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Una cosa es una caja, y otra un cajero. La
exministra Irene Montero no pudo trabajar en un cajero, y menos en uno
automático, bancario, en cuyo interior situaba el viejo chiste rupestre a un
señor bajito expendiendo por la ranura los billetes. No; donde la joven
estudiante Montero trabajó honradamente para proveer a sus necesidades, fue
en una caja, en la de un supermercado, en Mercadona, y no en un cajero. El
juez Eloy Velasco, no obstante, la clamorosa diferencia entre una caja y un cajero,
los confunde, pero no es, al parecer, lo único que confunde. Si llevado por su afán de desacreditar en público a
la exministra, el juez Velasco vino a decir que un cajera no es quien para
actuar en política, y presentarse a elecciones, y salir elegida, y ser
nombrada ministra, y elaborar leyes y presentarlas ante el máximo órgano
representativo de la soberanía popular para su debate y aprobación, se
confunde, y su confusión, no ya como juez, sino como ciudadano, trasciende
con mucho en gravedad a lo de la caja y el cajero, que podría ser un simple
despiste verbal. Su malhadada alusión al humilde trabajo de estudiante de la
Montero como inhabilitante para entrar en política y proponer leyes, revela
un talante que no se compagina con el que cabría esperar de alguien a quien
la sociedad ha concedido la trascendente capacidad de juzgar a los demás. El juez Eloy Velasco, que hizo un paréntesis de ocho
años en su brillante carrera al aceptar el nombramiento de director general
de Justicia de la Generalitat valenciana del PP de Zaplana, ¡de Zaplana!,
parece confundir, por esas cosas que dice, los fundamentos mismos de la
democracia, pero no sólo en su desdén por el trabajo modesto, sino, para
rematar la faena, en el concepto de legitimidad, cosa insólita en un
magistrado: según él, el actual Gobierno de España no es muy legítimo, toda
vez que los partidos que lo componen no fueron los más votados. Se confunde
con la caja y el cajero, se confunde con la esencia igualitaria de la
democracia, y se confunde al ignorar el valor decisivo y legitimísimo de la
aritmética electoral en la conformación de los gobiernos. Demasiada
confusión. Tanta, que en vez de razonar y argüir con buenos argumentos
jurídicos su aversión a la infausta ley del "sólo sí es sí", salió
con lo del cajero. |
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