Juan Tortosa 11/11/2024
No hagan caso a todo lo que se publica, dijo el rey a los vecinos de
Paiporta durante su desafortunada visita a la zona de la catástrofe, hay mucha
intoxicación informativa y muchas personas interesadas en esto ¿Para qué?,
le preguntaron, para que haya caos, respondió. El jefe del Estado certificando
la desinformación en vivo y en directo, el jefe del Estado denunciando el caos,
se supone que con conocimiento de causa ¿Quiénes son esas "personas
interesadas en esto" a las que se refería Felipe VI?
¿las conoce, lo sospecha, o sencillamente le salió la vena campechana de su
padre en el peor momento, justo cuando algunos cachorros del fascismo
desinformador conseguían hacerse una foto abrazados a él? Lo que dijo es verdad
y muchos llevamos denunciándolo desde hace demasiado tiempo, pero pronunciadas
por el rey y justo en aquel momento, esas palabras adquieren otra dimensión. Ni
pueden ni deben pasar desapercibidas.
Ni una rendija de desinformación en la televisión pública, atajó Silvia Intxaurrondo el jueves en TVE cuando uno de sus contertulios intentaba
justificar alguno de los infectos titulares con los que ABC nos viene angustiando a diario a propósito del
espanto valenciano. Me encanta esa declaración de intenciones, ojalá llegue el
día en que eso se consiga, pero de momento no existe ni un solo informativo, de
medio público o privado, que no haya otorgado pábulo en algún momento a bulos y fakes de la peor especie.
Estamos rodeados, mienten los políticos, mienten los periodistas, unos más
periodistas que otros, es verdad, pero mienten; mienten los propagandistas que
colonizan las tertulias con venenosas instrucciones aprendidas de antemano.
Están acostumbrados a mentir y jugar con el dolor de las víctimas. Puede que
esto siempre haya sido así, pero de un tiempo a esta parte es mucho más así que
nunca. La desinformación, la información falsa, penetra en el ánimo ciudadano
más de lo que parece. En unos casos amenaza la salud, en otros la seguridad o
el medio ambiente. Y sobre todo, pervierte y degrada la democracia.
No es algo nuevo, es verdad, ahí tenemos a Aznar proclamando
la existencia de armas masivas en Irak y adjudicando a ETA la autoría de los atentados del 11M, a Rajoy con los
hilillos de plastilina cuando el Prestige; a Trillo confundiendo a los familiares de las
víctimas del Yak-42. Podíamos seguir, pero solo
voy a añadir la que más me ha escandalizado de todas las desinformaciones
recientes: Felipe González asegurando que
se hizo cargo de la gestión durante las inundaciones de Bilbao en 1983 cuando
quienes tenemos memoria recordamos que aquella desgracia le tocó administrarla
al lehendakari Carlos Garaicoetxea.
Al caos de Valencia estos días solo le faltaban los buitres fascistas
revoloteando por allí intentando confundirnos, unos manchándose de barro a
propósito antes de entrar en directo, otros haciéndonos creer que la ropa que
se recibe como ayuda se desprecia y se tira a los contenedores, otros
haciéndose selfies con croma simulando
una preocupación que jamás en su vida tendrán por los desfavorecidos. Como ha
denunciado mi amigo Emilio Morenatti, se
están propagando por redes imágenes que no son de las inundaciones de Valencia,
no dejan de subirse declaraciones que no son de personas afectadas por la
catástrofe, incluso fotografías hechas con inteligencia artificial... ¡un
horror!
El caso es que todo me suena a ya visto, a ya vivido. Decía el otro día un
amigo mío que cuando alguien muere, muere toda la experiencia acumulada que
ayuda a evitar errores y a saber que, de volver a cometerlos, las consecuencias
volverán a ser terribles. Se va muriendo demasiada memoria, pero lo grave es
que esta también parece estar muriéndose en personas que aún continúan vivas,
gente que sabe de sobra que cuando se va cuesta abajo y sin frenos, uno acaba
estrellándose.
¿Se puede solucionar el problema de la desinformación? Por lo menos se
puede intentar. Algunas recomendaciones, si me permiten: no hay que quedarse
solo con el titular de una noticia; antes de asumirla como buena y mucho más si
vamos a redifundirla, debemos comprobar quién la firma y cuándo se publicó,
porque a veces nos cuelan declaraciones y datos que no corresponden a la
actualidad. Hay que leer el cuerpo de la información siempre, porque en
ocasiones este no tiene nada que ver con las frases que aparecen destacadas.
Imprescindible además contrastar y verificar a través de diferentes medios,
tener claro qué intereses defiende la persona, el periódico o la tele que nos
está contando según qué cosas. Los adjetivos y los juicios de valor no son
periodismo, mucho menos las expresiones salidas de tono. En la lucha contra los
bulos, en la pelea contra esta desinformación que, como admite hasta el jefe
del Estado, busca el caos, tenemos que estar todos, la sociedad civil, los
profesionales que defendemos el periodismo decente, las instituciones, los
medios...
Desenmascaremos a los mentirosos y, sobre todo, no caigamos en la trampa de
repetir lo que estos dicen para refutar sus falsedades. Es lo que buscan. Al
desinformador, ni agua. Y si es fascista, característica esta que suele
coincidir la mayoría de las veces con los autores de bulos, mucho menos. Aun
así, he de admitir que en estos momentos estoy poco optimista, sobre todo
cuando recuerdo aquella frase de Albert Camus:
"Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y
ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no
obtiene recompensa". Pues eso.
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