CRISTINA FALLARÁS
Están los bros,
los señoros, los machirulos, los como
quieras llamarlos chocando sus puños, brindando ebrios de hombría, sacando
pecho, recolocándose el paquete. Se entiende a quiénes me refiero. Y se
entiende precisamente porque poco a poco han ido sacudiéndose los remilgos,
quitándose las caretas, y ya nos hemos acostumbrado a sus jetas, sus poses y
sus voceros youtubers, a su misoginia feroz. Pero, sobre todo, nos hemos
acostumbrado a que haya un amplísimo, insoportable número de hombres
que asisten al brotar de esas bestias como quien contempla el huerto del vecino.
Los bros de Trump no le votan porque haga América
grande o pequeña, ni por razones económicas. Ni el más obtuso entre los lerdos
piensa que a ese ultrarrico le importan su
sueldo, su calidad de vida o su trabajo. Los bros de Trump
le votan porque su mujer es suya. Porque esas zorras ya han
llegado demasiado lejos. Porque yo a mi mujer me la tiro cuando me
da la gana, y hasta ahí podíamos llegar. Porque las de 15 vienen muy putas.
Porque en mi casa mando yo, como mandaba mi padre y antes de él, su padre.
Porque se nos está llenando esto de marimachos y maricones. Porque a mi hijo no
le dice ninguna zorra lo que tiene que hacer. Porque todas mienten. Porque a ver si nuestros chicos van a ser criminales por el simple
hecho de haber nacido hombres. Porque si zorra era la madre, más
zorra es la hija. Porque al final están consiguiendo que nos amariconemos
todos. Porque a estas solo se las calla metiéndoles el rabo en la boca. Porque
al final tendremos que firmar un contrato para follar tranquilos. Porque ahora
me vas a repetir tú, machorra, lo que decías el mes pasado. Porque hasta las
putas les molestan. Porque se van a enterar las listillas de la oficina. Porque
estoy de feministas hasta la punta del nabo. Por mi hija y por mi madre y por
mi hermana. Porque hay que defender a las mujeres.
Porque ellas solas no pueden, que parecen idiotas. Porque ha sido así de toda
la vida de dios.
Todo eso, y asuntos de mucho peor gusto, se repiten los bros que votan a Trump, que son de todos los
colores y sabores. Lo hacen, lo pueden hacer, y se van a dar un paseo triunfal
en los próximos años, porque el resto de los hombres, los que no dicen ni
piensan esas cosas, siguen —y siguen, y siguen y vuelven a seguir— callados. El
resto de los hombres asisten mudos a esta forma de decirles, gritarles, hacer
público todo lo que hemos tenido que soportar y seguimos soportando. Mientras ellos permanezcan al margen, el avance de los pandilleros
será imparable. Lo de Trump no es un partido, no se trata del
partido republicano. Lo de Trump es otra cosa: violenta, agresiva, organizada
como una hermandad misógina de aspiración viril para recuperar un mundo en el
que muchas, muchísimas de nosotras, ya no estamos ni estaremos. Eso es. Ahora
toca pensar cómo, de qué forma conseguiremos no pertenecer, no participar,
cuando llegue aquí lo que representan Trump y sus bros. Está al caer. Nos hará falta mucha inteligencia, sí, pero también una
desobediencia bien organizada.
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