JUAN CARLOS MONEDERO 24/11/2024
Los retos del mundo
Hay
consenso entre los "demócratas", esto es, entre la gente que acepta
que sus objetivos de vida no deben perder de vista los del resto de la
humanidad, acerca de los grandes retos que tiene el mundo
por delante. Sin ser exhaustivos, ahí tendríamos:
(1)
el calentamiento global y sus urgencias
devastadoras.
(2)
el desarrollo tecnológico, que, principalmente con la
Inteligencia Artificial (IA), va a generar un cambio antropológico en
términos laborales, de salvaguarda de los derechos individuales, de
organización del tiempo y de mantenimiento de la paz.
(3)
la rearticulación geopolítica del mundo y la crisis de
gobernanza mundial, con el declive americano y europeo en edad, tecnología,
economía y defensa, y el ascenso del mundo BRICS. El crecimiento de las
guerras en casi todos los continentes tiene como una de sus explicaciones esta
rearticulación que dificulta las relaciones norte-sur tal y como se han
desarrollado en el siglo XX.
(4) la
lucha contra las desigualdades (de género, clase y raza, tanto
dentro de los países como en el ámbito internacional, lo que lleva, entre otros
asuntos, a las migraciones).
(5)
el agotamiento de los recursos naturales, incluyendo el agua.
(6)
la pérdida de confianza en la democracia, el auge de la extrema
derecha y el crecimiento del iliberalismo, especialmente en las fuerzas de
derecha y extrema derecha.
Revolución o barbarie
El calentamiento global en
verdad expresa una crisis medioambiental general. Ahí está
2014 como el primer año en alcanzar una temperatura 1,5 º por encima de las
temperaturas preindustriales; el estrés térmico del sur de Europa (60 días con
temperaturas superiores a los 32º); el calentamiento de los océanos, con
un salto exponencial en 2023 y 2024, con el cambio en las corrientes marinas y
de aire; el consecuente aumento de tormentas extremas y, al tiempo, de sequías
extremas: la emisión mantenida de gases de efecto invernadero (un 8% más en
2024 que en 2015); la reducción de los hielos y el aumento del nivel del mar;
la pérdida de biodiversidad, etc. Piénsese que, vinculado a los problemas medioambientales,
están el encarecimiento de los alimentos, el riesgo de hambrunas y las
epidemias zoonóticas (las que los animales trasladan a los humanos,
como en el reciente COVID, y los pasados SAR, ébola, vacas locas, SIDA, etc.).
Es evidente que con salidas neoliberales que priman el
beneficio en el corto plazo y niegan el problema es imposible solventar
estos desafíos. Muy al contrario, se van a agravar. Porque el auge
del negacionismo va de la mano de la primacía política de la extrema derecha que,
a su vez, apoya el capitalismo extremo. El tándem Trump-Musk es
una prueba evidente de esto y de los riesgos para EEUU y el planeta (los
estadounidenses son el 5% de la humanidad y emiten el 25% de dióxido de
carbono). Los problemas medioambientales son una clara prueba de que no hay
solución que no implique soluciones revolucionarias, es decir, que ataquen a la
raíz del problemas, novedosas, a favor de las mayorías y que primen el
bienestar del conjunto y del futuro de la humanidad por encima de los intereses
de las grandes compañías, los fondos de inversión y la proporción de la
ciudadanía beneficiada o que está dispuesta a asumir el destrozo porque cuenta
triunfar mañana. La alternativa a una solución radical es primar la tasa de
beneficio de los multimillonarios al tiempo que se traslada a las mayorías -por
ejemplo, en forma de inflación- el costo de no cambiar las cosas.
Por su
parte, el desarrollo tecnológico va a aumentar la brecha entre los
países que desarrollen Inteligencia Artificial propia y los que dependan de la
IA norteamericana, china, rusa o europea. El uso de la IA, junto con
el resto de desarrollos tecnológicos, va a aumentar la vigilancia en manos de
gobiernos autoritarios, va a aumentar la condición mortífera de las armas, va a
destruir al menos el 70% de los empleos existentes y va a construir monopolios
invencibles que van a hacer imposible la competitividad de, prácticamente,
cualquier empresa en cualquier país que no cierre su economía. En una dirección
contraria, la IA puede hacer real el sueño de la humanidad de trabajar menos
horas, repartir la productividad, crear una comunicación libre, veraz, plural y
objetiva, mejorar la sanidad, luchar contra las desigualdades, terminar con la
corrupción en los Estados, etc. Una salida revolucionaria
democratizaría la tecnología. Porque todos estos avances terminarían
radicalmente con los privilegios de los que ahora mismos controlan los
principales monopolios del mundo (tecnológico, armas, información, finanzas,
medicinas, energía, alimentos, auditoria, consultoría y servicios
fiscales).
