Sr. Angoso, hoy sólo le diré una cosa: Los judíos (especialmente los sionistas, a los que Hitler, según parece ahora se ha sabido, no llevó a esos hornos crematorios, imagínese por qué) han perdido todo el CRÉDITO del Holocausto asesinando en Palestina a más de 40.000 personas la mayoría de ellas mujeres, niños (muchos de ellos bebés) y ancianos indefensos; bombardeando escuelas, hospitales, y todo lo que pueda albergar un ápice de civilización. Sería muy curioso, macabro quizás, que ahora resultara que Hitler se quedó corto en su eliminación de judíos, puesto que no ejecutó a los que están en la actualidad ASESINANDO palestinos sin la menor contemplación.
RECORDAR LA NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS (KRISTALLNACHT), EL PRÓLOGO DEL
HOLOCAUSTO
El reciente pogromo
de Ámsterdam, en que miles de jóvenes holandeses y árabes se lanzaron a la
“caza” de judíos hinchas del Maccabi de Tel Aviv, es una demostración clara de
que el
antisemitismo que se
esparce por todo el planeta es muy letal
Ricardo Angoso 10/11/2024
El campo de
exterminio de Auschwitz | Foto: Ricardo Angoso
Los sucesos de noviembre de 1938,
en que miles de alemanes atizados por los nazis atacaron los bienes, negocios y
propiedades de los judíos alemanes, fue
el pistoletazo de salida para el exterminio de millones de judíos. También
fueron incendiadas decenas de sinagogas ante la mirada complaciente de los
alemanes.
Entre 1933, año en que Hitler llega al
poder en Alemania, y 1938, ya con los nacionalsocialistas
monopolizando todas las instituciones y espacios de la sociedad alemana, el
discurso antisemita, hasta en sus formas más populares, se extendió por toda
Alemania atizado por al aparato de propaganda nazi y los líderes del partido.
Ya en abril de 1933 se había puesto en marcha, alentada por el propio gobierno,
una jornada de boicot a nivel nacional de las tiendas judías, aunque la respuesta
del público fue más bien fría. Pero los nazis sabían que había que seguir con
la presión hasta que toda la sociedad acabara sucumbiendo y aceptando la
introducción gradual y paulatina de una cascada de medidas antisemitas que
llevarían al total ostracismo a la comunidad judía alemana.
“En el clima antijudío que reinaba en Alemania por la época en la que
se produjo el progromo de la Reichkristallnacht del 9 y 10 de
noviembre de 1938 -un ambiente más amenazador que nunca- los “signos de
una mentalidad genocida” era claramente evidentes en la dirección nazi. La
amenazas a la existencia de los judíos estaban específicamente vinculadas al
estallido de una nueva guerra. El mismo Hitler seguía conectándolo con la
venganza por lo sucedido en 1919. Dirigiéndose al ministro de Asuntos
Exteriores checoslovaco, Frantisek Chvalkovsky,
el 21 de enero de 1939, declaró: “Los judíos serán destruidos. Los judíos no
provocaron el 9 de noviembre de 1918 a cambio de nada. Esta fecha será
vengada”. Naturalmente, no estaba anunciando a un diplomático extranjero un
plan o un programa de exterminio preconcebido.
Pero se trataba de sentimientos que no eran simple retórica o propaganda.
Detrás de ello había mucha sustancia”, escribía sobre este momento histórico el
profesor Ian Kershaw.
Así llegamos al fatídico año 1938, en que los nazis tras cinco años
ejerciendo el poder más omnímodo que nadie antes había tenido en Alemania han
acabado con toda forma de disidencia, han cerrado las instituciones
democráticas y han eliminado -muchos físicamente- a sus oponentes. Se estaba
gestando el gran ataque a los judíos, la sociedad ya había sido adoctrinada
para aceptarlo sin rechistar y Hitler sabía que la comunidad internacional no
haría nada para evitarlo. Si Francia, Inglaterra y los Estados Unidos no habían
hecho nada para defender los Sudetes en Checoslovaquia que Hitler se había
anexionado en octubre de 1938, ¿por qué iban a hacerlo por un puñado de judíos
alemanes indefensos y desarmados?
