Nunca he estado en esa red
social. Sabía que si ese “canalla” de Elon Musk apoyaba a Donald Trump ganaría
las elecciones americanas. Por la sencilla razón de que son muchos millones de
gringos los que la siguen, muchos millones de gilipollas que se pasan el día
mandando mensajitos idiotas y bulos sin fundamento. ¡¡¡Cuidado con las redes
sociales!!! ¡¡¡Con todas!!! Son el alimento de los depravados, de los fascistas,
de los nazis, de la gente modorra y mal pensada que no cree en la gente honesta
y decente. La perversión de hoy día, sin más ni más.
Cada vez son más los medios de comunicación, empresas y organizaciones que cierran sus cuentas en la red social X por apoyar a Donald Trump.
José Antequera 14/11/2024
Elon Musk en
una de sus performances durante la campaña de Donald Trump.
Hace muchos años que dejé Twitter. Algo me
decía que aquello era un vertedero de odio y bulos nada edificante para la
salud mental de las personas. Hoy, el tiempo me ha dado la razón. Cada día son
más los medios de comunicación, empresas y personajes públicos que abandonan la
apestosa red social X, el vertedero ideológico ultra en el que Elon Musk siembra las semillas de la guerra, la
extrema derecha, las mentiras sobre el cambio climático, la conspiranoia y el
negacionismo anticientífico.
Estamos, sin duda, ante el inicio de la rebelión de las masas, de la que ya
nos habló Ortega en su día. El necesario
boicot no ha hecho más que comenzar y promete convertirse en un tsunami de
demócratas hartos de que Elon Musk los manipule. En los últimos años, este
flautista de Hamelín, este nuevo rico en dinero
y pobre en valores morales y éticos, ha logrado atraerse a millones de tuiteros
con sus cantos de sirena sobre un futuro mejor, sus fábulas sobre coches
ultrarrápidos y viajes espaciales y su charlatanería tóxica que no tiene otro
fin que seguir forrándose a cuenta de la gente que se mata a diario en sus
chats. Pero el ciudadano empieza a despertar, a abrir los ojos. En las últimas
horas, periódicos influyentes de todo el mundo empiezan a bajarse de esta nave
de locos pilotada por un payaso que baila en plan egipcio mientras se lo lleva
crudo. The Guardian ha sido el
primero en anunciar que cierra su cuenta en X, al que le ha seguido La Vanguardia, que denuncia el “contenido tóxico” y
la deriva de la red social X contra “los mínimos conceptos de ética y justicia”
de una sociedad democrática.
El boicot global, la rebelión contra El Gran Hermano que
idiotiza al pueblo desde Gibraltar hasta
las antípodas, promete ir a más. Ya se han marchado la NPR, radio pública norteamericana, el Festival de Cine de Berlín, la Policía de Gales del Norte y el Colegio Real de Ortopedia de Reino Unido. Por algo se empieza. En España, Antón Losada y Juan Cruz, entre
otros, también anuncian que se piran. Otros como Óscar Puente alegan que se quedan para resistir y
“seguir luchando contra quienes intoxican o difaman”. Aquí creemos que se
equivoca el ministro. Darle un clic al monstruo no contribuye a ganar la guerra
híbrida de la desinformación contra el Matrix posfascista.
Hay muchas y buenas razones para bajarse de X, Twitter o como diablos
quiera que se llame ese estridente altavoz orweliano al servicio del nuevo
fascismo posmoderno. La primera de ellas, que su directivo se haya puesto al
servicio de Donald Trump en las recientes elecciones presidenciales
norteamericanas. Sin Elon Musk, el tipo que cree que los negros se comen las
mascotas de los blancos jamás hubiese revalidado el cargo por segunda vez,
abocando al planeta a otros cuatro años de incertidumbres, guerras
arancelarias, desastres climáticos y más desorden mundial. X es el gabinete de
prensa del gran embaucador y comprarle el producto es hacerle el juego.
En el fondo, bien mirado, Musk no es un ningún archivillano dotado de
poderes maléficos, sino un niño de papá venido a más. Jamás fue el hombre hecho
a sí mismo que creen algunos. Su padre, un ingeniero, promotor inmobiliario y
copropietario de una mina de esmeraldas casado con una modelo, era el típico
millonario cuya única preocupación en la vida era no tostarse demasiado el
trasero en la tumbona de la piscina. “Teníamos tanto dinero que a veces ni
siquiera podíamos cerrar nuestra caja fuerte”, llegó a decir papá Musk, que
llevaba a un macho supremacista en su interior y de cuando en cuando zurraba a
su mujer. Ella terminó pidiéndole el divorcio.
Todo aquello debió afectar gravemente al carácter retraído del niño Elon.
De aquellas griferías de oro y comodidades de todo tipo, de aquellas
discusiones y palizas domésticas, no podía salir más que otro pequeño castrado,
un deficiente emocional, un disfuncional. El monstruo es un producto de la
neurosis colectiva en un sistema capitalista enfermo. Toda su rabia contra el
mundo (agravada por el hecho de que no tenía amigos y los abusones le pegaban
en el colegio) le llevó a encerrarse en los ordenadores, en los videojuegos, cómics
y juegos de rol, un mundo de marcianitos verdes alejado de la realidad. Y de
ese desgarro interno, de esa disociación fría y deshumanizada, nació el
cerebrito informático. En su adolescencia traumática que estamos pagando todos,
Elon Musk no sabía quién era Pericles, padre de
la democracia, pero te despachaba un chip en dos patadas.
Y así, entre circuitos de silicio, cables y tornillos, forjó un imperio más
grande que el del violento papá.
Pero, sin duda, hay algo en su biografía extraviada que marcó para siempre
al personaje, convirtiéndolo en el hater sin
escrúpulos que es hoy. Vivian, su hija trans. Elon Musk nunca pudo soportar que
la sangre de su sangre fuese diferente, distinta a la de esa mujer rubia,
anglosajona, heterosexual y esposa modelo que él esperaba de ella. Y eso
acrecentó el rencor de un hombre que ya venía emocionalmente desequilibrado de
serie y algo tocado del ala. Musk acusó a la izquierda woke de haberle lavado el cerebro a su heredera y
se sumó a la desquiciada guerra cultural contra el lenguaje inclusivo no
sexista, contra el feminismo y los cuartos de baño unisex. Lo único que ha
conseguido es que su hija termine exiliándose, alejándose de las ideas
políticas del progenitor trumpizado. “Ya no deseo estar relacionada con mi
padre biológico de ninguna manera o forma. Ya no veo mi futuro en Estados
Unidos”. Así lo dejó escrito en Threads (la red
social de Meta que compite con Twitter). Toda una venganza filial servida en
plato frío.
Elon Musk ha forjado el fuego del ciberfascismo o fascismo tecnológico para
entregárselo al dios Trump en su intento de planificar un mundo uniforme, un
pensamiento único, un régimen global totalitario donde solo caben los que
piensan como ellos. Hay que huir de esa cloaca como de la peste tras compartir
el último hashtag: rompe ya con el pirado. Si eres un
demócrata, vete de ahí echando leches. Hazlo por la libertad de verdad
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