Con el ataque a la fábrica de misiles de Dnipró, Moscú demuestra que es capaz de proseguir la escalada militar en Ucrania, y que puede hacerlo creando una disuasión más que considerable sin recurrir al arma nuclear
RAFAEL POCH 29/11/2024
El 21 de noviembre, los diversos explosivos de un nuevo misil hipersónico
ruso, el famoso “Oreshnik”, impactaron en la ciudad ucraniana de Dnipropetrovsk
(rebautizada Dnipró por Ucrania). El objetivo era la fábrica de misiles
“Yuzhmash” de esa ciudad. Desde entonces, ni Ucrania ni la OTAN han ofrecido
imágenes de las consecuencias del ataque. Ningún periodista ha podido acercarse
al lugar y el acceso a la zona está estrictamente vigilado.
En 1994, hace ahora treinta años, visité esa fábrica, centro neurálgico de
una ciudad cerrada a los extranjeros hasta el fin de la URSS. En tiempos
soviéticos, Dnipropetrovsk fue una “ciudad enchufada” del complejo militar
industrial, es decir, privilegiada desde el punto de vista del abastecimiento,
con muchos menos problemas de consumo y servicios que la más que precaria media
del país.
“Yuzhmash” fue la mayor fábrica de misiles del mundo. Había sido creada en
la posguerra por Stalin para fabricar 2.000 unidades anuales de los V-1 de
Hitler, pirateados a los alemanes tras la segunda guerra mundial. En los años
setenta y ochenta la fábrica de Dnipropetrovsk producía los temibles misiles
pesados intercontinentales SS-18, a los que se conocía como “Satán”. Al igual
que los SS-24, los SS-18 fueron proscritos en 1993 por el acuerdo bilateral de
desarme estratégico con Estados Unidos, Start II. El recinto de Yuzhmash se
extendía por 600 hectáreas y en él trabajaban 60.000 obreros, técnicos e
ingenieros.
“Yuzhmash” fue la mayor fábrica de misiles del mundo
Decir que la Ucrania de 1994 era “un país en crisis” es no decir nada. Como
en Rusia, se vivía de la economía sumergida y el trapicheo, mientras la élite
se llenaba los bolsillos con la llamada “privatización” del patrimonio nacional
y sus ingentes recursos. En aquellas condiciones me interesaba la reconversión
de gigantes como “Yuzhmash” y la lucha por la vida en una ciudad exindustrial
de millón y medio de habitantes: ¿cómo se las apañaban para seguir funcionando?
“¿Reconversión?, no me haga usted reír”, me dijo un obrero. “Antes aquí
fabricábamos a Satán, y mientras Satán estuvo de guardia a nuestro país se le
respetaba en el mundo entero. Ahora hacemos bicicletas para niños y metralletas
de juguete y la CIA se ríe de nosotros. No digo que no hubiera que desarmarse,
pero no nosotros solos ni sin que ello significara malograr nuestra potencia
científico-técnica”. El tono de la gente era más bien depresivo, pero se seguía
tirando. Aleksandr Kochetkov, un ingeniero de cohetes que se había reconvertido
en técnico de vídeo y televisores en una de las empresas creadas en el interior
de “Yuzhmash”, explicaba que allí se continuaba haciendo alta tecnología; por
ejemplo, construyendo cohetes civiles “Ziklon”, basados en los SS-18 y
utilizados para poner en órbita satélites civiles o militares de dieciocho
toneladas. “Son mucho mejores que los ‘Arianne’ que utiliza la Agencia Espacial
Europea, pero no por ello los mercados europeos se abren a nuestra tecnología,
al revés: nos temen y nos cierran todas las puertas posibles. No nos quejamos,
pero ya hemos aprendido la amarga lección de lo que es el mercado”, decía el
ingeniero.