“El ataque lanzado contra los judíos a escala nacional, conocido como
la “noche de los cristales rotos (“Kristallnact”), el
9-10 de noviembre de 1938 comenzó en París el 7 de noviembre, cuando un judío
polaco de 17 años, Herschel Grynszpan, disparó contra un oficial de baja
graduación (Ernst Vom Rath), en la embajada alemana. El motivo de semejante
acto era, en parte, que sus padres, en otro tiempo residentes en Alemania,
habían sido deportados de este país. La deportación de los judíos de
nacionalidad polaca se vio acelerada cuando este gobierno invalidó los
pasaportes de los ciudadanos polacos residentes en el extranjero si no se les
ponía un nuevo sello. En respuesta a la medida, el 26 y 27 de octubre de 1938,
Himmler ordenó detener y deportar a todos los judíos polacos. Los nazis
utilizaron estas deportaciones para desembarazarse de los judíos que llevaban
varios años viviendo en el país, pero no habían obtenido la ciudadanía alemana,
y el 7 de noviembre el joven Grynszpan decidió vengarse”, escribía al referirse
a este asunto el investigador Robert Gellately.
Tras el atentado del joven polaco contra el diplomático, los
acontecimientos se fueron sucediendo en cadena y sirvieron como la mejor
coartada para que los nazis desataran la mayor “cacería” contra los
judíos alemanes ante la pasividad internacional y el silencio
interior en el seno de una de las dictaduras más brutales de la historia de la
humanidad. El funcionario de la embajada alemana no murió en el momento del
atentado y los líderes nazis utilizaron este acto para lanzar a las hordas enfurecidas
contra las instituciones, negocios y viviendas judías. En todo el país se
produjeron ataques contra intereses judíos en “respuesta” al ataque al
diplomático alemán, asunto que fue sobredimensionado e incluso presentado como
“asesinato” en los medios alemanes incluso antes de producirse la muerte, que
se aconteció unos días después.
Casi todos los dirigentes nazis se encontraban en Munich celebrando el aniversario del Putsch de la Cervecería de 1923 cuando llegó la
noticia del atentado y posterior muerte del atacado. Hitler dio, al parecer, el
permiso a Goebbels para que procediera a los ataques en todo el país contra la
población judía pero sin sobrepasarse y procediendo a la detención de miles
-unos 30.000- prominentes judíos. La Gestapo y la policía debían quedar al
margen, mirando como se producían los ataques “espontáneos” del “pueblo alemán,
y permitiendo la destrucción de los bienes judíos.
“Algunos estudios exhaustivos de carácter local han demostrado que
los disturbios antijudíos no se produjeron sólo en las calles de las grandes
ciudades, sino que llegaron también hasta las poblaciones más pequeñas. No se
libró ni una sola localidad en la que vivieran judíos, y en muchas se
presentaron escuadrones itinerantes de nazis en camiones, que infringieron
enormes daños a las propiedades de los judíos, los obligaron a desfilar por las
calles, y se marcharon con la misma rapidez con que llegaron. Aunque poseemos
algunos testimonios dispersos de que los alemanes escondieron a judíos durante
el pogromo y de que los ayudaron en secreto, fueron poquísimos los que se
atrevieron a criticar, como mínimo, lo ocurrido. Durante los días sucesivos,
podemos ver una muestra de la categoría a la que quedaron reducidos los judíos
en el hecho de que, si alguno se atrevía a aparecer en público era objeto de
los ataques de los niños, que les arrojaban piedras, los acosaban y los
insultaban”, relata nítidamente en uno de sus libros el ya citado Gellately.
Los disturbios se extendieron a la velocidad del rayo por todo el país y un
clima insoportable, caracterizado por el miedo y la incertidumbre, según
relatan testigos en primera persona de aquellos acontecimientos, se abatió
sobre la comunidad judía alemana.
