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AHORA KAFKA SOMOS LA GENTE |
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Su obra no es una desgracia que nos paraliza. Es un
dolor que nos impulsa a hacer, a rebelarnos. |
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“Una jaula salió a cazar un pájaro”. Kafka. Necesitamos a Kafka, porque Kafka desnuda a un poder
que nos impone una pesadilla cotidiana, una barbarie a escala industrial. Esa
es la razón por la que su obra sigue sacudiendo saludablemente nuestras
conciencias hoy con igual o más vigor que hace un siglo. La imprescindible
furia revolucionaria que impregna la obra de Kafka, su afán por señalar a un
poder castrador para poder demolerlo, es hoy más urgente. Porque para Kafka “un libro tiene que ser el hacha
para el mar helado que llevamos adentro”, y anticipándose al mayo del 68,
Kafka nos dijo que para liberarnos “hay que matar al policía que llevamos
dentro”. Hoy nosotros necesitamos a Kafka. Necesitamos libros
que nos duelan, que desvelen la horrenda verdad escondida tras bellas y
falsas palabras, que nos sacudan para liberarnos de la narcotización de
nuestras conciencias, y que nos rebosen de indignación para conminarnos a
actuar. Kafka está aquí y ahora El diccionario de la Real Academia de la Lengua
define “kafkiano” como “una situación absurda y angustiosa”. Pocos escritores
han obligado a acuñar una palabra, que se ha popularizado, para definir su
particular mirada. Kafka lo ha conseguido. Todos entendemos al momento cuando alguien dice
haber vivido una situación “kafkiana”. Nos vemos arrastrados por algo que no
entendemos, ahogados por un poder que nos ignora y aplasta. Y nos sentimos
como Gregorio Samsa, cuando al despertar se ha transformado en un inmundo
insecto. La concepción de la literatura de Kafka afirma:
“Necesitamos libros que surtan sobre nosotros el efecto de una desgracia muy
dolorosa”. Porque lo nuestro es kafkiano “Alguien debía de haber calumniado a Josef K.,
porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”. Así comienza “El
proceso”, un asfixiante retrato de cómo el Estado destroza al individuo para
devorarlo. Policías, jueces y abogados, aquellos que deberían
“protegernos”, son aparatos cuya sustancia es dominarnos. Y nos vemos
sometidos a un demencial callejón sin salida donde somos culpables por
decreto. Se repite que “El proceso” denuncia la arbitrariedad
que caracteriza a los totalitarismos. Es una tranquilizadora explicación. Que
Kafka pulveriza en las primeras líneas de la novela, al especificar que “K.
vivía bien en un Estado de derecho, la paz reinaba en todas partes, todas las
leyes estaban en vigor, ¿quién se atrevía pues a asaltarle en su casa?”. La pesadilla del Estado dominante La pesadilla de “El proceso” no sucede en una
dictadura. No se trata de ningún estado de excepción. Es la normalidad que
sufrimos bajo los actuales Estados burgueses. No es la “máquina del fango de
la ultraderecha”, es la criminal actuación de los Estados más “avanzados” y “democráticos”.
Kafka tritura la fantasía, que narcotiza nuestras conciencias, de “la
igualdad ante la ley”, “la separación de poderes” y “el Estado como protector
de los más débiles”. La odisea de Joseph K. en “El Proceso” es la más
alta expresión del carácter aniquilador de los modernos Estados burgueses,
que Kafka vio desarrollarse, y que hoy han multiplicado su capacidad de
intervención en nuestras vidas. Joseph K. somos cada uno de nosotros en
muchas situaciones de nuestra vida cotidiana. Y de la misma manera, el terror
en Kafka nos inquieta profundamente porque sabemos que también es el nuestro. Imperialismo o liberación Kafka desarrolla una aguda sensibilidad contra toda
forma de opresión, frente a toda manifestación del dominio que se nos impone
sobre nuestras vidas. En cada cosa, en las más cotidianas, ve la fuerza
aplastante del poder, pero también la torrencial rebelión que engendra. Kafka asistió al nacimiento del imperialismo, la
hiperconcentración de poder económico y político. Frente a las poderosas
burguesías monopolistas, armadas de unos mastodónticos Estados, el individuo
se ha convertido en poco más que un insecto, cuya vida no vale nada, que
puede ser aplastado sin compasión. Pero la obra de Kafka no es una desgracia que nos
paraliza. Es un dolor que nos impulsa a hacer, a rebelarnos. Él mismo nos
dijo: “yo, que muy a menudo he carecido de independencia, tengo una sed
infinita de autonomía, de independencia, de libertad en todas direcciones”. Y
ese impulso revolucionario es la esencia de Kafka, de nosotros |
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