En 1994, “Yuzhmash” seguía siendo algo muy importante para Ucrania. Su
director general hasta 1992, Leonid Kuchma, fue primer ministro y luego
presidente del país. Ignoro cómo evolucionó la fábrica en los años y décadas
siguientes, pero al parecer en años recientes los americanos metieron mano, y
en tres de sus enormes talleres subterráneos había actividad industrial militar
importante. La fábrica, como la que el primer productor alemán de armas, el
gigante “Rheinmetall”, está construyendo enterrada en las montañas de los
Cárpatos, formaba parte del intento de la OTAN de potenciar la industria de
defensa ucraniana. Según los rusos, en el ataque contra “Yuzhmash” del 21 de
noviembre esos tres talleres han sido destruidos.
Los políticos y comunicadores rusos están eufóricos con “Oreshnik”. Las
imágenes de la supersónica lluvia de explosiones sobre la fábrica de la OTAN en
Dnipropetrovsk se han difundido hasta la saciedad en los medios de
comunicación. El volver a ser temibles les produce a sus amos verdaderas erecciones
mentales. Más allá de geopolíticas y dialécticas de imperios combatientes, dar
la sensación de que habían perdido la credibilidad de la apocalíptica amenaza
que tenían con la URSS, psicológicamente les producía una acomplejada orfandad
que llevaban muy mal. Este nuevo misil ha tenido en su organismo el efecto del
sildenafilo, el componente de viagra que activa su miembro viril. Oreshnik
atraviesa hasta cuatro búnkeres subterráneos del más sólido hormigón y, desde
su velocidad de impacto, diez veces superior a la del sonido, es capaz de crear
una temperatura de hasta 4.000 grados, solo un poco menos que la de la
superficie solar, que convierte en ceniza su entorno, explicó el jueves el
presidente Putin en la cumbre de Astaná (Kazajstán) de la Organización del
Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la alianza militar postsoviética.
Oreshnik atraviesa hasta cuatro búnkeres subterráneos del más sólido
hormigón
Allí, Putin dijo que él ya había advertido a la OTAN sobre el uso de
misiles de largo alcance contra territorio ruso; que Rusia se había visto
obligada a utilizar el “Oreshnik” en respuesta a las acciones del adversario;
que los misiles hipersónicos rusos no tienen análogos en el mundo y que su
producción se está incrementando; que Rusia produce diez veces más misiles que
todos los países de la OTAN juntos y que, en caso de una utilización masiva de
misiles “Oreshnik”, su potencia es comparable a la del arma nuclear, pero sin
contaminación radiactiva.
Con estos anuncios, Rusia no solo ha proclamado su potencia viril ante sus
inciertos socios de Astaná, sino que ha dejado claro que es capaz de proseguir
la escalada militar en Ucrania, y que puede hacerlo creando una disuasión más
que considerable sin recurrir al arma nuclear. Además, la OTAN puede ser atacada
sin necesidad de golpear países miembros. Reventar la fábrica “Yuzhmash”, o la
que Rheinmetall está excavando en los Cárpatos, o atacar los centros logísticos
de la OTAN en Moldavia, desde donde se arma a Ucrania, no activaría el mítico
artículo quinto de la Carta de la OTAN en materia de respuesta conjunta frente
a la agresión de un Estado miembro, porque ni Ucrania ni Moldavia están en la
OTAN, aunque la OTAN esté en ellas. Llevadas las cosas aún más lejos, si los
europeos presuntamente abandonados por Trump se empecinan en enviar tropas a
Ucrania, “Oreshnik” les puede visitar en su territorio.
Ante todo, esto, la gran pregunta para los mentecatos de Bruselas, de la
Comisión y del Parlamento Europeo, es: ¿cómo pueden dar marcha atrás sin perder
la cara? Sobre todo, cuando “perder la cara” puede significar el
desmoronamiento de las instituciones con las que juegan a la ruleta rusa desde
que decidieron utilizar a Ucrania como ariete para un jaque mate a Rusia que ha
salido mal.
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