Reacción de los alemanes
Estos sucesos no pasaron desapercibidos para la mayor parte de los
alemanes, ya que eran públicos y ocurrían en casi todas las localidades del
país, y fueron recogidos en su momento por toda la prensa del país como una
reacción lógica por el atentado de París. Los autores de los hechos, auténticos
criminales que llegaron a cometer verdaderas fechorías, fueron presentados como
héroes por las autoridades alemanas y nunca fueron juzgados -ni siquiera
después de la guerra- por las nuevas autoridades.
En un informe oficial acerca de estos acontecimientos, Hiedrich
infomó a Göring el 11 de noviembre de 1938, basado según sus propias palabras
en concreto, que había sido detenidos 20.000 judíos, 36 habían muerto y 36
otros habían resultado heridos de gravedad. Según Gellately, los detenidos
podrían haber llegado a los 30.000, los muertos al centenar y también se
produjeron entre 300 y 500 suicidios a raíz de estos hechos y del clima de
persecución antisemita que ya se había extendido por todo el país.
Los sucesos de la “noche de los cristales rotos” fue un punto de
inflexión en la Alemania nazi, en el sentido de que los nazis habían decidido
pasar a la acción tras años de atizar el discurso antisemita en los medios, las
escuelas, las universidades y, en general, en todos los actos públicos. Hasta
los sucesos de noviembre de 1938 los nazis habían llevado a cabo acciones de
boicoteo de los negocios judíos, actos intimidatorios, medidas políticos y
judiciales con el fin de aislar a los hebreos y exhibir un discurso antisemita
feroz y brutal, pero la “noche de los cristales fotos” fue más allá y dio
rienda suelta a lo peor que llevaba el nazismo en su interior.
“La violencia extrema y las humillaciones intencionadas y degradantes
a que se se sometió a los judíos durante el progromo recordaban la actitud de
los camisas pardas en los primeros meses de 1933. Pero en esta ocasión llegó
mucho más lejos, tuvo mucha más difusión y fue más destructiva. El
progromo demostró que el odio visceral a los judíos no sólo había calado entre
los camisas pardas y los activistas radicales del partido, sino que estaba
extendiendo hacia otros sectores de la población, sobre todo, pero no sólo, los
jóvenes, entre los cuales cinco años de nazismo en las escuelas y las
Juventudes Hitlerianas habían surtido efecto”, apuntaba muy certeramente el
historiador Richard J.Evans.
Quizá miles de alemanes, llevados por cinco años de exposición al odio,
participaron en estos actos. Se daba una nueva vuelta de tuerca y comenzaban
las deportaciones de judíos hacia los campos de concentración sin que nada ni
nadie -tanto dentro como fuera de Alemania- fuera a hacer nada por evitarlo. La
broma macabra y la nota final a estos acontecimientos la puso el propio régimen
nazi cuando impuso a la comunidad judía alemana una multa de mil millones de
marcos para pagar los daños y perjuicios sufridos, a la que fueron obligados a
contribuir obligatoriamente todos los judíos alemanes. A la crueldad exhibida
por los nazis, cuando no por toda Alemania, se le venía a unir el carácter
grotesco de la ignominiosa multa.
Lo peor todavía estaba por llegar, la Kristallnacht fue solo el
prólogo del Holocausto. Hitler, unos meses después de estos trágicos
acontecimientos anunció profético al pueblo alemán el final que les esperaba a
los judíos:”Hoy quiero ser profeta: si la judería financiera internacional en
Europa y más allá consigue sumir una vez más a los pueblos en una guerra
mundial, el resultado no será la bolchevización de la Tierra ni la victoria de
los judíos sino la aniquilación de la raza judía en Europa”. Esta intervención,
efectuada el 30 de enero de 1939, era una amenaza directa a los judíos de todo
el continente, millones de los cuales se verían atrapados unos meses después
por la maquinaría nazi que invadiría media Europa. En definitiva, y para
resumir, se puede concluir que con la Noche de los Cristales Rotos o
Kristallnacht había comenzado el primer del acto del Holocausto que terminaría
con la aniquilación completa de seis millones de judíos.
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