derecha autorizan a sus líderes a hacer lo que crean
que tienen que hacer para acabar con el pasado y con la "lacra"
izquierdista. Si los revolucionarios daban por sentado que después de la
revolución todo iba a estar bien, los contrarrevolucionarios de hoy asumen el
dolor de romper lo que haga falta para permitir que un futuro refulgente
advenga. La derecha le ha comido a la izquierda la utopía revolucionaria
dándole la vuelta. En 1936, se trataba de volver al orden natural cristiano;
hoy se trata de inventar un futuro nuevo que nazca de las cenizas.
Si hay que romper el
parlamento, se rompe; si hay que mentir, se miente; si hay que robar, se roba;
si hay que dejar morir a ancianos, se les deja morir; si hay que enriquecerse
uno y a los familiares, se enriquecen; si hay que decir una cosa y la
contraria, se dice. Como recuerda Pablo Gentili, "a los generales se les
juzga por sus resultados, no por sus formas". Asaltan lo público, veranean
con narcos, saquean el erario, tienen brotes psicóticos, no saben hablar sin
pinganillo, controlan los juzgados por delante y por detrás, tergiversan los
testimonios de los testigos en un juicio, inventan pruebas con policías
corruptos, anulan las acusaciones a los políticos amigos, convierten el
parlamento en un circo, mienten en los medios, en las tribunas, en cualquier
sitio en el que estén, hacen alianzas antinatura -hay nazis sionistas o peperos
amigos de Junts- apoyan guerras genocidas, insultan al Papa…
Apenas hay dos
requisitos, pero casi no lo son: no me enseñes lo que tienes que destruir y haz
que no te pillen. Aunque a veces es al revés y quieren que se vea el dolor y
aceptan que si te pillan logres que imputen antes al que te denuncia que al
denunciado. "No te preocupes: lo importante son los resultados".
El mundo se va
pareciendo a la víspera de 1936, que fue la víspera de 1939. Sin hacer
tremendismo apocalíptico, pero sin ingenuidades. Si la izquierda no es capaz de
movilizar a una mayoría, va a pagarlo caro. Y que se olvide de que "cuanto
peor, mejor", porque ahí están las extremas derechas que hunden a sus
países y vuelven -o casi- a ganar las elecciones.
La estrategia debe ser
más inteligente. No basta denunciar la amenaza de los ultras (ya está
descontado en casi todos los países), ni sirve insultar a los tibios ni
escandalizarse por la última barbaridad que hacen o dicen los ultras. Tampoco
basta hacer políticas sociales, que no es suficiente para que la gente esté
contenta con los gobiernos.
Hay más homogeneidad en
las derechas que en las izquierdas. Y eso les ayuda a construir el sentido
común de época. Y eso es su pasaporte para su victoria y para nuestra derrota.
¿Es posible crear un discurso radical, convincente, dialogante, firme, creíble,
tranquilizador, épico, esperanzador, utópico y realista? Quien lo logre, unirá
una gran parte de los fragmentos de la izquierda. Mientras, aprendamos de la
derecha y que el que pueda, que haga lo que pueda. Como el colibrí, que en el
incendio hacía "su parte". De lo contrario, el fragmento será la
antesala de la forma que adopte el 1936 de nuestra época.