Núñez
Feijóo desaprovechó el jueves pasado la mejor oportunidad de su vida para
demostrar si tiene o no talla de hombre de Estado. Y no la tiene. Como no la
tuvo Aznar el 11M, como no la tuvo Ayuso en la pandemia. Ser de derechas no es esto,
ser oposición no es esto, ser político no puede ser esto. Nos merecemos una
derecha con rostro humano, nos merecemos políticos que no olviden la razón por
la que nos representan: resolver nuestros problemas en lugar de complicarnos la
vida más de lo que por lo general la solemos tener.
Bien pensado, que el líder de la oposición optara por comportarse de una
manera tan miserable en València, mintiendo y atacando al Gobierno de la nación
cuando lo suyo era arrimar el hombro, era bastante previsible porque nos tiene
ya acostumbrados a comportarse así, a no desperdiciar ninguna ocasión que se le
presente para certificar que no sabe hacer otra cosa. Lo normal hubiera sido
presentarse en la zona de la catástrofe, remangarse y decir, a ver, qué hay que
hacer aquí, en qué puedo ayudar. Pero no, con decenas de garajes aún anegados y
personas ahogadas dentro, con innumerables cadáveres todavía entre los
escombros, con centenares de coches amontonados que dificultaban la búsqueda de
desaparecidos, Feijóo optó por el reproche y el bulo.
Este PP que trafica con la tragedia y el espanto no puede ser la derecha
que aspira un día a gobernarnos. Sus propios militantes, hasta sus propios hooligans si me apuran no creo que estén por la
labor de secundar este tipo de comportamientos. En algún lugar tiene que estar
la derecha razonable, la que apuesta por la convivencia en paz, la solidaridad
y la ausencia de crispación, la que piense primero en las necesidades de los
ciudadanos y después en la batalla política.
Seguro que entre los casi 400.000 vecinos que se quedaron sin agua potable
y los 80.000 que dejaron de tener luz, seguro que entre tantas personas como
dejaron de poder comunicarse siquiera a través de un triste guasap, existe un buen número de votantes del PP ¿pensó
Feijóo al menos en ellos?
Carlos
Mazón, el presidente popular de València, evidenció haber captado, aunque tarde,
la magnitud del desastre cuando cerró filas con Pedro
Sánchez. Tanto él como el andaluz Moreno Bonilla han
demostrado algo más de reflejos que su jefe, al menos en esta ocasión. Tiempo
habrá de depurar responsabilidades, que las hay, y son muchas, pero cuando la
prioridad es salvar vidas, atender heridos y que las personas afectadas dejen
de pasar hambre y frío, pasearse por las zonas afectadas con un discurso
belicista y sin aportar soluciones es el summum de la
mezquindad.
Miedo me da imaginarme cómo tratará la prensa adicta todo lo que rodea a
esta espantosa tragedia una vez que enterremos a todos los muertos y los
trabajos por devolver a la zona una mínima normalidad empiecen a dar sus
frutos. Me acuerdo del furor mediático tras los atentados de Atocha y se me
abren las carnes ¿Cuáles serán ahora los bulos? ¿a quién o a quiénes se
intentará criminalizar? ¿a qué canallas de la ultraderecha se les otorgarán
generosos altavoces para que suelten cuantas obscenidades les dé la gana? ¿qué
perversiones se le ocurrirán a los profesionales de la desestabilización, cuál
será el eco que tendrá en los medios?
De momento, están empezando a poner en cuestión el funcionamiento del
Estado. Los mismos medios que, recordemos, dejaron bien claro ya, la mañana
posterior a la noche del desastre, cuál era su orden de prioridades: apostaron
por primeras páginas con Begoña Gómez o
el fiscal general del Estado a toda plana mientras en València centenares de
personas buscaban desesperadas a familiares que nunca volvieron a ver con vida.
Declaraciones como las de Feijóo son gasolina para que los ultras se
sientan respaldados cuando encienden las cerillas que provocan el fuego de la
insidia. Ya han empezado los de Manos Limpias, emprendiéndola judicialmente
contra AEMET. Mientras miles de afectados hacían
cola para llenar sus garrafas de plástico con agua potable, mientras las
farmacias y las tiendas de los principales municipios afectados continuaban
desabastecidas, mientras el número de fallecidos seguía subiendo, los
desaprensivos decidieron apostar por la crispación y el frentismo desde el
primer momento despreciando el estado de ánimo de una ciudadanía noqueada.
Como decía al principio, ser de derechas no puede significar comportarse
como lo hace Núñez Feijóo. Si lo hace por incapacidad, malo, y si es por miedo
a la ultraderecha, mucho peor. Los derechos humanos no pueden estar jamás en
cuestión. Que Mazón le comprara el discurso en su día a Vox fueron los polvos que trajeron estos lodos.
Parece que ha empezado a entenderlo y por eso ha reaccionado desmarcándose,
esperemos que no se desdiga, de la vocación incendiaria de Núñez Feijóo.
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