En
cuanto a los cambios geopolíticos, hay hitos que demuestran la
decadencia occidental, la evidente crisis de los organismos internacionales
-especialmente la ONU- y los riesgos claros de una nueva guerra mundial
(que ya ha empezado, pero que aún no tiene los contornos con los que se piensan
estos conflictos, esto es, que afecten directamente a los países más poderosos
del planeta). Solo señalar: el desafío económico, comercial y
tecnológico a EEUU por parte de China; la guerra en Ucrania,
que es improbable que se hubiera dado sin el avance hacia el este de la OTAN y
que ha regresado la guerra en Europa después de 35 años (no olvidemos también
la voladura del Nordstrean II que buscaba disciplinar a Alemania, lo que
finalmente lograron y que es causa de su actual recesión); el genocidio
en curso en Palestina que se está extendiendo a Líbano, Siria e Irán,
junto al veto estadounidense en la ONU a poner sanciones a Israel; la
pérdida de influencia de Francia, España, Alemania, Inglaterra, Japón en
América Latina, Asia y África, sustituidos por la creciente influencia
china, rusa o iraní; la cercana irrelevancia mundial del sistema bancario
SWIFT (que le da el control a EEUU de todas las transacciones
financieras), del FMI y del Banco Mundial (arrinconados por la
creación de organismo homólogos por parte de los países BRICS); la
creciente irrelevancia del G7 (claramente sustituido por el G20); o
las tensiones migratorias que van a sufrir las envejecidas Europa -desde
África- y EEUU -desde América Latina- que, por las presiones política, van a
querer solventar vulnerando los derechos humanos de los migrantes. De la misma
manera, tanto la entonces responsable del Comando Sur de los EEUU, Laura
Richardson, como Musk con el litio o Trump con el petróleo venezolano, han
dejado claro que los recursos naturales son necesarios para el modo de vida
norteamericano y, por tanto, enajenables a través del simple despojo. Si esto
ha sido evidente en la invasión de Irak o de Libia y en el acoso a Venezuela,
podemos imaginar que se incrementaría en el caso de una crisis que afectara al
agua.
Cuanto peor no es mejor
La
solución a estos cambios puede ser revolucionaria, es decir, si se rompe la
hegemonía de siglos de Occidente. Pero es difícil creer que los que pierdan
privilegios no fuercen, usando su fuerza militar, para mantenerlos. Todo
esto confluye con el aumento de las desigualdades dentro de los países
y en el mundo. La globalización ha golpeado a los sectores populares de
occidente (no así en China) y el presumible repliegue proteccionista
norteamericano va a dejar más abandonados a los países retrasados. Propuestas
como las de EEUU de aplicar la IA al Estado norteamericano van a ir, de la mano
de Elon Musk, en la dirección neoliberal de construir un Estado al servicio de
las empresas, no a favor de la ciudadanía pobre (a la que Trump quería impedir
incluso que votaran). La ausencia de sindicatos fuertes y el abandono por parte
del Partido Demócrata de la clase obrera no parece que prometan grandes avances
para los trabajadores. Y algo similar puede enunciarse para Europa, donde una
parte de los sectores populares están yéndose a la extrema derecha. Por eso, la
salida aquí sólo puede ser también revolucionaria. También aquí se hace
evidente la elección entre "socialismo o barbarie".
Todo
esto nos lleva a la crisis de confianza en una democracia que está muy lejos de
merecer ese nombre. Por un lado, porque, como venimos diciendo, lo que
realmente tenemos son gobiernos representativos, donde la Constitución, que es
la encargada de garantizar la armonía del conjunto ha renunciado a ese
objetivo. Muy lejos de juzgar para reducir las desigualdades, el poder judicial
es un brazo del privilegio antes que una herramienta de la igualdad y la
libertad de todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas. Incluso, con
el lawfare, con la guerra judicial, se ha convertido en muchos
países en un partido judicial que trabaja para la derecha sin
presentarse a las elecciones. Y por otro, porque la idea liberal de pretender
que de la confrontación entre partidos que representan intereses diferentes va
a conseguir el interés colectivo es ciencia ficción. Tenía sentido en el marco
de la teoría liberal, cuando sólo eran ciudadanos los burgueses propietarios,
de manera que el Parlamento era una suerte de abogado matrimonial que
solventaba los conflictos particulares de la burguesía para garantizar sus
intereses conjuntos. También se acercó cuando, después de la Segunda Guerra
Mundial, sindicatos y partidos de izquierda doblaron el brazo al capital tras
la derrota de una derecha que se había hecho fascista y que dejó un saldo
de más de 50 millones de cadáveres. Pero el modelo neoliberal desplegado con la
crisis del keynesianismo tras la crisis de 1973 tuvo como principal logro
ideológico un sentido común que ganó para su casa, por un lado, a la
socialdemocracia con la tercera vía, y por otro, al mundo del
trabajo con la promesa aspiracional del consumo y el cuestionamiento de lo
colectivo y público. Basta un ejemplo: ¿alguien piensa sinceramente que de la
confrontación entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano -fagocitado
además por el millonario Donald Trump- va a salir el interés conjunto de los y
las norteamericanas?
Trump
es el primer presidente condenado de los EEUU. Ser un ladrón, un mentiroso y
consumidor de prostitución no es un problema para alcanzar la más alta
magistratura en las democracias occidentales (en España, el líder de la
oposición veraneaba con un narcotraficante y su potencial sustituta dejó morir
a 7291 ancianos en residencias al tiempo que ayudaba a que sus familiares y
pareja se enriquecieran). Es imposible que la izquierda gane unas elecciones en
los EEUU, igual que en tantos otros. Y cuando se gana, gobernar es un deporte
de alto riesgo, cuando no una actividad prohibida. Con las armas melladas de lo
existente es imposible transformar nuestras sociedades para lograr, ya no
profundizar la democracia sino simplemente mantener sus condiciones mínimas.
Sin una repuesta revolucionaria -no violenta, sino radical en su petición
transformadora- la democracia se muere, bien en manos de la extrema derecha,
bien derivando en formas autoritarias que vacíen la formalidad democrática
liberal en nombre de la búsqueda de la igualdad material (modelo chino, por
ejemplo, que tiene un enorme apoyo popular en el país).
La revolución será democrática o no
será
Sin politizar la sociedad no hay solución. Y sin hacerlo con radicalidad,
le ocurre como al ecologismo sin política, que se convierte en jardinería.
Cualquier "-ismo" sin política transformadora
es maquillaje que tiende a desactivar la potencia transformadora de las
reivindicaciones.
Las
revoluciones tienen que ser, por tanto, democráticas, de manera que se eviten
los excesos propios de los grandes cambios, que terminan alimentando la contrarrevolución. La
revolución viene con el reformismo (lo que Deng Xiaopin llamaba
"cruzar el río tanteando las piedras") y con la rebeldía (la
horizontalidad libertaria que sostiene la idea de partido-movimiento). Solo siendo
revolucionarios, reformistas y rebeldes podemos luchar con la
contradicción de disputar el Estado y, al tiempo, heredar
invariablemente Estados que llevan inercias enormes de clase,
género y raza.
Como en
una suerte de tautología, todas las soluciones reales son revolucionarias
precisamente porque pasan por reinventar la democracia de manera
participativa. Todas las soluciones reales para la democracia en el siglo
XXI son respuestas revolucionarias: el decrecimiento, la paz interna y externa,
el fin del patriarcado, la integración de los inmigrantes, el derecho a la
vivienda, la renta básica universal, la cooperación tecnológica, la creación de
un nuevo orden comunicacional, la conversión en medios públicos -no estatales,
sino públicos- de las redes sociales, la democratización de Naciones Unidas, la
creación de partidos-movimiento, la participación política directa, el fin de
los paraísos fiscales y la tributación progresiva de las
empresas, la regulación de las multinacionales y los fondos de inversión,
etcétera.
Por
eso, volver a pensar en la revolución es la única forma de conservar la
democracia. Es la idea revolucionaria la que puede "prestarle su voz al
sufrimiento". Aunque produzca vértigo asumir que estamos trabajando
políticamente con herramientas incapaces. Tenemos que ser reformistas, rebeldes
y revolucionarios. O la izquierda vuelve a pensarse también como revolucionaria,
que es la gran olvidada hoy de las almas de la izquierda, o seguirá siendo una
mera gestora de un sistema que condena a la depredación medioambiental, a la
guerra, a la ignorancia, la enfermedad y, en suma, a las desigualdades.
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